Una inadecuada protección jurídica de los proyectos puede comprometer su viabilidad, derivar en robos o problemas legales. Muchas «startups» carecen de ella por falta de asesoramiento
19 dic 2019 . Actualizado a las 12:29 h.Las ideas, en sí, no se pueden proteger. Cualquier idea es abstracta y solo tiene valor desde que se traduce en mecánicas, aplicaciones, objetos, colores o incluso olores. Esos elementos sí son susceptibles de protección jurídica, mecanismos legales que permiten al creador evitar su copia, reclamar su autoría y recibir los beneficios económicos que pueda generar. Es un universo legal y, como consecuencia, algo farragoso y complicado para los no expertos en la materia. También es altamente sensible: una decisión errónea puede comprometer el futuro empresarial.
El caso del cubo de Rubik, el clásico rompecabezas tridimensional con más de 40 años de historia, es paradigmático. En noviembre del 2016, el Tribunal de Justicia europeo anuló su marca, abriendo la posibilidad a que otros fabricantes pudieran imitarlo. Europa alegó que el producto tiene funcionalidades técnicas, como la capacidad de rotación, que no son protegibles con una marca, sino con una patente. Y ya es demasiado tarde para eso, porque cuando una idea se hace pública, deja de ser novedad y deja por tanto de ser patentable. Su fabricante perdió el monopolio (al menos en Europa) por un error en su protección jurídica.
También hay casos de éxito como el de la empresa española Fractus, que patentó en el año 1999 la primera antena fractal del mundo. Se trata de una tecnología que incorporan la mayor parte de los móviles y tabletas, dos de los gagdets tecnológicos más consumidos del planeta. Esta pyme ganó en los tribunales a los principales fabricantes de smartphones internacionales, a los que demandó por violar sus patentes.
Las empresas ya consolidadas suelen disponer de departamentos específicos que asesoran en la materia, aunque eso no las exime de tener problemas. Pero es un terreno en el que patinan más los emprendedores primerizos, especialmente cuando manejan innovación tecnológica con potencial, su negocio es fácilmente escalable y buscan de forma activa financiación. Es decir, en el ecosistema startup. «No son muchas las que se toman el trabajo de preguntar y asesorarse, la mayor parte de las veces por ignorancia; empiezan a trabajar y cuando tienen problemas, te llaman», asegura Ignacio Temiño, profesor de Derecho en Comillas-ICADE. Comparte esta opinión Carlota Navarrete, directora general de la Coalición de Creadores e Industrias de Contenidos Digitales. «No son conscientes de lo importante que es contar con un profesional especializado y hay muchos servicios en los colegios profesionales que son gratuitos», afirma.
Sin recursos
La falta de dinero, uno de los principales escollos de las startups, es precisamente una de las causas que están detrás de la desprotección. Cada euro cuenta. Destinar una parte a un problema que no perciben como tal no está en sus planes. La falta de formación al respecto es otra de las razones. «En las carreras se habla poco de esto», sostiene Temiño. En otros casos, aunque tengan asesoramiento a su alcance, la empresa tiene otras prioridades. «Para algunas es más importante llegar rápido al mercado, esa es la forma de proteger sus ideas -asegura Teté Vilar, coordinadora de la aceleradora Viagalicia- porque muchas propuestas son copiables pero quien llega primero tiene ventaja competitiva, se hace su hueco y capta los clientes».
Algunos de los errores más comunes son registrar una marca que no está libre (su legítimo dueño la reclamará y puede derivar en conflicto legal) o difundir el objeto de un negocio sin que esté registrado (como en el caso del cubo de Rubik ya nunca será patentable porque solo con divulgar esa información, pierde el carácter de innovación). Otro fallo habitual es hacer registros legales de la idea base pero no de los elementos que se van incorporando a medida que avanza el producto. Un potencial comprador de la idea solo tendría que pagar por la versión básica y registrada, y no por todo su desarrollo posterior, que en muchas ocasiones es lo que aporta valor añadido al diseño final y, en consecuencia, las grandes oportunidades de comercialización y los ingresos consiguientes.
Partiendo de cero, un emprendedor que quiera exponer su idea, aún no desarrollada, para recoger opiniones o testar las posibilidades de financiación, ya puede aplicar escudos mediante acuerdos de confidencialidad, que obligan a las partes a mantener el secreto comercial. Para Carlota Navarrete, además, es imprescindible darse de alta como empresa o como autónomo, de forma que cuando se registre, el producto quede vinculado a ese CIF o NIF.
Cuando la idea ya ha tomado forma, es inscribible por varias vías. La propiedad intelectual equivale a los derechos de autor y, aunque se relacione normalmente con obras artísticas o literarias, engloba también a los programas informáticos, como videojuegos y todo el universo de aplicaciones. Como parte positiva, solo por ser el creador están reconocidos los derechos, aunque no está demás registrarlo para aclarar la autoría, sobre todo si es colectiva. La parte negativa es que no protege realmente la idea, sino la expresión de esa idea, quedando fuera elementos que tienen valor comercial. «El software no está todo lo legalmente protegido que nos gustaría, por lo que tener la solución asegurada no tiene mucha relevancia a nivel de caché», lamenta Pablo Álvarez, ingeniero de SAVE, una startup viguesa del sector del big data que ha creado una solución de eficiencia energética para plantas térmicas. En su caso, han decidido registrarla, pero son muchas las pequeñas compañías del universo tecnológico que optan por no hacerlo debido a esas restricciones legales.
El camino farragoso
La segunda gran vía sería la de Propiedad Industrial, que engloba las patentes y marcas. Las marcas protegen el nombre, símbolos, sonidos y hasta olores que identifiquen el producto. Las patentes protegen inventos, soluciones técnicas novedosas con aplicación industrial. Son complicadas de conseguir por requisitos, dinero y tiempo. Exige el pago de tasas por cada país en el que se quiera proteger. Y, además del informe técnico, debe pasar una validación que puede durar años. «No es fácil ni barato, pero sí un factor diferenciador del producto, porque los clientes y colaboradores valoran que tu idea sea única» explica María Cobas, CFO de Authusb, empresa joven, de apenas un año, que desde el principio vio la necesidad de patentar su solución, un dispositivo que protege a las organizaciones de los ataques informáticos a través de USBs.
Otras startups, de forma consciente e informada, han decidido no patentar. Es el caso de Beta Implants, startup de Salvaterra que desarrolla implantes ortopédicos para mascotas. «Hay tres motivos: por recursos, porque estamos innovando constantemente y por agilidad comercial», afirma Bibiana Rodiño, directora general. «Si no podemos publicar nada del producto mientras se redacta y solicita la patente, perderíamos oportunidades comerciales, no siempre compensa», concluye. Cuándo y cómo proteger una idea de negocio no es una regla matemática sino un itinerario que se debe trazar ad hoc, lo que hace el proceso aún más desafiante.