Maduro se asoma a una transición negociada con final incierto

julio á. fariñas A CORUÑA

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REUTERS | CARLOS EDUARDO RAMIREZ

Medio año después de la irrupción de Guaidó en la crisis venezolana, Maduro resiste. ¿Hasta cuándo?

16 jun 2019 . Actualizado a las 10:08 h.

A la vista de la evolución de los acontecimientos en lo que va de año, cada día parece más descartado el abandono, voluntario o forzoso, inminente de Nicolás Maduro. La tragedia que padecen la inmensa mayoría de los venezolanos dentro del país y una buena parte de ese 10 % que se ha visto forzado a emigrar y malvive en los países limítrofes no ha amainado, sigue yendo a más, pero cada día tiene menor protagonismo mediático y en la agenda de los que dicen estar llamados a resolverla.

La vía noruega, que aboga por una transición negociada, se va consolidando como la más realista, en la medida en que está marcando distancias con experiencias anteriores que tuvieron como escenario la República Dominicana y como protagonista estelar a un árbitro de más que dudosa imparcialidad apellidado Zapatero.

Está transición negociada, según los observadores más realistas, podría pasar por unas elecciones parlamentarias y presidenciales simultáneas, a celebrar el próximo año. Unos comicios con garantías de juego limpio, supervisadas por la comunidad internacional, precedidas de una renovación total de los órganos de control interno de las mismas y de la liberación de todos los líderes opositores presos e inhabilitados.

Esta salida, que para ser viable y asumible por el chavismo-madurismo, no podría exigir el abandono previo del cargo por el actual presidente ni impedirle ser candidato a la reelección y le permitiría al régimen actual legitimarse como oposición, en el caso más que probable de resultar derrotado en las urnas. Incluso le abriría la puerta a disfrutar legítimamente de toda o al menos una buena parte de las cuantiosas fortunas acumuladas a lo largo de las dos últimas décadas.

Dado que de la comunidad internacional, y muy especialmente de Donald Trump, ya no puede esperar gran cosa y menos una intervención militar, la oposición -al menos el sector mayoritario- parece resignada a esta salida como mal menor.

Conspiración interna

Visto el resultado de la intentona del pasado 30 de abril de derrocar a Maduro vía conspiración interna, un fracaso imputable a la ineptitud de sus promotores desde EE.UU. y que le sirvió a Maduro para constatar que no se puede fiar de nadie, a todas las partes implicadas les urge una salida en la que, al menos aparentemente, no haya ni vencedores ni vencidos.

La oposición, si consigue superar los personalismos que han sido su mal endémico, puede revalidar con creces los resultados de las parlamentarias de diciembre del 2015. Si forma piña, sin fisuras, ante un líder único, también puede desalojar del palacio presidencial de Miraflores a un Maduro que se tenía que haber caído antes por su propio peso y al que ni sus más incondicionales van a echar de menos.

El eje de convergencia de la oposición, en estas circunstancias, no puede ser otro que Juan Guaidó, que no solo ha hecho méritos suficientes desde que asumió la presidencia de la Asamblea Nacional, sino mucho antes, trabajando en la sombra, primero como diputado suplente y, desde hace cuatro años, como titular.

Oficialismo y oposición buscan nuevos referentes

Si bien es verdad que la continuidad de Maduro es el factor determinante que personaliza el momento actual de la tragedia venezolana, no es el único y con su salida, si es que sale -el poder es la adicción más fuerte que puede enganchar al ser humano-, la crisis no se acabará.

Desde la llegada del chavismo, hace poco más de dos décadas, se ha ido consolidando, cada vez con más fuerza, lo que un reciente y documentado informe de InSight Crime (Centro de Investigación del Crimen Organizado) define como «el paradigma del Estado Mafioso, que se ha convertido en un eje del crimen organizado en la región».

Y esto ha ocurrido no por casualidad. Este país, uno de los más ricos del mundo en recursos naturales, está ubicado en un punto estratégico del continente americano dentro de la ruta de salida al mercado mundial de la cocaína andina, el negocio por excelencia del crimen organizado internacional.

Organizaciones criminales

Las organizaciones criminales que manejan el negocio, según el aludido informe, no han tardado en penetrar en los altos niveles de las instituciones del Estado. Entre las que citan se encuentran la Vicepresidencia, seis ministerios, la Guardia Nacional, la Fuerza Armada Bolivariana, el Servicio Bolivariano de Inteligencia (Sebin) y Petróleos de Venezuela (PDVSA).

Estas organizaciones criminales integradas en lo que el periodista y consultor de seguridad Douglas Farah define como «La Empresa Criminal Conjunta Bolivariana», con ramificaciones en al menos 26 países, se mueven por intereses económicos, no políticos y arriesgan mucho con el cambio de régimen.

A todo ello se suman los colectivos, civiles armados que actúan con el respaldo del Gobierno y que realizan funciones de seguridad ciudadana, inteligencia, represión y control de la venta de alimentos subvencionados; los pranes, líderes carcelarios que dirigen organizaciones delictivas desde las prisiones; los paramilitares, surgidos de las Autodefensas Unidas de Colombia, que operan en la frontera y se dedican al contrabando, el narcotráfico y la extorsión; el ELN y los disidentes de las FARC, que se dedican a lo mismo en las mismas zonas y las megabandas, dedicadas al secuestro, la extorsión, el robo de vehículos y la venta de drogas.

Este complejo panorama delincuencial es lo que está generando mayor incertidumbre sobre la viabilidad de una transición que los políticos parecen resignados a negociar. Tiempo al tiempo.