En la historia del pin paternal hay un detalle que sorprende: esa medida fue aprobada en Murcia en pleno mes de agosto y entró en vigor en septiembre, con el curso académico. Sin embargo, el Gobierno español no se dio por enterado hasta ahora mismo y lo elevó a gran conflicto ideológico-político en el Consejo de Ministros del último viernes. Caben varias explicaciones: a) El Gobierno, como estaba en funciones, no quiso abrir el conflicto. b) El mismo Gobierno no se enteró de nada. c) El Ejecutivo conoció la idea de Vox, pero no le dio importancia. Y d) Siguió sin darle importancia hasta que alguien empezó a buscar argumentos para dar coherencia a la coalición con Podemos.
Personalmente creo esta última tesis. Es como si ese alguien hubiese elaborado un catálogo de asuntos en los que el PSOE y Podemos están obligados a coincidir al 100 por 100 y con esos asuntos se salvarían las previsibles diferencias en materias como la economía, la política fiscal o la reforma laboral. La coincidencia entre ministros haría que los comentaristas dijésemos después que los dos socios coinciden plenamente, que no hay fisuras y que juntos combaten los intentos de la ultraderecha por boicotear los avances del progresismo. Algo así como «este gobierno representa el progreso, el atraso está en la oposición».
Lo que acabo de escribir no es una información; es una opinión, pero cada vez creo más en ella. Ese alguien que vengo mencionando vio el pájaro a tiro y ordenó disparar. El argumento era fácil y propicio porque, si hay dos Españas en conflicto permanente, esas dos Españas se hacen ver en el patio educativo. Y si algo moviliza a la izquierda, es la ultraderecha. Basta que una idea ultra tenga presencia para que la izquierda sienta el ardor de la guerra santa. Lo hemos comprobado en las últimas elecciones, singularmente en las de abril. El pin paternal era un regalo de los dioses.
Si, además, se añadía la previsible división del bloque conservador que gobierna Murcia, Andalucía y Madrid, la jugada era redonda. El Gobierno ya consiguió que Ciudadanos se desmarque. Pero consiguió algo más rentable: que el PP, celoso de que Vox le coma terreno, vaya ahora a su rebufo. Y ahí tienen a Pablo Casado dando titulares que adelantan a Abascal por la derecha: «¿Me están diciendo, como a los niños de Cuba, que los niños son de la revolución?». Este es el cuadro que queda después de esta escaramuza: PSOE y Podemos parecen un solo partido; PP y Vox compiten por el liderazgo de la dureza; los Presupuestos de Madrid en el aire por el desmarque de Cs; y Sánchez e Iglesias, fumándose un puro: «¡Han picado!», se dirán en franca celebración.
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