La importancia (o no) de la fidelidad en pareja

Iván Rotella

ACTUALIDAD

Un concepto que difícilmente las parejas negocian, hablan o se cuestionan. Darlo por supuesto nos lleva a sorpresas, sustos, daños y destrozos emocionales

19 nov 2017 . Actualizado a las 09:13 h.

Hace unos años presenté una ponencia que llevaba por título Parejas estables: La gestión del deseo erótico. La ponencia era muy sencilla y partía de una premisa más sencilla todavía: «El amor suele ser exclusivo y concreto mientras que el deseo es variado, promiscuo, libre». Esta simple premisa, evidentemente muy matizable, generó en la mayoría del alumnado presente (universitarios y universitarias de entre 21 y 25 años, estudiantes de un amplio y dispar abanico de disciplinas) un encendido debate, visceral, y cuya base no solían ser más que ciertos estereotipos, prejuicios y miedos con respecto a plantear otros modelos de relación de pareja, que aceptasen y adaptasen la premisa a su realidad.

El asalto a la aparentemente sacrosanta institución de la pareja en esta supuesta sociedad aconfesional en la que vivimos genera incomodidad, malestar y poca reflexión y debate sosegado. Por supuesto, el planteamiento siempre es el más abierto posible, de respeto a las peculiaridades de cada persona, de cada pareja, a sus diferentes divertimentos eróticos, diversas personalidades y diferente manejo y vivencia de eso que llamamos «amor». No importa, les molesta que se planteen alternativas y se hable de visibilizar planteamientos que creen absolutamente minoritarios y que son minoritarios precisamente por que no suelen verse planteados. En la consulta sexológica el amor estorba más que ayuda y muchas veces me hace dudar de su utilidad y/o su significatividad universal (¿es universal?). Si cada persona vive su deseo y su erótica de forma personal, la vivencia e importancia del amor roza lo patológico en cada proceso de «enamoramiento» y sobre todo, en el intento desesperado, muchas veces, de mantener ese enamoramiento. Y muchas parejas conviven con la imposición de ese enamoramiento que se presupone, sin hablar, sin negociar, sin crecer.

El análisis de una afirmación del tipo de «sin las constricciones culturales, nuestras orientaciones sexuales derivarían en varias relaciones sexuales paralelas de diferente profundidad e intensidad, como nuestras amistades, que varían entre ellas» sacada del libro En el principio era el sexo, de Christopher Ryan y Cacilda Jethá (Colección Transiciones, 2012) da mucho que pensar. Las relaciones de pareja, desposeídas de concepciones morales, tendrían que estar en permanente evolución, en permanente estado de revista y ser un buen tema de conversación periódico en cada pareja. Si tu pareja está construida y basada en una moralidad o fe concreta, pues adelante, es tu opción y sabes por dónde te vas a mover, hasta dónde, cómo, cuándo, etc... ¿Pero y si no es tu caso? Todas las parejas evolucionan, crecen, se desarrollan, avanzan y se dirigen hacia donde ambos miembros de la pareja deseen, pero, ¿ese viaje es propio y libre o es dirigido socialmente, tradicionalmente, culturalmente? Plantear modelos diferentes y, sobre todo, aceptar que la pareja estable no convierte el deseo en algo exclusivo (salvo en ocasiones durante ese intenso y breve proceso de «enamoramiento») genera tensiones, miedos, inseguridades e incluso fracasos por motivos que una buena y habitual comunicación hubiese minimizado en muchos casos.

La fidelidad es un concepto inherente a muchas confesiones religiosas que difícilmente las parejas negocian, hablan o se cuestionan, pertenezcan o no a esa confesión religiosa. Dar por supuesto la fidelidad nos lleva a sorpresas, sustos, daños y destrozos emocionales. Y cuando lo  exponen en la mesa del despacho de tu consulta descubres que no solo no se ha negociado nunca la fidelidad, ni siquiera lo que cada quien entiende por fidelidad. Simplemente entienden que es y debe ser siempre así y ya está. Y  lo habitual es que se de por hecha una concepción y una construcción de la fidelidad socialmente aceptada y asumida. Cuestionarla, parece ser, es cuestionar la base misma de lo que nos da identidad como pareja, de lo que nos construye como tal y nos diferencia de «otras cosas». Es decir, es simplemente la gestión de ese deseo erótico en forma de concepto de fidelidad lo que parece hacer a una pareja ser pareja.

