Apenas una cosa, pero una muy importante: el acoso y el machismo están en la agenda. Por fin se habla de ello
07 oct 2018 . Actualizado a las 11:51 h.Los instantes históricos son a veces grandilocuentes, llenos de simbolismo. Deslumbrantes. Pero en la mayoría de las ocasiones, son pequeños actos que pasan desapercibidos para los que los están viviendo. El movimiento Me Too hilvana instantes impresionantes con otros que, por profanos, son los que cambian realmente las cosas. Harvey Weinstein, el todopoderoso productor que se permitía destrozar las carreras de las mujeres que no accedían a ser agredidas sexualmente ha caído con todo el peso.
Christine Blasey Ford levantó la mano derecha frente al Senado de los Estados Unidos y relató cómo había sido acosada por Brett Kavanaugh, nominado para el Tribunal Supremo por Donald Trump. Ha sufrido amenazas de muerte, su familia ha tenido que separarse por cuestiones de seguridad. Está siendo una auténtica pesadilla, y a la vez, un cambio histórico. El Senado la ha escuchado. El mundo entero la ha escuchado. Y eso es lo que realmente ha conseguido cambiar un movimiento de mujeres del sector audiovisual que ha ido permeando a toda la sociedad: el acoso, el abuso sexual y el machismo están en la agenda. Por fin se habla de ello.
El Tribunal Supremo ha fallado que el tocamiento indeseado es abuso sexual Para que las cosas existan, primero hay que ponerles nombre. O al menos, una etiqueta en Twitter. El 15 de octubre del 2017 #MeToo comenzó a salpicarlo todo. Empezó por el abuso. Hasta ese momento, la náusea colectiva se centraba en la violación, pero no en todas las otras formas de acoso que las mujeres sufren a diario. El manto de silencio se levantaba. En el debate entró de repente el miedo atroz a regresar a casa solas por la noche. Algunas ciudades implantaron el autobús antiacoso. Vigo manda a los taxistas esperar a que las mujeres entren en casa si ellas así se lo demandan. Se ha puesto sobre la mesa si los piropos no son más que otra forma de dominación sobre las mujeres, que por primera vez se sacudían el miedo, la vergüenza y la humillación y contaban qué les había pasado. Y dónde les había pasado. Esa iniciativa se llama en Galicia O Mapa do Medo, una cartografía colectiva del acoso sistemático a las mujeres.
De repente, se hablaba. Se hablaba de todas las veces que habíamos aguantado que nos gritasen obscenidades. Que nos tocasen sin nosotras quererlo. Del asco y de la impotencia. El pasado 20 de septiembre, el Tribunal Supremo terminó con un desacuerdo histórico entre los jueces: los tocamientos no deseados -que todas las mujeres han sufrido en algún punto de su vida- son abuso sexual. Y como abuso sexual deben ser penados.
A veces, la mayoría de las veces, no basta con nombrarlas. Hay que gritarlas. Gritaron las portuguesas ante una sentencia que dejaba en suspenso una condena a dos hombres que violaron a una mujer inconsciente porque se había producido en un ambiente con bebida y «seducción mutua». Gritaron que ya estaba bien. Que la cultura de la violación tenía que terminar.
Lo gritaron también las españolas tras la sentencia del juicio de La Manada. La indignación rebasó todos los límites cuando se hizo patente que la ley consideraba que lo que había pasado en ese portal era abuso y no agresión. Y cientos de miles de personas salieron a la calle a gritar que ya basta. Que las cosas tenían que empezar a ser diferentes. Otro pequeño cambio que significa una zancada enorme. El Ministerio de Justicia, esta vez, escuchó. Y nombró una comisión para que estudiase un cambio en el Código Penal. Y escogió solo a hombres. Pero Me Too estaba allí, expectante. El 8 de marzo que levantó las conciencias de cinco millones de españolas estaba allí, vigilante. Y no iba a callar más. Nunca más. Y ahí también empezaron a moverse cosas.
Primero, el Gobierno nombró a mujeres para esa comisión. Y empezó a usarse la palabra visibilidad. Las mujeres tenían que aparecer. Tenía que haber referentes femeninos en todos los campos. Las mesas de debate, los congresos, las tertulias con solo hombres no tienen sentido. Hace solo unos días, el nobel de física ha sido concedido por tercera vez en la historia a una mujer. No ocurría desde hacía 55 años. El consejo de ministros, por primera vez, es un consejo de ministras. El cartel de un congreso de opinadores llevó a la organización de otro de opinadoras en Pontevedra. Ser invisibles ya no es una opción. Cobrar menos ya no es una opción. No ascender en la carrera profesional ya no es una opción. Ni ser discriminadas, menospreciadas ni tuteladas. Eso es lo que ha cambiado Me Too. Por fin le ha dado voz a las que habían sido silenciadas.