«Siempre vamos con los deberes con dos o tres días de retraso», revela el neuropsicólogo que nos ayuda a situarnos para gestionar conflictos familiares con el «no» de Clint Eastwood, amor y algunas estrategias emocionales. «Los pequeños se han adaptado bien, pero necesitan al maestro», dice
02 nov 2022 . Actualizado a las 17:07 h.Es neuropsicólogo, experto en plasticidad cerebral, «pero sobre todo padre». Así se presenta Álvaro Bilbao, amante de la cocina y la montaña, que ha ayudado a decenas de miles de padres a entender el cerebro del niño, y a confiar en que las cosas sí pueden hacerse de otra manera al educar, con límites, pero desde la cercanía y el diálogo, sin privar al niño de la confianza en sí mismo. «Es curioso que mientras los adultos se amontonaban en las tiendas para hacer acopio de papel higiénico antes de que comenzase la cuarentena ningún niño fue a la tienda de chucherías para dejarla sin existencias», señala el autor de El cerebro del niño explicado a los padres, que abre los ojos al saber de nuestros hijos y nos acompaña, desde la complicidad, en la crisis del covid, con consejos para aliviar la situación y comunicarnos sin escaladas de conflicto. Los suyos están «bien», dice desde Torrelodones. «Estoy teletrabajando, con el seguimiento de todos los pacientes que tengo en el centro de rehabilitación, que son 38. Es difícil porque tengo niños en casa, y hay que hacer lo que hace todo el mundo, que no es especial, pero te ocupa y requiere tiempo: la comida, la casa, la compra, los platos, los cacharros, el súper... Es un desgaste mental. A veces las reuniones que tengo coinciden a la misma hora que las que tiene mi mujer; es complicado, un reparto continuo y diario de tareas», cuenta.
-¿Son inconciliables teletrabajo y pequeños en casa?
-No es fácil. Los deberes en este momento exigen poder concentrarse en casa, que los niños cambien el hábito... Luego, como padre, para cada uno de los niños te puede tocar ayudar con un sistema distinto. Uno por e-mail, otro por WhatsApp, otro a través de una plataforma. Los tienes que imprimir con una impresora que no funciona bien, jajaja. Se los pones y no se enteran. Los 6 y 7 años para esto son edades malísimas. Pueden escribir y leer, pero les cuesta centrarse. Y es natural.
-Con los pequeños de 5 tampoco es fácil.
-Sí, claro, es que además lloran, se desesperan, no quieren. Dicen: «Papá, no quiero». Es un esfuerzo distinto.
-La mayoría celebran la capacidad de adaptación de los niños al momento. Expertos como Catherine L’Ecuyer o Eva Millet señalan que, en general, los pequeños se han adaptado mejor que los adultos. ¿Estás de acuerdo?
-Sí. Los niños se han adaptado bien en que no han pedido salir de casa y han aguantado hasta que ha sido el momento. Si les dices que, por ahora, no pueden ver a los amiguitos también se adaptan. Pero después hay cosas concretas, como puede ser el tema de los deberes, que requieren una fuerza de voluntad que ellos no tienen, ni pueden tener siempre solos, por sí mismos. Necesitan al adulto, al maestro.
-¿La opción es relajarse, adaptarse al ritmo del momento? ¿Quién podría suspender a un niño de primaria o bajarle nota por este trimestre?
-En nuestra casa, con los deberes, siempre vamos con dos o tres días de retraso. Hay días en que mi mujer y yo tenemos más carga de trabajo, y esos días los dejamos más a su aire. Vemos que los profesores están comprendiendo, nos dicen: «No os preocupéis». Está bien, pero es inevitable preocuparse. Piensa en el sanitario, el farmacéutico, el peluquero o el empleado del supermercado que va al trabajo, que tenga una pareja que teletrabaja. El que se queda con los niños en casa, teletrabajando, poco puede hacer.
-No vale con lo de sentar al niño a hacer las fichas o dibujos solo...
-No. El niño requiere una atención intelectual y emocional. Los «papá, mamá, no quiero, estoy cansado» requieren esfuerzo. Lo que estamos viviendo en casa es para psicólogos muy avanzados.
