La UE sucumbe a los egoísmos ante la peor crisis existencial de su historia
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España e Italia se ven empujadas a pedir rescates y acumular deudas indigeribles
31 mar 2020 . Actualizado a las 09:53 h.Hace casi una semana que sopló las velas por su sexagésimo tercer cumpleaños con el poco aliento de vida que aún conserva. El contagio la ha dejado postrada en la UCI. Apenas se mantiene en pie. Como muchos otros enfermos, arrastra patologías previas y aunque ha sobrevivido a muchos avatares, los expertos empiezan a dudar de que pueda salir adelante: «Debemos organizar un mecanismo de solidaridad a nivel europeo. Si se falla, la eurozona estará en peligro», alertó la semana pasada el economista belga de la London School of Economics, Paul De Grouwe, quien considera «aterrador» el discurso que están blandiendo las autoridades holandesas, empeñadas en invocar los «riesgos morales» para no compartir el coste de la reconstrucción. El desprecio y la inhumanidad con la que han despachado a sus socios italianos y españoles han sembrado una semilla de rencor y euroescepticismo que será difícil de extirpar si no se toman medidas audaces y rápidas. Hay tiempo para enmendar el daño, pero no está claro que haya voluntad.
¿Por qué se ha desatado el conflicto político?
Nueve líderes europeos solicitaron por carta la emisión de deuda conjunta para aliviar el peso a los países más afectados y la creación de un fondo para amortiguar el desempleo masivo que dejará la crisis en la zona euro. Lejos de aceptarlo, el ministro holandés de Finanzas, Wopke Hoekstra, sugirió a la Comisión Europea investigar la gestión de la pandemia en España y la incapacidad del país de ahorrar para costearse los gastos tras siete años de creciemiento. Una actitud que el primer ministro portugués, Antonio Costa, tachó de «repugnante». Más allá de las palabras gruesas subyace el gran problema de fondo del eurogrupo: la negativa de los países del norte a repartir la factura que legará esta crisis. Los Países Bajos, Alemania, Suecia, Dinamarca, Finlandia y Austria no quieren asumir sobrecostes para sus contribuyentes, a pesar de que la magnitud de la crisis, -no imputable al cumplimiento o no de las reglas de estabilidad-amenaza con endeudar de por vida a economías como la italiana o la española que, sin ayuda colectiva, serán incapaces de digerirla.
¿Qué solución se ha puesto sobre la mesa?
Entre la negativa holandesa a aceptar eurobonos y el clamor de 14 países para colectivizar los costes ha surgido una vía intermedia de cuño alemán: echar mano del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE) bajo condiciones menos estrictas.
Se trata del mismo fondo de rescate al que tuvo que recurrir Grecia en el 2015 tras unas agónicas negociaciones con el eurogrupo que casi acaban en tragedia. Este fondo tiene una munición de 410.000 millones de euros que se pueden liberar si lo solicita un país miembro. La Haya trata de empujar a España y a Italia hacia ese hoyo. Ambos se resisten a recurrir a un rescate. En primer lugar, porque consideran que se les estigmatizaría cuando no han sido responsables de la crisis sanitaria. En segundo lugar, porque se trata de un préstamo que añadiría más presión a la deuda. Y, tercero, porque el desembolso está condicionado a la firma de un doloroso programa de recortes para hacer viable su devolución. Berlín se ha mostrado dispuesta a ceñir el control de las cuentas al dinero que se preste para paliar los efectos del Covid-19 en la economía, pero ni Madrid ni Roma quieren la intervención de sus economías.
¿Qué supondría para España?
Hipotecar su economía por décadas. Los recortes llegarían para quedarse y la capacidad presupuestaria quedaría castrada. El rescate haría empequeñecer al que tuvo que solicitar el Ejecutivo de Rajoy para mantener a flote el sistema financiero en el 2012. Con la prima de riesgo por las nubes, el Gobierno tuvo que recurrir entonces a 41.300 millones de euros del MEDE para rescatar a los bancos. Ahora la mayoría de analistas apuntan a que se necesitarán más de 270.000 millones de euros para resucitar una economía cuyo PIB se desplomará un 10 % al cierre del 2020, según Goldman Sachs.
¿Existen alternativas menos lesivas?
Sí. Aunque existe un apoyo amplio a los eurobonos -también entre algunos cargos del BCE-, habría otras vías para sortear los obstáculos legales y las reticencias políticas, como crear un fondo europeo específico para emitir deuda vinculada solo al coronavirus o financiar los costes de la reconstrucción a cargo del presupuesto europeo para el período 2021-2027.
¿Un ERE en el proyecto europeo?
No son ensoñaciones de economistas locos u ocurrencias de las cigarras sureñas, algún tipo de mutualización de la deuda es necesaria y urgente para sobrevivir a la avalancha. Lo reconoció incluso el exgobernador del banco central holandés, Nout Wellink: «No volveremos a ser los ricos del norte si todo el sur cae», admitió al diario De Telegraaf.
Paul De Grauwe insiste en que esa es la vía: coronabonos a perpetuidad. No se puede seguir cargando deuda sobre los hombros de España e Italia: «El peligro aquí es que las respuestas puramente nacionales den lugar a un legado permanente de niveles de deuda pública insostenibles», asegura. La incapacidad para digerir tantos préstamos con la losa de la austeridad encima podría acabar en quiebras y ruptura del euro.
El director del del Centro de Estudios de Política Europea (CEPS), Daniel Gros, va más allá. Cree que la capacidad del MEDE es insuficiente. El alemán defiende romper todas las líneas rojas y comenzar a bombear dinero desde el presupuesto europeo hacia los países del sur: «El crédito barato no es la solución. No es que me oponga a ello, pero hay instrumentos más útiles». El experto belga cree que el plan cojea. El presupuesto de la UE da para lo que da. Equivale al 1 % del PIB de la Unión, pero los analistas predicen caídas nacionales de hasta el 10 %. «Es una miseria», asegura. Pero ambos coinciden: si finalmente se opta por abrir el grifo del MEDE, debería hacerse sin condiciones. De lo contrario, el hundimiento de las economías será irreversible: «Ignoro cuál será el resultado de las negociaciones, pero seguramente sea algo complejo, limitado e insuficiente», predice De Grauwe.
La cuenta atrás sigue en marcha. Cada día que pasa aumenta el riesgo de no recuperar el tejido productivo. Si el oxígeno, la liquidez, no llega, las economías entrarán tarde o temprano en muerte cerebral.