¿Y los celos?

No me olvido de un concepto aquí clave: los celos. Las situaciones que pueden provocar celos en una pareja son muy amplias y variadas pero pueden llegar a arreglarse en casi todos los casos con algo tan sencillo como la COMUNICACION, la CONFIANZA y el RESPETO en pareja. Si los celos forman parte de un comportamiento patológico, quizá pueden tratarse simplemente de un síntoma más de algún trastorno que necesita una buena psicoterapia o un profesional de la psiquiatría competente. Pero en el resto de los casos, los celos se pueden minimizar cuando conseguimos verbalizar qué los provoca, ajustamos qué los provoca e intervenimos en eso que los provoca. Se atribuye a Miguel de Cervantes la frase: «Puede haber amor sin celos pero no sin temores». Muy bien, pues trabajemos esos temores. Todas las inseguridades propias o ajenas, problemas de autoestima, miedos o cualquiera que sea la motivación de esos celos se ve diluida cuando la comunicación en pareja es fluida desde el principio y ambos miembros de la pareja saben, conocen, entienden y crecen construyendo una realidad propia  conociendo, profundizando y respetando en todo momento al otro con sus matices, peculiaridades y variables que nos han llevado a querer compartirnos con esa persona.

Cuando notemos que los celos están alterando nuestro estado de ánimo y nuestro comportamiento en pareja es el momento de: 1) Confiar en nuestra pareja y contarle que nos pasa, 2) Analizar juntos si esos celos tienen una base real o son ficticios, 3) Revisar buenos hábitos de pareja que hayamos perdido y recuperarlos, 4) Negociar comportamientos en sociedad, fuente de muchos conflictos que se solucionarían si los clarificásemos y llegásemos a los acuerdos adecuados, 5) Si en pareja no podemos aplicar todo lo anterior, buscar a un/a profesional de la Sexología que nos ayude.

Si le damos a la fidelidad la importancia que consideremos oportuna y la desarrollamos para darle el significado que nosotros queramos darle; si tenemos los celos integrados y aceptamos lo que sentimos y, sobre todo, lo que deseamos, vamos a aumentar exponencialmente nuestras probabilidades de llegar a tener una vida en pareja (si es lo que se quiere, evidentemente) estable, en el amplio sentido de la palabra. Las parejas tendrían que parecerse a las personas que las componen y son esas personas las responsables de darle la singularidad que mejor se adapte a ellas. Por supuesto, siendo conscientes de que «la pareja» no solo no es inmutable sino que está en permanente estado de análisis, ajuste, cambio o lo que nos dé la gana, es la nuestra, es nuestro concepto de pareja, es nuestra vivencia de pareja y se parecerá o no a otras, pero sobre todo, cubrirá nuestras expectativas compartidas e, incluso, las personales. Quizá esto haría que trabajásemos menos en terapia pero seguramente nos iría mucho mejor, manifiestamente mejor en nuestras relaciones.

Nuestro papel como profesionales de la Sexología seguramente debe ser el de proponer alternativas, cuestionar las que se plantean si NO funcionan y ampliar el abanico de posibilidades, así como enseñar a usar ese abanico. Ya decía Don Gregorio Marañón, insigne médico sexólogo español, que «es una ley inexorable en la vida de los sexos la acción anafrodisíaca de la costumbre». Por supuesto, nuestra moralidad debe quedar al margen, por una cuestión claramente ética y también bastante práctica, lo contrario puede significar meternos en un jardín de difícil salida. Démosles a nuestras parejas algo en que pensar y, sobre todo, planteemos mucho mejor cómo disfrutar de las relaciones y del deseo; pero de la verdadera realidad y naturaleza del deseo, y por supuesto, de las relaciones, todas las relaciones…

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