La gestión pandemia ha multiplicado las tensiones del gigante asiático con Occidente
06 jul 2020 . Actualizado a las 08:55 h.«La relación con China es uno de nuestros principales problemas en materia de política exterior. China mantiene un rápido crecimiento económico incluso al entrar en un período de incertidumbre política. Ese desarrollo está convirtiendo al país en un socio prioritario de Australia en los ámbitos del comercio y de la inversión, y su éxito está incrementando la confianza de Pekín en asuntos regionales y globales». Este texto bien podría haber sido escrito hoy, porque China es el principal socio comercial de Australia y fuente de un tercio de los turistas y estudiantes extranjeros que recibe, pero data del año 1997 y se escribió precisamente poco después de la muerte del hombre que diseñó la apertura al mundo de China, Deng Xiaoping.
Fue publicado por el Parlamento de Australia en una coyuntura que guarda notables paralelismos con la actual. «La relación se ha deteriorado sustancialmente y las políticas australianas con relación a China y a Estados Unidos han recibido estridentes e inusuales críticas públicas por parte del Gobierno de Pekín», describe el artículo. Además, vaticinó el futuro con sorprendente precisión: «China ocupará un lugar predominante en nuestras discusiones sobre las relaciones internacionales de Australia. Pero si las autoridades chinas perciben que alguna política va contra sus intereses, no dudarán en revocar los acuerdos en vigor».
Trece años después, esa profecía se ha cumplido. Canberra ha airado a Pekín, pero no por las cuestiones de Taiwán o Tíbet, como el artículo preveía a finales del siglo pasado, sino por la pandemia del coronavirus. El Ejecutivo australiano fue en abril uno de los primeros que exigió la puesta en marcha de una investigación internacional sobre la gestión inicial en Wuhan de la crisis sanitaria provocada por el covid-19, y esta demanda se ha sumado a una creciente lista de afrentas que van desde el veto a las redes 5G de Huawei hasta las declaraciones sobre la necesidad de respetar los derechos humanos en Hong Kong o en Xinjiang -donde más de un millón de uigures musulmanes han sido internados en campos de reeducación-, pasando por la denuncia de interferir en asuntos políticos internos.
Aranceles
El coronavirus ha sido la gota que colma el vaso, y el Partido Comunista ha reaccionado como suele hacer cuando estima que algún país ha «herido los sentimientos del pueblo chino». En mayo, Pekín impuso un arancel del 80 % a las importaciones de cebada australiana -una de las principales partidas agroalimentarias del país, que el año pasado le vendió al gigante asiático más de 4 millones de toneladas- y prohibió la compra de carne procedente de sus principales mataderos. Ya a principios de este mes, esgrimió varios ataques racistas sufridos por ciudadanos chinos para emitir advertencias de viaje a turistas (1,3 millones en el 2019) y estudiantes (210.000), que suponen una importante fuente de ingresos para el país insular.
«Si la situación va de mal en peor, la gente va a pensar, ¿para qué vamos a ir a un país que no se muestra amistoso con China?», subrayó el embajador del país de Mao en Australia, Cheng Jingye, en declaraciones al Australian Financial Review. «Los turistas se lo pensarán dos veces, y los padres de los estudiantes también. La gente decidirá. Quizás el ciudadano corriente piense, ¿deberíamos beber vino australiano o comer ternera de ese país?», añadió en un tono que el ministro de Comercio y Turismo de Australia, Simon Birmingham, tachó de «coacción económica».
El editor jefe del diario ultranacionalista Global Times, Hu Xijin, fue todavía más rotundo que el embajador. Así, en la red social Weibo afirmó de manera displicente que Australia es «un chicle en la suela del zapato de China», y advirtió que «a veces tienes que buscar una piedra para quitártelo». El rotativo que dirige ha publicado una encuesta en la que concluye que el 49,5 % de los chinos considera la influencia de Estados Unidos en el país oceánico como el principal escollo que impide mejorar las relaciones bilaterales. Un 32,5 % culpa a las diferencias ideológicas entre ambos países, y el 13,7 % a la política interna de Australia. En cualquier caso, un 44,4 % se muestra optimista sobre el futuro de los dos países frente al 28,8 % que es pesimista. Solo entre el 2,9 % y el 2 % de los encuestados señala que no consideraría al país de los canguros como destino para estudiar o viajar.
Eso sí, los 2.105 chinos encuestados no tienen dudas sobre quién tiene la sartén por el mango: el 43,2 % considera a Australia un país dependiente de China, mientras que el 82,4 % cree que China no depende en absoluto de Australia. En la otra cara de la moneda, un estudio del Instituto Lowy demuestra que solo un 23 % de los australianos confía en China -un mínimo histórico en su relación- y que el 94 % está convencido de que su Gobierno debería buscar alternativas para reducir la dependencia del gigante asiático, opinión que se está extendiendo por el mundo y que el chantaje económico del que Pekín echa mano cada vez más a menudo para obtener réditos políticos puede acrecentar más.
Nuevos frentes
Porque, en los últimos meses, la pandemia del coronavirus ha elevado la animosidad de China con el resto del mundo de forma considerable y ha abierto nuevos frentes: en Hong Kong ha elevado la tensión con la nueva Ley de Seguridad Nacional -condenada de forma casi unánime por los países desarrollados-, en la frontera que se disputa con India han muerto al menos una veintena de soldados en enfrentamientos con piedras y barras de metal, en Canadá se ve con indignación el procesamiento por espionaje de dos de sus ciudadanos como represalia por el arresto de la directiva de Huawei Meng Wanzhou, y en el mar del Sur de China continúa enfrentándose con sus vecinos del sudeste asiático.
Esta coyuntura refleja el ascenso del Gran Dragón al podio de las superpotencias, pero también avanza la inexorable erosión del multilateralismo en favor de un mundo crecientemente bipolar. Las comparaciones con la Guerra Fría no son ahora frívolas y la presión para que los países tomen partido por Estados Unidos o China van en aumento. En este contexto, la Unión Europea puede verse afectada por el fuego cruzado, y su ‘tercera vía' no parece convencer ni a Donald Trump -que también tiene a Bruselas en la diana de sus aranceles- ni a Xi Jinping -la cumbre UE-China celebrada hace unos días dejó en evidencia las grandes diferencias entre ambos territorios-. Pero sí parece evidente que la arrogancia de la que hace gala Pekín le está granjeando cada vez más enemigos.