-Has ilustrado con una tabla en redes qué adicciones de los padres influyen más en los hijos, y no solo te refieres al consumo de alcohol o tóxicos...
-También están la adicción al trabajo y la adicción al móvil.
-En estas dos es fácil reconocerse.
-Claro. Pero tampoco es el momento de medir el nivel de adicción al móvil cuando estás teletrabajando por una pandemia. Ni es lo mismo usar el móvil por teletrabajo, o cuando tu trabajo depende de redes sociales, que jugar con el móvil en tu tiempo libre, y no escuchar a los hijos, ¿no?
-Entre las herramientas y maneras que nos propones para que fluya la comunicación en casa están el educar en la paciencia, y evitar caer en el lenguaje agresivo, inquisitivo o la actitud pasiva. ¿Cómo logramos el equilibrio, cómo somos asertivos con los niños?
-A veces es normal perder los nervios, enfadarse. Cuando lo intentas de la mejor manera y lo repites diez veces y ellos ni caso. Pero independientemente de esto, hay padres que recurren más a la amenaza, el grito o el chantaje emocional como método. Es importante como padre darse cuenta de que solemos poder elegir, tenemos la oportunidad de evitar el castigo y el azote. Hay padres que todavía defienden el azote como forma de educar.
-¿Un azote a tiempo remedia algo?
-Un azote no es manera de aprender. Funciona rápido, pero a la larga es un problema. Todo tiene sus grados... Pero hay gente mayor que aún te dice que de pequeños le daban un capón o un sopapo le tiraban de la oreja en el colegio, «pero nada de malos tratos, eh». ¿Qué son entonces los malos tratos? Cuando esta generación de niños, que han crecido en su mayoría sin azotes, sean mayores serán más sensibles con los siguientes. Tenemos que darle la vuelta a la tortilla generación tras generación. Uno de los errores más comunes como padres es irse a los extremos en educación, un «fundamentalismo» que a veces nace de un exceso de información.
-Para educar, recomiendas «no colmar todos los deseos del niño», y el «no tranquilo» que nos aconsejaba aplicar Carles Capdevila.
-Sí, claro. Yo digo el no de Clint Eastwood. Sobriamente, con tranquilidad, con seguridad. Sin rabia, se trata de que les dé miedo tu tranquilidad, jajaja.
-¿Es el «no tranquilo» es el mejor remedio contra la sobreprotección?
-Sí. Los niños a los que nunca se les dice «no» son muy inseguros. La escuela Summerhill les permite decidir siempre, hacer todo el rato lo que quieren. Es una escuela en la que muchos niños acaban siendo artistas, y cuando se les pregunta después, a sus 40 o 50 años, qué les pareció su educación muchos dicen: «Yo habría necesitado que me marcaran más límites, haber escuchado algún no, porque no sé disciplinarme solo». Necesitas una oposición trasera, que te empuje un poco, que te diga: «Venga, toca ir a clase, toca lo que toca».
-¿Es una lección esta crisis, aprenderemos algunas cosas buenas?
-Sí, soy muy optimista. Veo que hay gente que ya ha hecho cambios, que se ha dado cuenta ahora de que igual no necesita tanta actividad, tanta relación social, celebraciones masivas de amigos, primos, tíos... que acababas agotado.
-Es un placer y un lujo barato tener momentos en que el día se va haciendo solo, sin plan.
-Sí. Yo en este confinamiento no he echado de menos a nadie. A quien echaba de menos le he llamado. He tenido mi dosis de padres, de amigos, de hermano. El tiempo es valioso, lo puedes usar no solo para socializar, para consumir vida social o experiencias, hay un tiempo de calma e introspección que es muy útil.
-Y necesario, aunque tengamos que vivir un parón para darnos cuenta.
-Sí. Seguramente, para todos. Yo necesito un rato para mí, ¡dejadme en paz! Jajajaja. No tiene que ser un rato cada día, pero eso del viernes salir, y el sábado salir y tener que montar plan mañana, tarde y noche... ¡No, me da algo!