112 niñas de Chibok secuestradas por Boko Haram cumplen cinco años lejos de casa

La Voz PATRICIA MARTÍNEZ (EFE)

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Algunas de las chicas liberadas dudan entre regresar a la guerrilla o huir al verse desplazadas en la sociedad nigeriana
Algunas de las chicas liberadas dudan entre regresar a la guerrilla o huir al verse desplazadas en la sociedad nigeriana

Más de 270 adolescentes fueron capturadas en un internado y convertidas en esclavas sexuales de los yihadistas más sangrientos del África central

13 abr 2019 . Actualizado a las 14:51 h.

Cinco años después del secuestro de más de 270 adolescentes en un internado en Chibok, en el noreste de Nigeria, a manos de los yihadistas de Boko Haramtodavía hoy persiste la duda sobre el bienestar y paradero de 112 de las chicas, así como el dolor de sus familias. «No ha sido fácil. No hablamos de cinco meses, de cinco semanas o de cinco días. Hablamos de cinco años», recuerda a Efe Miriam (nombre ficticio), una de las madres de «las niñas de Chibok»; las 276 menores nigerianas secuestradas el 14 de abril de 2014 en Chibok, un suceso cuya repulsa dio la vuelta al mundo.

En un principio, pocos se creyeron la noticia, pensando que era una estratagema electoral de cara a las elecciones presidenciales de 2015, pero todo cambió cuando el grupo yihadista Boko Haram, hasta entonces desconocido fuera de Nigeria, publicó un vídeo en el que aparecían las adolescentes destinadas a servir principalmente como esclavas sexuales.

A partir de ahí, figuras internacionales como la entonces primera dama de Estados Unidos, Michelle Obama, y celebridades de Hollywood arroparon en las redes sociales una campaña que se volvió viral bajo el lema #BringBackOurGirls («Devolvednos a nuestras chicas»). El suceso había puesto, a ojos de Occidente, a Boko Haram en el mapa.

Del total de 276 niñas, después de que 56 lograran escapar y más de 100 fueron liberadas en intercambios de prisioneros, se cree que al menos 112 siguen en manos de los insurgentes, en un ambiente que cinco años después se balancea entre el ahogo recriminatorio de sus familiares y el silencio sepulcral del Gobierno nigeriano.

«Boko Haram ha sido técnicamente derrotado», se adelantó a anunciar el presidente de Nigeria, Muhammadu Buhari, en diciembre de 2015, cuando los terroristas perdieron parte del territorio que ocupaban en el nororiental estado de Borno, del tamaño de Bélgica, y se vieron obligados a retomar la táctica de guerra de guerrillas; con incursiones esporádicas y ataques bomba en mercados y mezquitas. Ataques que aún hoy ponen en jaque a las Fuerzas de Seguridad y a los Servicios de Inteligencia del país, incapaces de sofocar una amenaza yihadista muy palpable cuya estela en una década se traduce en más de 20.000 muertos, 7 millones de personas dependientes de ayuda humanitaria y al menos 2,4 millones de desplazados internos, según cifras de diversas oenegés.

Para la mayoría de nigerianos, Chibok es tan solo el reflejo de muchas otras localidades del noreste de Nigeria atormentadas por Boko Haram y sus mutaciones, después de que en 2015 su líder, Abubakar Shekau, jurase lealtad al Estado Islámico (EI) y renombrara el grupo Estado Islámico en la Provincia de África Occidental (ISWAP, por sus siglas en inglés).

Solo para que un año más tarde, el propio EI eligiera a Abu Musab al Barnawi como líder de esta nueva facción, quedando una vez más Shekau relegado al frente de Boko Haram (que significa «la educación occidental es pecado» en lengua hausa).

El 19 de febrero del 2018, Boko Haram volvió a ocupar titulares tras secuestrar a 110 adolescentes de una escuela femenina en Dapchi (noreste) de las que 5 murieron; y entre septiembre y octubre, ISWAP ejecutó a sangre fría a dos matronas del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR).

Para muchos analistas, el fin de esta guerra, con más de un centenar de ataques anuales, incluidos atentados con bomba cometidos por niños y mujeres, solo se producirá cuando Nigeria implemente, además de una respuesta militar, medidas políticas y económicas capaces de paliar la situación desesperada del norte. «Diez años de guerra son demasiados solo para derrotar a Boko Haram. (El presidente) Buhari no está combatiendo a Boko Haram, si no a estas alturas ya estaría derrotado y las chicas estarían de vuelta», lamenta Miriam, quien reclama que el Gobierno tampoco les mantiene informados de los progresos o retrocesos en esta lucha.

Sea cual sea la fórmula necesaria, para los padres que llevan ya cinco años sin ver, abrazar ni saber nada de sus hijas, la llegada de un nuevo día lejos de ellas solo significa que sus vidas siguen en peligro; conscientes de que muchas son obligadas a casarse con los terroristas, tener hijos e incluso, perpetrar atentados. «Mi hija me cuidaba y cuidaba del resto de la familia», recuerda Miriam, quien añade dubitativa que el próximo mes de junio cumpliría 21 años. «Echo de menos todo de ella», sintetiza, sin renunciar por un segundo a la esperanza de volver a verla con vida.