La Generalitat eleva a 844 los heridos por las cargas policiales e Interior cifra en 33 los agentes lesionados
02 oct 2017 . Actualizado a las 09:21 h.Tensión es el resumen de una larga jornada que el domingo vivió Barcelona. Tensión y tristeza. Si fuese una paleta de colores, predominaría el gris, como el día. No había amanecido todavía y ya muchos de los colegios del Ensanche de la ciudad que el día anterior permanecieron cerrados a cal y canto estaban ocupados por voluntarios, las calles aledañas repletas de gente, y muchos muchos periodistas. Todos aguardaban la llegada de las urnas. Y de la policía. Unos, entre consigna y consigna, cantaban Els Segadors y «Votarem, votarem», y otros observaban. Pero el desasosiego era evidente. La única fuerza de seguridad ante el colegio de primaria Joan Miró, en el Ensanche, eran dos mossos en la acera de enfrente. «Cuidado, hay mucha [policía] secreta», decía a un compañero uno de los voluntarios. Cuatro calles más adelante, en el colegio Llorer, varias personas llevaban allí desde las cinco de la madrugada. «Esperando a que abran las puertas. Sin prisa», manifestó un hombre que hacía cola. «Unos mossos han entrado, hablaron con la gente y se fueron», añade. «Estamos para celebrar un acto que consideramos democrático y ni la lluvia ni el tiempo puede con nosotros», dice un convencido independentista.
En otro centro próximo, el Auró, se repite la escena. Aquí está claro quién «manda». Voz en grito, uno de los líderes ordena a los centenares de concentrados que hagan fila. Y la hacen. «Ahora todos juntos, que están haciendo fotos». Y se amontonan. Se trata de parecer todavía más de los que son, de hacer pasillos a los mossos y de aplaudirles cuando se distancian.
Unas calles más arriba se encuentra la Escuela Industrial. Pasa de las ocho y algunos de los que pernoctaron en ella se van. Sacos de dormir y esterillas en los brazos. Son jóvenes. Júlia, Berta y Oriol explican que fue una noche tranquila, a base de guitarra y visita de los mossos cada dos horas. Ahora ceden el testigo a otros voluntarios. La calma tensa se va convirtiendo en desasosiego. Son más de 800, afirma un mosso. Su compañero asiente. Son dos. Solo dos, con los brazos caídos y las manos cruzadas.
Las urnas están dentro, asegura un portavoz a la puerta del edificio. «Tranquilos, votaremos». Y todos, al unísono: «Votarem, votarem». No pueden hacerlo, Interior acaba de cortar el acceso al «censo universal». Un helicóptero policial sobrevuela la zona. Su ruido es apagado por los silbidos. Muchos salen y entran del jardín rodeado de rejas. Se asoman a la calle Urgell. Esperan pacientes para votar, pero también a la policía. Se sabe que ha requisado urnas en otros sitios y que para ello tuvieron que desalojar al personal.
Primero, los mayores
Más tarde de las diez comienza la votación. Primero, los mayores; después, las personas con niños, anuncian. Sí, sí, mucha gente con niños, algunos durmiendo estirados sobre gradas de cemento mojadas. Sirven de parapeto para que no accedan los agentes. La primera en meter una papeleta en la urna es Francisca Solé, de 88 años. Accede en silla de ruedas. Con el DNI fue suficiente. Del censo no sabe nada. Sale emocionada. Le han hecho un pasillo humano y recibe sonoros aplausos. Está impresionada. Se expresa con sentimiento y orgullo. «Mi familia tiene la primera estelada que salió de una fábrica», presume. Es pariente del que fue diputado Joan Solé i Pla (1874-1950), militante de Esquerra y amigo íntimo de Francesc Macià.
Dos mossos siguen fuera del recinto de la Escuela Industrial. Dentro, únicamente empleados de una empresa privada de seguridad. No llaman la atención ni a la gente que fuma en el lugar.
Un joven escucha que comento por teléfono la inacción de los Mossos. Estaba claro, tierra hostil. Sabe que soy periodista y se dirige a mí para llamarme la atención por mi comentario. Me dice que es de Olot (Gerona) y que si prefiero que actúen dando porrazos a la gente. Me muestra un vídeo de una intervención policial y una fotografía de una mujer sangrando. Después admite que la imagen puede no ser de Cataluña. Intenta presionar para convencerme, y otro compañero de una emisora de radio media en catalán: «Oye, que debes respetarla, puede pensar distinto que tú». Él entra y yo salgo.
A unos metros, en el instituto Poeta Maragall, quienes quieren votar ocupan la calle Provenza. El tráfico está cortado. Megáfono en mano, un voluntario organiza: «Primero mayores y personas con niños, después los demás». Salen los primeros electores, aplausos, vítores. «Voté, voté», grita uno, como en la parodia de La Trinca de los años ochenta. Entro y me ofrecen votar. Cuando salgo, también me aplauden. Ignoran qué hago allí.
Pero en todo momento se vive la tensión, que salta cuando se producen las primeras intervenciones de los agentes antidisturbios en defensa de la legalidad. Intentan, por orden del Tribunal Constitucional, impedir que una multitud acceda a los colegios o actúan para desalojar los que ya están ocupados. Y se produce el cuerpo a cuerpo, con escenas de violencia que han dado la vuelta la mundo. La última cifra de heridos por los enfrentamientos, según los datos ofrecidos por la Generalitat, se eleva a 844. Entre ellos, dos graves: un hombre herido en un ojo con una pelota de goma disparada por antidisturbios y otro que sufrió un infarto en el desalojo de un centro de votación. Pero los agentes, que fueron sometidos a insultos, provocaciones y agresiones, también sufrieron bajas: 19 policías y 14 guardia civiles heridos. También hubo 14 detenidos en 12 horas de tensión.