La estación de metro más cara del mundo, construida en el World Trade Center de Nueva York, fue inaugurada en marzo del 2016
06 may 2017 . Actualizado a las 13:42 h.El arquitecto Santiago Calatrava no consigue separar su nombre de la polémica. Si hace unos años sus obras terminaron siendo una fuente de problemas en ciudades como Bilbao, Valencia, Tenerife o Venecia, ahora le ha tocado el turno al Oculus, inaugurado hace poco más de un año.
Esta estación de metro, considerada la más cara del mundo y por la que Nueva York pagó más de 4,000 millones de dólares, que se construyó en el World Trade Center, ha comenzado a ser un quebradero de cabeza para los dirigentes neoyorquinos. ¿El motivo? Pues que llueve en ella. Con la llegada de las lluvias la cubierta del edificio ha comenzado a filtrar agua y se ha llenado de goteras. Varias personas han compartido en las redes sociales imágenes de zonas valladas para evitar accidentes y cubos y fregonas para recoger el agua.
El diario Daily News recoge declaraciones de las autoridades de las que depende el edificio, que sostienen que las goteras se han originado ante la gran cantidad de lluvia caída y porque la construcción aún no ha terminado del todo.
Una controvertida inauguración
En marzo del año 2016 abrió sus puertas al público Oculus, en medio de la controversia debido a años de retrasos y abultados sobrecostes. Algunos comparaban el edificio con el esqueleto de un reptil ya extinguido o de un enorme pájaro, pero la característica y monumental construcción de Calatrava, enclavada en el centro del distrito financiero, en el sur de Manhattan, alberga una estación de transporte público, un centro comercial y un pasadizo para peatones.
En los aldedores se encuentra el One World Trade Center, el edificio que se levantó tras la destrucción de las Torres Gemelas en los atentados del 11 de septiembre de 2001. No lejos se encuentra también el museo subterráneo dedicado al 11-S y la famosa Wall Street. Desde este rincón, la ciudad quiere mostrar al mundo que ha resurgido de sus cenizas.
El New York Times bautizó la creación de Calatrava como «un fénix ascendente», mientras que Lois Stevens, que vende billetes para visitar la estatua de la Libertad apunta: «Yo creo que es un águila».
PeroOculus no vuela. A la estación bajo tierra llega la gente que trabaja en la ciudad y vive en Nueva Jersey, pero también los que se trasladan en metro.
Que los costes totales de la obra ascendieran a 4.000 millones de dólares, doblando así el coste inicial presupuestado, y que la estación abriese sus puertas casi con diez años de retraso, y además sólo parcialmente, ha sido solo la una gota más en el mar de polémica que salpica a este arquitecto estrella.
La razón de todas estas incidencias, según estimaba el New York Times fue la visión de Calatrava, que insistió en espacios internos sin ningún tipo de pilares, en que los operarios trabajasen de forma intensiva y en que se empleasen elementos de acero que sólo se fabricaban en el extranjero.
En el 2008, el entonces alcalde Michael Bloomberg dijo que el vestíbulo bajo tierra «era demasiado complicado de construir». La idea de un techo al aire libre acabó convirtiéndose en ventanas de techo que sólo se abrirían en días calurosos y, puntualmente para cada 11 de septiembre.
Cuando Calatrava presentó su diseño en 2004 definió el lugar como un «faro de esperanza». Sin embargo no todo ha terminado siendo tan estupendo. Y estas goteras no hacen más que confirmarlo.