La novedad que supone la violencia yihadista es de tal calibre que el país todavía carece de un lenguaje propio para expresar sus emociones frente a ella
09 abr 2017 . Actualizado a las 09:34 h.«Uno tiene una sensación de irrealidad, como en una película», comenta en la televisión una mujer que pasea por el centro de la capital sueca con sus perros. No es para menos. En el imaginario colectivo del país nórdico, el terrorismo ha sido hasta ahora algo que ocurría siempre en otra parte, a mucha distancia. Podría ser en París, en Londres, en Madrid, Berlín o Bruselas, pero ¿en Estocolmo? Nadie podía imaginar que algo así tendría cabida en la pacífica Escandinavia, el paraíso de la integración multirracial, considera una joven que se encontraba por casualidad en el centro comercial en el momento en que se produjo el ataque. En la capital británica, donde vive, la gente sabe que está siempre expuesta. En Suecia ese conocimiento tácito que activan tantos europeos al salir a la calle no era necesario. Hasta ahora.
La novedad que supone la violencia yihadista es de tal calibre que el país todavía carece de un lenguaje propio para expresar sus emociones frente a ella y tiene que adoptar el proclamado en otras latitudes. «Je suis Stockholm», se podía leer en un cartel escrito a mano sobre un montón de flores intentando establecer un paralelismo con el atentado contra la revista satírica Charlie Hebdo en enero del 2016.
¿Sucederá entonces lo mismo que en otras partes y dejará el ataque su huella en el debate político poniendo en riesgo la identidad abierta de los suecos? Los analistas que firman en los medios se muestran convencidos. El próximo año habrá elecciones parlamentarias y tanto los altercados como los tiroteos de los últimos tiempos entre bandas aumentan la sensación de riesgo. La seguridad será, con certeza, un tema importante de la campaña.