Existe una gran variedad de aditivos alimentarios autorizados por la Unión Europea
08 oct 2017 . Actualizado a las 05:00 h.Un vistazo a los lineales de cualquier supermercado nos permite ver en el envase de no pocos productos mensajes del tipo: «sin colorantes añadidos», «sin colorantes ni conservantes» y otras expresiones parecidas. Un recurso efectivo y repetido que las marca comerciales utilizan con la intención de incrementar las ventas y mejorar de paso la imagen de marca.
Estos mensajes trasmiten a algunos consumidores la idea de que el producto no contiene aditivos ya que, como no tienen buena fama, los fabricantes no quieren que a sus retoños comerciales se los asocie con entes de semejante reputación. Esta mala fama de los aditivos alimentarios es injustificada, pues todos aquellos que se utilizan en la Unión Europea se evalúan previamente a su autorización con el fin de asegurar su seguridad en las condiciones normales de uso del alimento que los contiene.
Existe una gran variedad de aditivos alimentarios autorizados, no solo colorantes y conservantes. Una norma de la Unión Europea, el Reglamento 1333/2008, regula los aditivos alimentarios y establece según la función tecnológica que el aditivo desempeña en el producto alimenticio nada menos que… ¡veintisiete clases funcionales diferentes! Le ahorro al ya de por si sufrido lector la lista de los veintisiete, pero entre ellos están, además de los ya mencionados colorantes y conservantes: edulcorantes, antioxidantes, acidulantes, correctores de la acidez, potenciadores del sabor, y otros veinte grupos más.
El consumidor puede elegir libremente si los alimentos que consume han de contener o no aditivos. Pero aquí las marcas comerciales empiezan a jugar con el lenguaje y a sugerir entre líneas, en función de las fobias y gustos del consumidor.
Si realmente usted desea que el alimento que adquiere en el supermercado no contenga aditivos no debe fiarse de esos reclamos publicitarios; vaya a la lista de ingredientes que todo producto alimenticio debe incluir en su etiquetado y revise uno a uno los ingredientes.
Tal vez no encuentre colorantes, ni siquiera conservantes, pero para su sorpresa se encontrará con uno o, lo más seguro, varios aditivos pertenecientes a alguno de los grupos funcionales anteriormente señalados. Es esta una astucia de las marcas comerciales para dar gato por liebre, o mejor dicho para dar producto con aditivos por producto «sin colorantes ni conservantes».
Si usted lleva a esa marca comercial ante los tribunales, el abogado de la defensa, con esa desenvoltura que confiere el saberse de antemano ganador, dirá:
-Señoría, nuestra etiqueta lo dice bien clarito: «sin conservantes, ni colorantes» y ninguno de los aditivos que se incorporan al producto es ni colorante ni conservante. Y la marca que represento, cuya máxima preocupación siempre es el cliente, no es responsable de la falta de sutileza en el entendimiento del demandante (o sea, usted).
El juez le dará la razón, pues efectivamente el producto no contiene ni colorantes ni conservantes, el abogado escuchara ufano el fallo de su Señoría, la marca comercial saldrá indemne, y usted se quedara con un palmo de narices. Todo en la mismo pack.
-Pues sí que son pícaros algunos fabricantes -dice un imaginario lector.
- Y esta no es la única pillería relacionada con el lenguaje y los aditivos. Te cuento otra -respondo al imaginario lector.
Todos los aditivos que el alimento incorpora deben figurar en la lista de ingredientes que aparece en el etiquetado, indicando la función que desempeñan en el alimento seguido del nombre del aditivo o de su número E, que es el código con el que se autorizan en la Unión Europea los aditivos. Por ejemplo, cuando se utiliza ácido acético como antioxidante, en el etiquetado se podrá encontrar: «antioxidante (ácido acético)» o «antioxidante (E 260)». La marca comercial elige como quiere nombrarlo.
A una buena parte de los consumidores les desagrada encontrar en la lista de ingredientes códigos de aditivos del tipo E 330, E 920, o similares. Las marcas comerciales en su afán por librar al consumidor de episodios desagradables, sobremanera si ello resulta positivo para la cuenta de resultados de la empresa, han encontrado la forma de evitar este mal trance al consumidor y disimular de paso la presencia de aditivos.
En muchas ocasiones se opta por poner el nombre del aditivo, que asusta menos, y no su número. El consumidor más cándido, al no ver estos códigos «E número», incluso tiende a pensar que el alimento en cuestión no contiene aditivos. Craso error.
Bien es verdad que a veces el lego, o el quimifóbico, se asusta aún más al leer el nombre que su código E. Imaginemos su reacción al leer el nombre del aditivo E 215: conservante (p-hidroxibenzoato sódico de etilo). No es descabellado pensar que deje el producto en el estante y vaya a lavarse inmediatamente las manos.
-Si el lector imaginario quiere, seguimos con más pillerías.
-Bueno…ya que estamos. Adelante -imagino yo que respondería el imaginario lector que ha llegado hasta aquí. Lo cual ya es imaginar.
Cuando se encuentra a la venta una leche, que se anuncia «sin aditivos», «sin números E», etc. sepa que la leche pasteurizada y la esterilizada (o la UHT) sin aromatizar no pueden llevar aditivos.
Y lo mismo que la leche le sucede a la mantequilla, la miel o los azucares, por mencionar sólo algunos ejemplos. Por tanto las menciones «sin…» en estos productos dicen lo obvio, lo que obliga la legislación. Podrían poner perfectamente «libre de larvas de mosca» ya que esto, como el valor al soldado, se le supone.
-Pues sí que hay que andarse con cuidado con los fabricantes -pensará el lector.
-No sólo con los fabricantes -replicaría quien esto escribe.
Tampoco debe uno fiarse de esas listas de aditivos que circulan por Internet, y que tanto éxito tienen entre ciertos grupos de consumidores, en las que se refiere lo tóxicos y peligrosos que son los aditivos alimentarios. En ocasiones los efectos perniciosos que les atribuyen son sencillamente falsos, en otras son efectos que puede provocar una ingestión masiva o diferente a las condiciones de uso establecidas.
Cualquier sustancia puede convertirse en toxica en función de la dosis ingerida: hasta el agua podría resultar un «veneno» si se ingiere en cantidad suficiente en un corto espacio de tiempo. Y nadie sostiene que el agua sea una sustancia tóxica.
En muchas de esas listas aparece el E 300 o acido ascórbico, que es la «peligrosísima» vitamina C que su médico le recomienda en forma de naranjas todos los otoños para protegerse de gripes y catarros.