La segunda resurrección de Pedro Sánchez

César Rodríguez Pérez
César Rodríguez LA VOZ / REDACCIÓN

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César Quian

El líder del PSOE, defenestrado por los barones socialistas en otoño del 2016 y protagonista de una investidura fallida en el 2015, se perfila como presidente del Gobierno

31 may 2018 . Actualizado a las 18:27 h.

Pedro Sánchez (Madrid, 1972) parecía un cadáver político en octubre del 2016. En una noche de cuchillos largos en Ferraz, los barones del PSOE lo habían defenestrado tras haber sido en dos ocasiones candidato a presidente del Gobierno y de haber conocido la hiel de una investidura fallida en febrero de aquel año. 

Muy pocos confiaban entonces en la suerte del político madrileño, que incluso abandonó su escaño para ser coherente con su «no es no» y evitar apoyar a Rajoy en aquella polémica investidura que habilitó la abstención ordenada por la gestora socialista que dirigía el asturiano Javier Fernández e impulsaba la andaluza Susana Díaz. 

Sánchez se fue a su casa y dejó un partido dividido. Aunque prometió volver. Adoptó como uniforme una cazadora de cuero marrón y peregrinó por diferentes agrupaciones socialistas de todo el país. Se encomendó a la militancia del PSOE. Y esta le respondió con auditorios abarrotados y fervor. El líder caído, hasta entonces poco carismático y que no había conocido más que reveses en las urnas, se había convertido en un símbolo de rebelión contra el oficialismo. 

Aquellos llenos fueron el preludio de lo que ocurrió en las primarias socialistas de mayo del 2017, las que enfrentaron a Sánchez con su némesis, Susana Díaz, y con el exlendakari Patxi López. El madrileño ganó con autoridad y retomó las riendas del partido.

Pedro Sánchez había protagonizado su primera resurrección. Sin elecciones a la vista, cosechó los réditos de cierta ola de calor popular con una cierta mejora del PSOE en las encuestas, pero no logró capitalizar el desgaste del PP y devolver a los socialistas a cifras de tiempos mejores. La política española había cambiado. El cuatripartidismo había venido para quedarse. Y estar fuera del Congreso le restaba visibilidad. La soñada Moncloa quedaba muy, muy lejos. 

El tsunami independentista voló por los aires la estabilidad del país en septiembre del 2017. Sánchez cerró filas con el Gobierno, respaldó la aplicación del artículo 155 de la Constitución y se mantuvo unido al frente constitucional que formaron con PP y Ciudadanos para hacer frente al desafío secesionista, pero se mantuvo fiel al espíritu del «no es no» a la hora de rechazar los Presupuestos de Rajoy.

El final de la legislatura parecía muy lejano cuando el 23 de mayo el PNV dio carta blanca a las grandes cuentas del Estado, pero dos días después la demoledora sentencia de la Gürtel (condenó al PP por corrupción y puso en cuestión la credibilidad de Rajoy) provocó un terremoto político de magnitud desconocida.

Pedro Sánchez aprovechó la oportunidad. Presentó una moción de censura de manera casi inmediata, sin más respaldo que el de los 84 diputados de su partido, muy lejos de los 176 que establece la ley para tumbar a un presidente del Gobierno y poner a un candidato alternativo en su lugar. Entonces parecía abocada al fracaso. Y el lunes la situación no había mejorado mucho.

Contaba con el respaldo de Unidos Podemos, pero no era suficiente. Con la puerta de Ciudadanos cerrada (su antiguo socio galopaba en las encuestas a lomos del conflicto catalán y solo quería una cosa, elecciones), solo quedaba una posibilidad, sumar los votos de los grupos catalanes (ERC y PDECat) y del PNV, y sin dar contrapartidas a cambio. 

Cuando subió el secretario general del PSOE a la tribuna a defender su moción, no sabía qué iba a pasar. Una vez más, la llave la tenían los cinco diputados de los nacionalistas vascos. Fueron los mismos que dieron estabilidad parlamentaria a Rajoy los que precipitaron su caída y la ascensión de Pedro Sánchez, curioso caso de líder político capaz de resucitar dos veces, primero en su partido y después en la política española: tiene a su alcance un reto mayúsculo, gobernar en inmensa minoría. Y también un premio: formar parte de un club muy selecto, el de los presidentes de la democracia del 78.

Repitan conmigo: Adolfo Suárez, Leopoldo Calvo Sotelo, Felipe González, Jose María Aznar, José Luis Rodríguez Zapatero, Mariano Rajoy y, lo que parecía imposible hace poco tiempo ¡Pedro Sánchez!