Huerta, elegido por Sánchez al fallarle otras opciones, accedió al ministerio entre críticas y se marcha a la fuerza
14 jun 2018 . Actualizado a las 07:10 h.Màxim, el Breve. Màxim Huerta (Utiel, Valencia, 1971) no ha logrado aguantar ni una semana al frente del Ministerio de Cultura y Deporte. El excolaborador del programa de Ana Rosa ya entró con mal pie en el Gobierno. Su hoja de méritos daba la nota en comparación con las del resto de los ministros que Sánchez eligió para armar su equipo: un astronauta para Ciencia y Universidades, la gallega avalada por Bruselas encargada de administrar un billón de euros al año... Y el que no tenía un currículo tan extraordinario, al menos está dentro del círculo de confianza del presidente en el partido, como el ministro de Fomento, José Luis Ábalos, o la encargada de la política territorial, Meritxell Batet, nombres que forman parte de un complicado juego de pesos y contrapesos sobre los que se construyó este Gobierno. Pero, ¿Màxim? Muy pocos entendieron su nombramiento.
No fue, ni mucho menos, la primera opción del presidente. Los escritores Elvira Lindo y Antonio Muñoz Molina rechazaron la oferta. Y Huerta estaba ahí, de cuarto plato. El tiempo para organizar al equipo tampoco sobraba y el presidente del Ejecutivo decidió reclutar a un viejo amigo. Una prueba de este gran desbarajuste se encuentra en la manera en la que se oficializó su nombramiento. Mientras el resto de los nombres se fueron filtrando a la prensa para colocar titulares que alababan el preparado y equilibrado Gabinete que estaba confeccionando, el nombre de Màxim Huerta fue el único que se reservó el presidente para anunciarlo en su intervención en la Moncloa del pasado miércoles tras haberle comunicado al rey la estructura de su Gobierno.
Huerta es un viejo amigo en el que Sánchez confiaba que tuviera cierto encaje dentro del mundo de la Cultura y del que le acabaron convenciendo sus dotes como comunicador. Pero el mundo de la cultura rechazó de plano el perfil. Sus méritos en este campo tan sembrado de egos exacerbados se limitaban a la publicación de un par de novelas aborrecidas por la crítica y que han pasado sin pena ni gloria entre el público. Una de ellas resultó premiada, pero varios conocedores de este mundillo apuntaron a que sin duda respondía a un pacto entre editoriales y televisiones en busca de una mayor repercusión con la única intención de vender. Ya se sabe que hay mucha gente que ve la tele, y los rostros conocidos suponen siempre un importante tirón en las librerías.
Y si en Cultura no tenía un gran bagaje, mucho menos en la otra pata de su ministerio: Deportes. Tan pronto como se oficializó su nombramiento, salieron a la luz multitud de tuits publicados hace un par de años en los que no solo admitía que no tenía ni la menor idea, sino que directamente lo aborrecía. Los aficionados al toreo también pudieron comprobar cómo la cartera a la que pertenece este espectáculo se encontraba en manos de una persona partidaria a su liquidación.
Huerta, consciente de que sus tuits tenían difícil explicación, compareció el pasado jueves en el mismo ministerio en el que ayer oficializó su marcha para recoger la cartera a manos de su antecesor, Íñigo Méndez de Vigo. Mostró su arrepentimiento y pidió un voto de confianza. «Son cosas del pasado, juzgadme por lo que haga a partir de ahora», vino a decir. Para reconciliarse con el mundo del deporte, el fin de semana, su único fin de semana como ministro, cogió un avión a París para presenciar la final del Roland Garros. En el palco se mostraba pletórico con su sombrero disfrutando del triunfo de Rafa Nadal, como si fuese un gran apasionado del tenis. Incluso consiguió la foto con el campeón al finalizar el partido. Ayer, al anunciar su salida, incapaz de resistir a unas irregularidades con Hacienda, aseguró hacerlo en beneficio de la cultura. Ni una palabra sobre el deporte.