Han transcurrido ya dos décadas desde aquel 6 de diciembre de 1998 cuando llegó a la presidencia de Venezuela por las urnas un militar retirado que antes lo había intentado, sin éxito, por las armas. Juró y perjuró no reenganchar en el cargo pero no lo dejó hasta que la muerte se lo llevó hace cinco años.
09 dic 2018 . Actualizado a las 18:45 h.Aquella venezolanos hartos de los usos y abusos de adecos (socialdemócratas) y copeyanos (democratacristianos), que durante décadas se habían repartido el botín de uno de los países más ricos y desiguales de las américas, se creyó casi masivamente el discurso anticorrupción de aquel salvapatrias que resultó un charlatán de feria. Venezuela es hoy un país agonizante, al borde del precipicio, con una inflación diario del 3 %, que acabará el año alcanzando la astronómica cifra de 2.500.000 % y con un 10 % de su población fuera de sus fronteras. Algunos han puesto tierra por medio para disfrutar del botín, pero la inmensa mayoría huye de la inseguridad, del hambre y del desabastecimiento de alimentos y medicinas.
En aquella agresiva campaña a las presidenciales de diciembre de 1998, en la que llegó a prometer «freír en aceite las cabezas de adecos y copeyanos», su principal banderín de enganche fue la lucha contra la corrupción y la convocatoria de una Asamblea Constituyente para aprobar una nueva Constitución y refundar la República. Una idea que ni siquiera era suya, ya que según recordaba en su libro El chavismo como problema el veterano ex guerrillero y periodista Teodoro Petkoff, «ya estaba en el aire, propuesta por distintos sectores y personalidades, él simplemente se la apropió».
Así fue como llogró el respaldado masivo en las urnas del 54 % de los venezolanos desencantados con un sistema político que no supo gestionar la crisis económica que agobiaba al país desde finales de los setenta, después de la borrachera de ingresos y de la enorme expansión del gasto público, provocada por el primer boon petrolero en el 72-73, que generó una inflación entre el 30 y el 40 % anual -irrisoria comparada con la actual- y unos niveles de pobreza que afectaba al 60 % de la población.
Si los gobiernos anteriores, que no se habían molestado en tomar nota de lo que escribía ya en el año 1936 el novelista y político venezolano Arturo Urlar Pietri en su famosa columna «sembrar petróleo», en la que advertía de que era un recurso limitado que había que aprovechar para el desarrollo integral de la economía del país, los de Chávez, menos.
Cuando el comandante galáctico llegó al poder el precio del oro negro andaba por los siete dólares el barril. Desde entonces no paró de subir hasta rondar los 150. Con una producción de tres millones de barriles diarios, la liquidez de la que gozó en los 11 años de mandato, no tuvo precedentes en la historia del país. El derroche, tampoco.
Su administración ha sido calificada por algunos analistas como la más incompetente de los gobiernos venezolanos desde comienzos del pasado siglo. Las obras de infraestructura iniciadas y concluidas con sus años de gobierno son escasísimas. Las pocas que inauguró fueron iniciadas en gobiernos anteriores. La construcción de viviendas, de la que tanto han presumido, tanto él como su sucesor, ha sido un fracaso estrepitoso. Los puentes se caen por falta de mantenimiento, las infraestructuras viarias fueron las heredadas y en las mismas el mantenimiento también brilla por su ausencia.
La infraestructura sanitaria pública a nivel hospitalario que heredó la dejó bajo mínimos por falta de recursos humanos y materiales. Solo creó un hospital nuevo. Su única aportación al sistema sanitario ha sido la creación de los consultorios populares y centros de diagnóstico integral que bautizó como Misión Barrio Adentro. Están atendidos por personal sanitario cubano que cobran una mínima parte de lo que paga el estado venezolano porque el resto va directamente al cubano. Una buena parte de los médicos cubanos han desertado y muchos de esos consultorios llevan años cerrados.
La incompetencia del régimen batió todos los récords con la crisis eléctrica que emergió ya en el año 2010 y sigue dejando a diario a buena parte del país a dos velas. Los cientos de millones de dólares destinados a resolver el problema han acabado en las cuentas privadas en el exterior de los denominados bolichicos, los hijos de los nuevos ricos que generó el chavismo. Así, el país mejor electrificado del continente y del Caribe hoy es el que tiene el peor servicio público de energía eléctrica.
La petrocracia chavista redujo a la mínima expresión la producción interna. Mientras brotaron los petrodólares se importaron el 95 % de los productos de consumo. Durante su mandato fueron expropiadas unas 6.000 hectáreas de tierras productivas, según datos de la Federación de Productores Agropecuarios (Fedeagro) que evidencian que el país lleva 12 años de «caída sostenida» de la producción. Antes de la llegada al poder de Hugo Chávez, Venezuela producía el 70 % del consumo nacional y actualmente solo se llega al 20 %, según su presidente, Aquiles Hopskin.
Además de tierras, según la patronal Fedecámaras, se expropiaron más de mil empresas. Hoy el parque industrial activo en el país se reduce a un 20 %. De ese el 45 % está trabajando por debajo del 20 % de su capacidad. «El otro 80 % fue muriendo desde que asumió el señor Chávez hasta ahora son empresas que han dejado de existir», asegura el presidente de la Confederación Venezolana de Industriales (Conindustria) en unas declaraciones recogidas por Efe.
Desde que hace cinco años el difunto comandante, asesorado por los cubanos ha puesto al frente del país al actual presidente, todo ha ido a peor. La caída de los precios del petróleo se ha sumado al descenso de la producción que ha bajado al millón de barriles diarios, frente a los tres de la época de Chávez. La falta de divisas, unida a la brutal del da externa y a las sanciones económicas de la comunidad internacional ha provocado una caída drástica de las importaciones de productos básicos, con el consiguiente desabastecimiento.
El abastecimiento de alimentos en los mandatos de Chávez se canalizaba a través de empresas públicas como PDVAL, una distribuidora de alimentos a precios subvencionados, más conocida como Pudreval porque una buena parte de sus importaciones se pudrieron antes de ser distribuidas, ya que el negocio estaba en las divisas obtenidas a cambio preferencial que luego acababan en el mercado paralelo, lo que se convirtió en un negocio incluso más rentable que el tráfico de cocaína, otro de los pilares de la economía criminal del país.
En la actualidad el negocio de PDVAL ha sido puesto en manos de militares que se ocupan de distribuir unas bolsas de alimentos llamadas CLAP a unos seis millones de personas. Son productos subsidiados a los que solo se puede acceder con el denominado carné de la patria.
En el balance de estas dos décadas de chavismo-madurismo lo más destacable son unos niveles de corrupción sin parangón en la historia reciente, Solo a través del suculento negocio del control de cambios instaurado hace 15 años, según los cálculos más modestos se calcula que se han esfumado más de 400.000 millones de dólares. En la nómina de beneficiarios aparecen a diario exfuncionarios chavistas, como el extesorero de la nación Alejandro Andrade, condenado a 10 años de cárcel en Estados Unidos, y exministros de Petróleo entre los que destaca Rafael Ramírez que dirigió PDVSA durante más de una década como hombre de la máxima confianza de Chávez y la convirtió en el epicentro de la corrupción del país.
Una venezolana que a sus más de noventa años le ha tocado vivir la cambiante realidad de su país en carne propia, no tardó en percatarse por qué derroteros discurría la revolución dirigida por el hijo de unos modestos maestros rurales como ella hace ya más de una década que tenía muy claro: «esto es una robolución». El paso de los años le confirmado que no estaba equivocada.