Estados Unidos incluso ha perdido capacidad tecnológica para llevar astronautas a la Estación Espacial y tiene que echar mano de cohetes rusos
06 jul 2019 . Actualizado a las 17:33 h.Hace 45 años Gene Cernan, astronauta del Apolo 17, dejaba la última huella de un ser humano sobre la superficie lunar. Desde entonces la exploración humana se ha ceñido exclusivamente a la órbita baja de la Tierra. Pero que no hayamos regresado al satélite no significa que no estuviésemos allí. Este es uno de los principales argumentos del movimiento que niega la llegada del hombre a la Luna. Para entender esa pérdida de interés es imprescindible recordar el origen de la carrera espacial. En los años de la Guerra Fría, la tensión entre la Unión Soviética y los Estados Unidos traspasó las fronteras de nuestro planeta. La ciencia y la tecnología fueron los grandes beneficiados de este conflicto. En solo una década, la potente inversión en las respectivas agencias espaciales permitió llevar a un hombre al espacio, Yuri Gagarin y el alunizaje del Apolo 11, que decantó el pulso del lado de los americanos. Sin embargo, tras ese hito protagonizado por Neil Armstrong, no había más ambición. El hombre viajó al satélite natural por motivos políticos y no científicos. Así que la Nasa programó seis misiones más y en diciembre de 1972 abandonó las misiones Apolo.
Ninguno de los presidentes posteriores se preocupó por recuperar aquellos días gloriosos de exploración humana. Por el camino Estados Unidos incluso ha perdido capacidad tecnológica para llevar astronautas a la Estación Espacial y tiene que echar mano de cohetes rusos.
Esta semana, coincidiendo con el aniversario del Apolo 17, el presidente Trump, ha firmado la orden Space Policy Directive 1, para que la Nasa retome las misiones humanas a la Luna. En su discurso señaló que esta iniciativa busca «impulsar la exploración humana del Cosmos» y añadió también que «en esta ocasión no solo dejaremos banderas sino que crearemos colonias permanentes en mundos como Marte». Trump señaló que el satélite debe convertirse en la base para realizar los futuros viajes por el Sistema Solar e incluso más allá.
Pero Trump no es precisamente un hombre de ciencia. Por ello, este anuncio parece estar dirigido más bien a China. El gigante asiático, que rivaliza con Estados Unidos como principal economía mundial, está apostando fuertemente por el espacio y, prueba de ello, es la presencia en la superficie lunar desde 2013 del robot Chang'e-3. Ahora mismo el país comunista parte con clara ventaja en el nuevo pulso que podría estar a punto de librarse. Otra vez puede ser positivo para la ciencia, pero esta se alimenta de curiosidad y sin ella no es posible la aventura del Cosmos.