Una víctima de un cura pederasta de Pensilvania: «A los 10 años me tocó, a los 11 ya me había violado»

Alfonso Fernández EFE

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CARLOS BARRIA | Reuters

John Delaney sufrió abusos en la década de los ochenta. Aunque a sus 45 años sigue rezando la misma oración antes de dormir, se ha distanciado de la religión. «Dios no estaba a mi lado cuando fui violado. Grité pidiendo ayuda, y no acudió»

17 ago 2018 . Actualizado a las 17:22 h.

«Cuando tenía 10 años, llegó a la parroquia y comenzó con los tocamientos, a los 11 ya me había violado (...). Destrozó mi alma y se llevó mi infancia», relata a Efe John Delaney, una de las víctimas de los abusos de curas de la Iglesia Católica en Estados Unidos, desvelados en un escalofriante informe.

La Corte Suprema de Pensilvania publicó esta semana un reporte de un gran jurado que documenta 300 supuestos casos de «sacerdotes depredadores» sexuales en seis de las ocho diócesis del estado, tras investigar denuncias de abusos de menores, informe en el que identifica a 1.000 menores como víctimas desde 1940. Delaney, que ahora tiene 48 años, fue uno de ellos. «Se llevó mi infancia, y eso es algo que no se puede recuperar. Me convenció de que mis padres sabían lo que estaba haciendo y lo aprobaban, que era algo que no estaba mal», agrega en una entrevista telefónica con Efe al recordar los abusos del cura James Brzyski, considerado uno de los más brutales de la archidiócesis de Pensilvania.

Los abusos se produjeron en la década de 1980 en un barrio del noreste de Filadelfia, donde el nuevo párroco comenzó a reclutar a los monaguillos que le asistirían en la misa. «Fui uno de los escogidos: a los 10 años me tocó, a los 11 ya me había violado», indica. Delaney dice que su comportamiento cambió totalmente tras los abusos de Brzyski, quien falleció en el 2017 sin ser condenado, ya que pasó de ser un chico tímido y estudioso a ser violento y faltar a clase constantemente. «Mis padres me llevaron a este sacerdote para que me aconsejase. No sabían que justamente me estaban enviando al depredador», lamenta aún emocionado.

Como muchas otras víctimas, Delaney sufrió problemas de alcoholismo y drogadicción en los años posteriores, y tuvo que abandonar Filadelfia abrumado ante el recuerdo del sacerdote pederasta. «Me mudé hace más de 11 años. Era demasiado. No podía pasar por delante de la iglesia, tenía demasiados recuerdos. Me era imposible estar en determinados lugares, despertaban emociones terribles», subraya. «Y todavía tengo que lidiar con ello -añade-, está conmigo todos los días».

Delaney carga contra la impunidad generalizada en la Iglesia Católica, puesto que al sacerdote «lo habían trasladado previamente de tres parroquias, con sigilo, pese a que sabían que abusaba de niños y era un pedófilo confeso». «Honestamente, creo que los seminarios son criaderos de pedófilos. Los pederastas se encuentran en un lugar seguro dentro de la Iglesia. Tienen acceso a niños, y la gente confía en los sacerdotes. Los pederastas se esconden tras sus sotanas y saben que la Iglesia les va a proteger si se meten en problemas», reflexiona.

Tras más de 15 años trabajando en la organización SNAP, que ayuda a víctimas de abusos sexuales, critica la hipocresía de la jerarquía católica y desconfía de las disculpas vertidas tras el informe en Pensilvania. «Sabían perfectamente que se estaba abusando y violando a niños, y no hicieron nada. Las oraciones no significan nada. Solo se disculpan ahora porque les descubrieron», denuncia.

Especialmente frustrado se encuentra con la inacción del papa Francisco: «Tenía esperanzas con este papa, pensé que iba a actuar. Pero solo he visto palabras, más de lo mismo». Por eso, a juicio de Delaney, lo más doloroso es el encubrimiento, que considera que «es casi peor que el abuso». Como consecuencia de ello, y de que casi todos los casos son demasiado antiguos como para ser juzgados, ya que son anteriores al 2000, no habrá justicia para las víctimas.

Aunque sigue rezando la misma oración al irse a dormir, afirma que se ha distanciado del sentimiento religioso. «No creo en el Dios en el que la Iglesia Católica me enseñó a creer. Dios no estaba a mi lado cuando fui violado. Grité pidiendo ayuda, y no acudió», zanja.