Soraya Sáenz de Santamaría, la ambición de poder por encima de la pasión política
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La exvicepresidenta del Gobierno renuncia tras fracasar en su pretensión de obtener más cuota de poder en el PP, y su salida facilita a Casado la renovación del partido y la elección de candidatos en las autonómicas y municipales
11 sep 2018 . Actualizado a las 08:55 h.«Soy Soraya, la del PP». Cuando, en una de sus peores tardes, la exvicepresidenta del Gobierno se presentó así en el congreso de la sucesión de Rajoy, muchos compromisarios se frotaban incrédulos los ojos. Si por algo se caracterizó su carrera es por un desapego profundo de los avatares del partido. Más que una pasión política, lo suyo era pasión desenfrenada por el poder. Y tuvo mucho, hasta el punto de que ninguna otra mujer en España ha acaparado tanto como ella. Pero Soraya Sáenz de Santamaría (Valladolid, 10 de junio de 1971) ha conseguido poner fin a 18 años en la cosa pública sin que nadie le escuchara formular jamás un pensamiento político elaborado, una reflexión o una idea que permita adscribirla a alguna corriente ideológica. Eso quedaba para otros. Para ella, todo se reducía al BOE y el Código Civil.
Aunque ganó la primera vuelta de las primarias, el apoyo que recibió fue el de quienes la consideraban, no sin buena parte de razón, la elegida por Rajoy, a cuya sombra desarrolló su carrera. Pero amigos, más allá de ese círculo cerrado que ella misma forjó, los «sorayos», no deja muchos en el PP. Solo así se explica que una vez que ella pasó el corte todos los otros precandidatos, de procedencias distintas, se volcaran en apoyo de su rival, Pablo Casado, con tal de que no ganara ella.
Fracaso total en Cataluña
Inteligente, bien preparada y de verbo fácil para fustigar a la oposición, sus enemigos le atribuyen también filtraciones a la prensa para debilitar a sus principales rivales internos en el PP. Presumió siempre de eficacia en la gestión, pero cuando Rajoy, que no dejó nunca de confiar en ella, le encargó la misión de apagar el fuego independentista en Cataluña, cosechó un fracaso rotundo que es el que, en buena parte, explica el declive del PP. Cuando el secesionismo estaba ya en abierta desobediencia y lanzado a saltarse todas las leyes, ella fue la responsable de la llamada operación diálogo. Llegó a tener despacho en Barcelona y a creer que con su presencia constante en Cataluña y un puñado de concesiones al independentismo acabaría con el problema. En plena escalada separatista, se dejaba fotografiar sonriente junto a un Oriol Junqueras que, mientras con una mano la cogía del hombro, con la otra preparaba desde la vicepresidencia de la Generalitat el golpe que le llevó a prisión hace ya casi un año.
Pero, una vez fracasada esa operación diálogo, Santamaría asumió la tarea de impedir que el golpe se consumara con el referendo del 1 de octubre. Y, pese a tener bajo su mando el CNI, la misión se saldó con un nuevo fiasco. Fue ella la que aseguró que la consulta no llegaría jamás a realizarse y la que le hizo afirmar lo mismo a Rajoy, sin explicar a nadie cómo iba a impedirlo. Llegado el día, la aparición de miles las urnas que nadie fue capaz de detectar, el desastre organizativo del despliegue de policías y guardias civiles, la incapacidad de abortar la votación y la consiguiente declaración de independencia de Puigdemont dejaron su prestigio bajo mínimos.
Pese a todo, fue también la encargada de aplicar el artículo 155, que la convirtió en presidenta de facto de la Generalitat. Frente al criterio de muchos en el PP, optó por una aplicación de mínimos del precepto y lo más corta posible. Algo que al final se reveló del todo insuficiente, porque el secesionismo siguió adueñándose de las calles y mantuvo su desafío. El resultado fue el descalabro del PP en las elecciones catalanas y el triunfo de Ciudadanos.
Tras su derrota en las primarias, y perdida ya toda posibilidad de conseguir su ambición de convertirse en la primera mujer presidenta del Gobierno, ha preferido dejar la política que integrarse. Trabajar para otros en el partido nunca fue lo suyo.
Sáenz de Santamaría abandona la política
«Esta mañana he comunicado al presidente del Partido Popular, Pablo Casado, mi voluntad de abandonar la actividad política y emprender otra etapa en mi vida». La exvicepresidenta del Gobierno Soraya Sáenz de Santamaría ponía fin ayer con un frío comunicado a 18 años de vida política en el PP. Después de su derrota en las primarias celebradas en julio, en las que aspiraba a convertirse en la sucesora de Mariano Rajoy, Sáenz de Santamaría anunció su retirada tras una «profunda reflexión y desde el convencimiento de que es lo mejor tanto para la nueva dirección del PP» como para su familia y para ella misma. La espantada no cogió por sorpresa al nuevo líder del PP, Pablo Casado, que, aunque llevaba tiempo ofreciéndole un asiento en el comité ejecutivo sin obtener respuesta, recibe ahora con alivio el anuncio de su despedida, cerrando así definitivamente las heridas internas y el riesgo de que el sorayismo creara una corriente crítica. La exvicepresidenta dejará su escaño en el Congreso, en el que llevaba desde el año 2004.
Defiende su gestión en Cataluña
Casado y Sáenz de Santamaría no lograron llegar a un acuerdo que colmara las aspiraciones de la ex número dos del Gobierno, que exigía una cuota de poder equivalente al porcentaje de votos que obtuvo en las primarias (43,5 %). Casado, que se negó desde un primer momento, se limitó a agradecerle a través de Twitter su entrega al partido y a España y le deseó suerte en su nueva etapa. Sáenz de Santamaría expresó en su despedida la lealtad a Mariano Rajoy, de quien dijo que ha sido «un honor» trabajar junto a él en la tarea que culminó «en un Gobierno que supo sacar» al país «de la mayor crisis económica de su historia reciente» y «cuyo pulso no tembló a la hora de defender la unidad de España y los derechos de todos los españoles». Aludía así a su polémica gestión frente al desafío independentista catalán en Cataluña, criticada por algunos en su propio partido.
La marcha de Sáenz de Santamaría cierra también definitivamente la etapa de Rajoy en el PP, marcada por una política de pura gestión, más que ideológica, de la que ella era continuadora, facilitando así a Casado la renovación del partido y la designación de candidatos para las autonómicas municipales y europeas.