La democracia llegó a España con índices de natalidad y de lectura muy superiores a los de hoy
15 jun 2017 . Actualizado a las 07:41 h.1977 fue un año inaugural. Las elecciones del 15 de junio fijaron en la historia el fin del régimen franquista, pero desde hacía tiempo la mayoría de los españoles ya no compartían sus principios ideológicos y morales. Era un país joven; la media de edad de sus 36 millones de habitantes -10 millones menos que hoy- era de 33 años, frente a los 43 años de la actualidad.
En aquel año nacieron 656.000 niños, 8.000 de ellos ilegítimos, como los clasificaba el INE; para el 2017 se prevén en torno a los 400.000 nacimientos, un 40 % menos que hace 40 años, ahora todos legítimos. Se celebraron 260.000 matrimonios, prácticamente cien mil más que en el 2015, el último año con datos oficiales. Había expectativas, pero no faltaban los problemas.
Economía en caída
Después de una década larga de crecimiento desde 1961, con incrementos de la renta superiores al 7 % cada año, la crisis del petróleo de 1973, combinada con el fin del equilibrio monetario internacional organizado en Breton Woods, provocó una larga recesión que no se aliviaría hasta mediados de los ochenta. Aparte de su dependencia energética, la economía española manifestaba un importante retraso con respecto a la de los países europeos; la caracterizaban el intervencionismo, el proteccionismo y el clientelismo, con sus efectos de falta de competitividad.
La sensación de que las autoridades franquistas no hacían nada práctico para remediar la crisis fue, con las ansias de libertad, de justicia y de modernización, uno de los factores que impulsó el apoyo a la democracia. En 1977 la inflación se había disparado hasta acercarse, en aquel verano electoral, al 40 % interanual. La inversión cayó de forma constante; el paro aumentaba en un cuarto de millón de personas por semestre: la tasa de desempleo en junio rozaba el 21 %, en máximos históricos (frente al 18,7?% actual). La producción industrial se redujo todos los años hasta 1984, con lo que el sector fue acumulando las deudas que conducirían a las reconversiones de la década siguiente. Desde el comienzo de la recesión hasta el final de los setenta, desaparecieron la mitad de las entidades bancarias preexistentes, en lo que fue el inicio de un proceso de concentración de las entidades financieras que todavía no ha terminado. El impulso político decisivo para enfrentar todos estos problemas se tomaría en el último trimestre del 77, con el acuerdo para el saneamiento económico conocido como los Pactos de la Moncloa. Con la política económica del país en manos del profesor Fuentes Quintana, la primera decisión dolorosa del nuevo Gobierno fue una devaluación de la peseta cercana al 25 %, solo un año después de otro ajuste a la baja de casi el 13 %. La carestía de la vida dio lugar a numerosas protestas a lo largo del año.
Aun así, las novedades que traía la apertura animaban la vida nacional. Los salarios no permitían grandes alegrías: en el gasto medio de las familias, a diferencia de lo que ocurre hoy, la alimentación se llevaba más de la tercera parte de los ingresos del hogar, que acogía, de media, a 3,5 personas (hoy son 2,5). Tener coche era uno de los objetivos de los ciudadanos, pero aún faltaba mucho para alcanzar los niveles actuales: había un automóvil por cada 6,2 ciudadanos, por la cifra de 2 españoles por coche de este 2017.
El bingo y la discoteca
Muy cerca de la fecha electoral se aprobó el reglamento de casinos, y entonces nacieron los bingos, que proliferaron como setas. El cine era un entretenimiento todavía muy popular, con un número de salas que triplicaba las cifras actuales. A principios de año, una entrada costaba 50 pesetas en ciudades medias, y cerca de cien en los cines de estreno de las grandes capitales; para finales de año, tras la devaluación, los precios se dispararon hasta las cien pesetas en el primer caso y las 200 en el segundo. Para un país en el que el salario mínimo quedó establecido en 15.000 pesetas mensuales, el gasto ya era considerable. Aun así, a partir de la mayoría de edad, o cerca de ella, era obligado ir a la discoteca: Boney M arrasaba. Los jóvenes vestían vaqueros con pernera acampanada y ellas, vestidos con inspiración hippy y, frecuentemente, botas altas; frente al rasurado del régimen anterior, la longitud de las cabelleras y las barbas se disparó. Las señoras lucían los mismos peinados voluminosos de los sesenta, y para ellas y sus maridos la diversión estaba en casa: TVE, con sus dos canales, emitió ese año una serie norteamericana que triunfó: Hombre rico, hombre pobre. Curro Jiménez también entretenía los salones domésticos. Era el segundo año, menos accidentado que el primero, del programa de debate La clave, de José Luis Balbín. Isabel Tenaille, Mercedes Milá y María Luisa Seco eran las presentadoras más populares.
Pobres pero cultivados
Comparar datos de hoy con los de hace cuarenta años supone presenciar avances notables. Uno de los más vistosos es el del progreso de las mujeres. Aquella tercera parte femenina del alumnado de las universidades no permitía presagiar que las mujeres sean hoy mayoría en cuerpos tan importantes como la judicatura, las fiscalías o el segmento facultativo de la sanidad pública. El relativo atraso que podría percibirse al comparar algunos datos de dotaciones se da la vuelta en aspectos culturales y asociativos. En el 77, más de un tercio de los ciudadanos leían periódicos a diario, y un 45 % leían revistas, entre ellas la muy abundante producción de semanarios de actualidad política e información general, hoy prácticamente desaparecidos. La producción editorial no llegaba a la mitad del número de títulos que se publican en la actualidad, pero las ventas de las librerías, ponderados el poder adquisitivo y la población global, eran similares a las de la actualidad. No existía Internet, ni las tabletas, ni siquiera las videoconsolas (la primera, la Atari 2.600, salió al mercado aquel año), pero aquella gente joven que creía en la democracia sin haberla visto nunca estaba suficientemente cultivada.