El nuevo presidente de México, López Obrador, promete en su toma de posesión luchar contra la corrupción y la impunidad y un programa que contenga la emigración
02 dic 2018 . Actualizado a las 11:08 h.Andrés Manuel López Obrador inició ayer su mandato con una tarea en mente: la de convertirse en el germen de la cuarta gran transformación mexicana, tras la independencia, la reforma liberal del siglo XIX, y la revolución de Zapata. «A partir de ahora se llevará a cabo una transformación pacífica y ordenada, pero al mismo tiempo profunda y radical, porque se acabará con la corrupción y la impunidad que impiden el renacimiento de México», dijo ayer durante su toma de posesión como presidente ante el Congreso Nacional. «No tengo derecho a fallar», afirmó, tras prometer luchar contra la corrupción y la impunidad y contener la emigración.
No lo tendrá fácil, aun así, para gobernar. Cuenta con la oposición de buena parte de la élite económica mexicana, una relación que no ha mejorado tras la cancelación del multimillonario proyecto de nuevo aeropuerto de Ciudad de México, tras un referendo convocado por él en el que el 1 % del censo electoral votó mayoritariamente en contra de su construcción. «La política económica neoliberal ha sido un desastre, una calamidad para la vida pública», señaló ayer.
También se ha encontrado las con críticas de las ONG a su proyecto de crear una nueva Guardia Nacional, con 50.000 integrantes. Human Rights Watch considera que dicha medida militarizaría la lucha contra la delincuencia, una táctica que ya fracasó durante el Gobierno del centroderechista Felipe Calderón. Es una de las tácticas, junto a la legalización de la marihuana, que utilizará para luchar contra los carteles de la droga mexicanos, y la delincuencia común, en un país que registró 31.174 homicidios en el 2017.
Como primera medida, impulsará las consultas populares. Pretende que la población decida en los próximos meses sobre la construcción de una refinería en Tabasco, su Estado natal, y sobre la duplicación de las pensiones o la necesidad de plantar árboles, entre otros asuntos.
López Obrador pasó los últimos días en su rancho La Chingada, situado en el estado de Chiapas, donde ha contado con la presencia de algunos amigos como el cantautor cubano Silvio Rodríguez, el líder laborista británico Jeremy Corbyn o el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla. «Va a ser un gran presidente, va a hacer una gran labor, es un hombre honrado que no tiene nada que ver con esos regímenes que hay por ahí», señaló Revilla.
La toma de posesión estuvo marcada por la invitación a los presidentes de Venezuela y Nicaragua, dos países sumidos en una grave crisis política, económica, y social, y cuyos mandatarios levantan las banderas de la izquierda, como el mexicano.
El presidente nicaragüense, Daniel Ortega, decidió, cancelar su visita a México a última hora, como ya hizo hace un par de semanas durante la Cumbre Iberoamericana de Guatemala. Centenares de sus compatriotas preparaban manifestaciones en su contra en la capital mexicana.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, sí viajó a México, pero no estuvo finalmente presente en la ceremonia de investidura, aunque sí planeaba estar en la recepción de líderes que se celebraría después. Maduro fue abucheado al ser nombrado por López Obrador en su discurso. Varios diputados exclamaron «¡Dictador, dictador!» y otro grupo de congresistas desplegaron un cartel en el que podía leerse «Maduro, no eres bienvenido».
López Obrador dice no estar dispuesto a inmiscuirse en asuntos internos de otros países. «Por el bien de todos, primero los pobres», dijo ayer. Comienza su mandato, que se extenderá hasta el 2024, con una popularidad por las nubes: el 78 %, según encuestas recientes.