Al presidente francés, que ha renunciado a sus grandes promesas, le quedan dos años y medio difíciles
17 nov 2019 . Actualizado a las 09:32 h.Emmanuel Macron saboreaba en mayo del 2017 las mieles de la victoria electoral frente a Marine Le Pen con un largo paseo en solitario a través del patio del palacio del Louvre bajo los focos de las cámaras. Estaba seguro de poder transformar todo un país gracias a su determinación. Sin embargo, el movimiento de chalecos amarillos, que cumple un año, le ha forzado a recortar sus ambiciones. En los 54 fines de semana de descontento y violencia, el principio de recuperar el ritmo perdido en reformas resulta un ejercicio peligroso en una sociedad en la que una chispa basta para desatar una revolución.
Las ambiciones del nuevo presidente francés se extendían a Europa. Con un discurso memorable en la Sorbona, marcó la hoja de ruta para una UE más integrada. Pero no ha encontrado eco entre sus homólogos, perplejos ante decisiones como el reciente rechazo a la adhesión de Albania y Macedonia o las maniobras para impedir a toda costa que el líder del Partido Popular Europeo, Manfred Weber, asumiera la presidencia de la Comisión. El rechazo de la candidata francesa para un puesto de comisario europeo, Sylvie Goulard, ha sido interpretado como una respuesta a la arrogancia de Macron.
Las últimas declaraciones del presidente galo en The Economist sobre la «desaparición» de Europa si no piensa en sí misma como potencia, y el estado de «muerte cerebral» de la OTAN, calificadas de «intempestivas» por Angela Merkel, son muestra de su impaciencia, mala consejera.
En el plano interior, lo tiene en principio más fácil porque es él quien manda y disfruta de una amplia mayoría parlamentaria y una oposición inaudible. El inconveniente está en que la reducción del período presidencial de siete a cinco años, obliga ahora a los inquilinos del Palacio del Elíseo a estar en campaña permanente y tomar decisiones bajo la presión de la próxima cita electoral. En este sentido, a Macron le quedan dos años y medio difíciles porque antes de las presidenciales del 2022 el país tiene dos citas electorales: las municipales el año que viene y las regionales el siguiente.
Durante el primer año y medio de presidencia, Macron avanzó con un gran ritmo en la toma de decisiones: reforma laboral, nueva ley de inmigración, educación obligatoria desde los 3 años… y hasta logró un cambio del estatuto de los trabajadores de ferrocarriles, tras tres meses de huelgas.
Todo iba bien hasta que decidió una nueva subida de impuestos sobre los carburantes. Las protestas se concretaron en la calle desatando la crisis de los chalecos amarillos. Las peticiones se fueron acumulando, y Macron se vio obligado a dar marcha atrás y renunciar a una de sus grandes promesas de campaña, la reducción del número de funcionarios, porque los chalecos amarillos exigían entre otras cosas mantener los servicios públicos.
El movimiento ha ido decayendo, y aunque dos tercios de franceses siguen considerándolo justificado, la mayoría no desea que se reproduzca. Esto facilita la tarea de Macron para emprender en la segunda parte del quinquenio reformas como la de las pensiones, la indemnización del paro, la fusión de las ayudas sociales o la organización del islam en Francia.
Pero otras movilizaciones podrían tomar el relevo. Los sindicatos de transportes han anunciado una huelga para bloquear la reforma de las pensiones, el personal hospitalario ha salido estos días a la calle para denunciar la crisis que atraviesan los hospitales públicos, y existe el temor a una movilización de estudiantes que reclaman más ayudas. La próxima será el día 5, fecha en que está convocada una huelga general.