La muerte de la turista española obliga a regular las visitas a las zonas más pobres de Río
05 nov 2017 . Actualizado a las 17:27 h.Pocos días después de que la policía militar brasileña matara por error a la turista española María Esperanza Ruiz Jiménez, que se había adentrado en la favela da Rocinha con su guía turístico, Madonna se sacaba una foto en Providência, vestida de camuflaje, y acompañada por agentes armados. La foto provocó una oleada de críticas, por entender que la cantante frivolizaba con la violencia cotidiana que se vive en las zonas más pobres de Río de Janeiro, algunas de ellas intervenidas militarmente por la guerra entre traficantes. Pero el de la reina del pop es el ejemplo más claro de la fascinación que ejerce en los foráneos la favela, convertida en foco de turismo a pesar de los riesgos que puede conllevar y del debate moral que supone el «efecto zoo» para sus residentes.
Madonna consiguió con su foto el efecto opuesto al que logró Michael Jackson en los 90, cuando rodó en la favela Dona Marta el videoclip de They don’t care about us. Jackson dio visibilidad a la realidad de la pobreza en Río, se acercó a sus habitantes y estos se lo agradecieron con una estatua y murales que hoy son visitados por turistas, en su mayoría extranjeros y blancos. Justo por esa época comenzaron a hacerse habituales los tours como los que contrató la gaditana. «Los turistas quieren conocer mejor la ciudad y nuestra cultura, y Río de Janeiro tiene más de 100 favelas que forman parte de todo eso», explica Rejane Reis, de Exotic Tours, una empresa que lleva 25 años acercando a quien quiera a esa realidad. «La expectativa general de los extranjeros que visitan las favelas es confrontar lo que han escuchado y la imagen que tienen con la realidad», abunda Marcelo Armstrong, responsable de Favela Tour.
Los turistas pueden contratar estas visitas a favelas como Rocinha (la más habitual porque, coincidiendo con el bum turístico brasileño, estaba considerada como pacificada por la policía) a partir de 25 euros por unas 3 horas. Los operadores aseguran que la visita no tiene riesgo si se toman las precauciones debidas. En la práctica, organizar una gira a la favela implica que el guía pregunte a sus contactos dentro de la comunidad cuál es la situación. «No se entra en una favela con un coche de ventanas oscuras y cerradas. Para hacer turismo allí, tienes que conocer su ley», sentencia Reis. El coche de la turista española tenía las ventanas cubiertas con un revestimiento negro muy habitual en Brasil para aislarse del sol y de las miradas indeseadas. La policía lo asoció a un elemento sospechoso y disparó.
Armstrong señala a la situación de caos en la ciudad y la quiebra económica: «La seguridad pública no funciona. La ciudad está sitiada por bandidos y gobernada por bandidos. El único resultado de la muerte de la turista española es que quieren reglar el turismo de favelas, cuando el único responsable fue un fallo de seguridad pública». El Gobierno estatal reaccionó con un proyecto de ley de urgencia para regular este tipo de turismo tras la muerte de la visitante española y de otra británica a principios del verano.
¿Y que piensan los habitantes de las favelas? «Ellos están a favor de desmitificar su imagen. La gente entra con estereotipos y se llevan una sorpresa positiva, y eso es mejor para la comunidad», explica Armstrong. Más allá del efecto zoo, expertos como la antropóloga Bianca Freire creen que las visitas dan dignidad y visibilidad a los habitantes de las favelas, frente a la indiferencia de autoridades y vecinos.