Iñaki Urdangarin, el hombre que sentó en el banquillo a la monarquía

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Aquel chico rubio en el que la infanta Cristina se fijó durante un partido de balonmano en Atlanta 96, atento marido, yerno ideal, acabó siendo una estafa. Durante los años 2007 y 2008, llegó a defraudar a la Agencia Tributaria 326.000 euros

12 jun 2018 . Actualizado a las 23:04 h.

Iñaki Urdangarin «se dio» su primer paseíllo a las puertas de los juzgados de Palma el sábado 25 de febrero del 2012. Pero la pesadilla del yerno del rey hoy emérito había comenzado ya casi dos años antes, en julio del 2010, con la decisión del juez Castro de emancipar del caso Palma Arena la investigación sobre los negocios de Urdangarin y su socio Diego Torres en las entrañas del Instituto Nóos. Algo le olía mal. Las cuentas de la institución catalana, presidida por el exduque de Palma y concebida como una suerte de ONG de patrocinio y mecenazgo, llevaba un tiempo registrando movimientos como mínimo curiosos. Entre sus clientes, titanes empresariales como Telefónica o Repsol, y un buen puñado de administraciones autonómicas que filtraban a dedo en sus arcas euros a mansalva.

Entre el 2004 y el 2006, el instituto recibió 2,3 millones del Gobierno balear por la organización de unas jornadas; del Ejecutivo valenciano, algo más de tres. En total, Hacienda calcula que del 2002 al 2010 Nóos ingresó cerca de 16 millones de euros y la investigación detectó que más de la mitad  de lo facturado por la asociación estaba siendo desviado a empresas del propio yerno del rey, entre ellas, Aizoon, de la que la infanta Cristina era cotitular. Urdangarin, aquel rubio guapito en el que la mediana de los hijos del monarca de España se había fijado durante un partido del equipo español de balonmano en los Juegos Olímpicos de Atlanta de 1996, el medallista con estudios, el marido ideal, resultó ser una estafa.

El 30 de abril de 1997, la Casa del Rey anunciaba oficialmente el compromiso de Cristina de Borbón e Iñaki Urdangarin; él de 29 años, ella de 32, primera mujer de la monarquía española con título universitario, independiente, ambiciosa. En el deportista de élite, de lúcidas neuronas, buena planta y mejor familia -hijo de un baquero del PNV y de una belga de ascendencia noble-, había encontrado la horma de su zapato y el 4 de octubre, resplandecientes ellos -vestido marfil de Caprile, tiara de flores-, se dieron el sí quiero en la catedral de Barcelona, ventanas y balcones llenos de ramos, cientos de miles de personas en las calles pendientes de cada uno de sus movimientos. El ágape, generoso, se celebró a continuación en el palacio real de Pedralbes, alto distrito al que la pareja se mudaría siete años más tarde tras adquirir un inmenso palacete de tres plantas y más de mil metros cuadrados por 5,8 millones. Invirtieron otros tres más en reformas varias. Demasiado dinero, incluso para una infanta y su esposo. Incluso si se le resta el millón que el rey reconoció haberles prestado. 

Ese disparatado derroche fue el primer gran síntoma, reflejo de su descaro, pero la alarmas tardaron todavía dos años en saltar. Lo hicieron cuando el propio Juan Carlos de Borbón se vio obligado a tirar del freno pidiéndole que pusiese fin a sus actividades empresariales. Iñaki, obediente, se despidió del instituto Nóos y tomó asiento en un despacho de Telefónica, multinacional que oportunamente lo ascendió en el 2009 a presidente de la Comisión de Asuntos Públicos para Latinoamérica y Estados Unidos. Había llegado la hora de quitarse de en medio: hizo las maletas y, junto a su esposa y sus cuatro hijos -Juan, Pablo, Miguel e Irene-, se trasladó a Washington. 

Desde esa suerte de exilio, Urdangarin y la infanta contuvieron la respiración. De poco les sirvió la técnica del avestruz: bastaron unos pocos meses para la policía encontrase en los registros relacionados con el caso Palma Arena documentos comprometidos sobre convenios de colaboración entre los Gobiernos valenciano y balear y el Instituto Nóos. En noviembre del 2011, la Zarzuela renegó del que un día fue objeto de orgullo, tan formado, tan atlético, tan elegante él, y tres meses más tarde el exduque de Palma fue citado a declarar como imputado.

La mejor defensa es el ataque, debió pensar entonces el exbalonmanista. Solo así se explica la encarnizada guerra que en ese mismo momento le declaró a Diego Torres, antiguo socio y también amigo, a quien acusó sin que le temblase ni un poco la voz de ser el artífice del montaje de sociedades instrumentales. Él respondió con la misma moneda y un bonus track: un goloso compendio de correos electrónicos que acabaron de quitarle la careta al yernísimo.

La hornada de correos dejó al descubierto la verdadera cara de Urdangarín, pero no solo la suya, también la de la infanta Cristina, enfangada hasta el cuello. Con ellos, quedó probado que el exduque de Palma mantenía bien informado de sus movimientos al rey Juan Carlos, que su esposa estaba al corriente de todo acuerdo que él rubricaba y que, además, ejecutaba sus chanchullos sin escrúpulo alguno, riéndose, en calidad de «duque empalmado», de la España que un día vio en él la gran esperanza para renovar y modernizar la monarquía.

Hoy, condenado inicialmente a seis años y tres meses de prisión por, entre otros delitos, prevaricación, fraude y tráfico de influencias, Iñaki Urdangarin se prepara para ingresar en prisión. El Supremo acaba de ratificar una pena que ha rebajado a cinco años y diez meses, por lo que el exduque de Palma todavía podría quedarse cómodamente en su casa hasta que se resuelva el recurso que previsiblemente interpondrá ante el Constitucional. Nadie le retiró el pasaporte a pesar de estar procesado. Durante el último año, se le permitió extraordinariamente cumplir el requisito penitencial de presentarse mensualmente ante las autoridades en su exilio de Suiza. Ella, absuelta de dos delitos fiscales, se libró del castigo. Se acaban siete años de espera. Veremos si finalmente le veremos entre rejas.