Una foto del primer ministro de Canadá junto a Shakira da la vuelta al mundo confirmando que no hay quien se resista al encanto del político del momento
14 jul 2017 . Actualizado a las 07:31 h.Justin Trudeau lo ha vuelto a hacer. En el G20 esta vez, delante de, nada más y nada menos, Shakira. Encanto preparado, listo y desplegado. Alguien que pasaba por allí inmortalizó el momento, seguramente a petición de la colombiana, que fue la que, veloz, publicó la instantánea como una entusiasmada fan en su perfil de Instagram. ¿Quién es aquí y ahora la estrella?
La fotografía ya ha dado la vuelta al mundo recordándonos lo que ya sabíamos: que Trudeau no es un político al uso, que maneja con destreza un innato magnetismo, domado y bien alimentado desde el momento en el que se planteó postularse para dirigir su país, y que si alguien puede maniobrar con éxito en la agitada política internacional actual es él, familiarizado con las cámaras y los micrófonos, maestro de las relaciones públicas.
El liberal es una cara bonita, un gesto amable y un carisma al que los mandatarios del mundo, a excepción de Barack Obama, nos tienen poco acostumbrados. Es también un encantador padre de familia y un atento marido, antónimo de Trump, todo zafiedad y rudeza. Es boxeador aficionado, practica yoga y piragüismo. Fue profesor de esquí, portero de discoteca, incluso stripper por una buena causa. Luce un águila tatuada en uno de sus brazos que nunca se ha molestado en esconder, defiende la legalización de la marihuana y tiene a medio mundo suspirando cada vez que se coloca las gafas de sol, se atusa el flequillo o enseña sus divertidos y desenfadados calcetines. Pero es que además, Trudeau es un hombre sinceramente comprometido con los derechos civiles, el medio ambiente, el drama migratorio y el feminismo.
Justo de los derechos de las mujeres se encontraba el canadiense conversando con la colombiana antes de que se tomase la fotografía. Shakira, siempre involucrada con el feminismo y los más desfavorecidos, aprovechaba la cumbre de Hamburgo para contarle a Trudeau su plan para luchar contra el sexismo y conseguir que los países desarrollados se implicasen en su lucha por mejorar la educación de aquellos que viven en zonas de conflicto. La prueba gráfica, el trofeo de su encuentro, confirma, sin embargo, que el efecto de su interlocutor transciende a su interesante conversación. Hace unos meses fue Ivanka Trump la que miraba embelesada al atractivo primer ministro y poco antes, Kate Middleton fue capturada por las cámaras con un evidente gesto de rubor al conocer a Trudeau.
Su imagen no es algo casual. Educado para moverse con soltura ante la mirada de los demás -su padre es el exprimer ministro Pierre Elliott Trudeay y su madre, la indomable Margaret Joan Sinclair, descendiente de la aristocracia colonial británica y examante de al menos dos Rolling Stones-, Justin cuida su apariencia al milímetro. La suya y la de su núcleo familiar: su esposa Sophie Grégoire, amiga de la infancia, y sus tres hijos. Sacan tiempo para ir a hacer deporte juntos, pintan en amor y compañía las paredes de su casa, se disfrazan en Halloween para ir de puerta en puerta pidiendo truco y trato, bailan entre bastidores. Y todo lo documentan en sus redes sociales.
El objetivo de Trudeau, lejos de convertir a su familia en los nuevos Kardashian, es convencer al mundo de que es alguien cercano y actual -su marcador de popularidad, alimentado con pequeños gestos como calzarse unos calcetines de Star Wars o pronunciar emotivos discursos sobre la importancia de las cosas pequeñas, está completamente desbordado-, capaz de hacer de su país, gobernado durante diez años por el conservador Stephen Harper, una nación más abierta y progresista, firme defensora de las libertades individuales: Canadá acogió en el último año a 30.000 refugiados, defiende el multiculturalismo, el respeto a la diversidad religiosa, cuenta con un Gobierno estrictamente paritario y se muestra absolutamente comprometida con el medio ambiente y la justicia social. El siguiente paso es trasladar esta perspectiva al orden mundial, a los ciudadanos del resto de planeta que, unos más arrobados que otros, miran con optimismo y una punzada de envidia al norte de norteamérica. El 8 de noviembre perdieron a Obama. Pero todavía hay esperanza.