Blesa llegó a Caja Madrid de la mano de Aznar, compañero de oposiciones, y pilotó la entidad durante 13 años
20 jul 2017 . Actualizado a las 08:13 h.Miguel Blesa (Linares, Jaén, 1947-Villanueva del Rey, Córdoba, 2017) falleció ayer cuando se disponía a disfrutar de una de sus grandes pasiones: la caza. Lo mató un disparo de escopeta. Todo apunta a que fue un suicidio. Su familia no lo cree. Se aferran a la idea de que fue un accidente. A esa tesis se apuntan también algunos de quienes durante años se contaron entre sus más cercanos colaboradores. «No era ese su carácter», resumía ayer uno de ellos.
Murió el exbanquero en un cortijo cordobés. Curioso capricho del destino. Decían de él que así es como manejaba la caja cuando la presidía: como si fuese un cortijo y, él, el señorito.
Pilotó la entidad durante trece largos años. Nunca logró sacudirse el sambenito de haber llegado hasta allí gracias a su amistad con Aznar. Quizá porque era verdad. Con el expresidente había forjado una sólida relación durante sus años de opositores, que se afianzaría después en Logroño, su primer destino como inspectores de Hacienda.
Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, Blesa llegó a la presidencia de Caja Madrid en 1996. Se fue en el 2009. Con la cabeza gacha. No se lo podía creer. Él, durante años una de las personas más influyentes del país, desalojado de su elegante despacho de las Torres Kío. Víctima de la feroz batalla que se libraba en el seno del PP por el control de la entidad. Y tras un duro enfrentamiento con la entonces todopoderosa Esperanza Aguirre, empeñada en colocar a su delfín, Ignacio González -ahora en la cárcel- al mando de la caja.
Lucha fratricida
Una pugna aquella que tampoco Aguirre ganó. Porque, al final, eligió Rajoy. A Rodrigo Rato. Desafortunada decisión. Pero, esa, es otra historia.
Quizá pensó entonces el de Jaén que ya que había llegado el momento de dejar la escena, lo mejor era retirarse discretamente y disfrutar de un dorado retiro. Patrimonio había amasado para sufragarse los caprichos, desde luego.
Nada más lejos de lo que aconteció. Fueron muchos los excesos cometidos en sus trece años de mandato. Y las miserias de la crisis los sacaron a flote. Dejando al descubierto que su gestión no solo no había sido un primor, como él solía defender -«Caja Madrid era una de las entidades más eficientes del sector», dijo en el Congreso-, sino que acabó llevando a la entidad a la ruina.
Con la muerte de Blesa se va un símbolo de los desmanes cometidos por un puñado de banqueros que durante años -los de las vacas gordas- se creyeron impunes, y a los que la crisis despojó del halo de impecables gestores para sentarlos en el banquillo.
Mantienen algunos de quienes conocían bien a Blesa que nunca pensó el andaluz en pisar la cárcel. Por eso el mundo se le vino abajo cuando en mayo del 2013, y después en junio, acabó durmiendo en Soto del Real. Por obra y gracia del controvertido juez Elpidio José. Convertido así en el primer banquero de la crisis en acabar entre rejas.
De ese charco logró salir. Y pronto. Gracias, entre otras cosas, a la precipitación del polémico magistrado, después inhabilitado. Pero, para su desgracia, la pesadilla no había hecho más que echar a rodar.
Un año y medio después de aquello, y con el de Linares ya casado en segundas nupcias con Gema Gámez -la hoy joven viuda, a la que conoció en Caja Madrid cuando era presidente-, llegó lo peor.
Un escándalo monumental
Los españoles supieron entonces que Blesa, Rato y un puñado de directivos y consejeros, primero de Caja Madrid, y después de Bankia, se habían pegado la vida padre a costa de la entidad. La misma a la que el Estado había tenido que rescatar con una inyección de más de 22.000 millones de dinero público que hubo que pagar a escote entre todos los contribuyentes. En apenas diez años, entre el 2003 y el 2012, se gastaron 12,5 millones de euros en caprichos, con cargo a la entidad y de espaldas al fisco.
En el caso de Blesa, fueron casi medio millón de euros. Buena parte de ellos en safaris, donde el expresidente de Caja Madrid daba rienda suelta a otra de sus grandes pasiones: la fotografía.
Y fue precisamente esa alegría con la que el exbanquero empleaba la black la que lo llevó a ser condenado el pasado febrero a seis años de cárcel. Por apropiación indebida y administración desleal. No llegó a volver a prisión. Recurrió la sentencia. Como Rato, condenado a cuatro por lo mismo.