El visionario que no supo marcharse a tiempo, su escudero fiel, el experto inmobiliario...
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De mentor de Vigo, su industria, universidad y cultura, Julio Fernández Gayoso pasó a ser un símbolo que derribar despojado de honor social. Estos son los perfiles de los directivos de Novacaixagalicia que envió a prisión la Audiencia Nacional
17 ene 2017 . Actualizado a las 15:05 h.Durante 43 minutos Julio Fernández Gayoso trazó ante media Galicia el futuro político, social y económico que le aguardaba al sector financiero a partir de aquel abril del 2002 en el que con el birrete calado acababa de ser nombrado doctor honoris causa por la Universidade de Vigo, la institución cuyo nacimiento promovió en 1972. Con los 71 años que tenía entonces, Gayoso, artífice de la fusión de Caixavigo con Caixa Ourense y Caixa Pontevedra en 1999, apuntaba «al aquilatamiento de los costes de estructura de las cajas» que quedaban con vida. Fue un visionario de lo que se les venía encima a las entidades como aquella en la que él entró como auxiliar de contabilidad con 16 años y que dirigió desde los 34.
La visión de larga distancia que lo acompañó a lo largo de buena parte de sus 65 años en la caja, y con la que ayudó a crecer a Vigo alumbrando Coia, el colegio universitario, apoyando a industrias clave o apadrinando la huérfana vía cultural, le abandonó no ya en 1995 o en el 2000, cuando cambió por dos veces los estatutos de la caja para posponer su jubilación forzosa como director general. La visión le falló por no haberse marchado antes de que los plenipotenciarios bancarios como él pasasen por un escrutinio social inédito y que por sus borrones se convirtiesen en un símbolo al que dar caza.
Desaparecido socialmente, a Fernández Gayoso le hizo tanto daño el fallo judicial como que la corporación viguesa acordase retirarle la medalla de oro de la ciudad o que la Universidad debatiese anular su doctorado. Acabó devolviendo ambos títulos. «No puedo tener la medalla en mi poder ni un día más», escribió junto al galardón devuelto a la alcaldía cuyo gabinete había integrado en los sesenta. «Ahora la gente aguanta bien hasta los 100», había dicho antes para explicar por qué no se jubilaba, ni siquiera cuando se partió el esternón en plena negociación de la última fusión, una señal que no supo interpretar.
José Luis Pego, el escudero fiel que no pudo ser caballero
Su perfil de Linkedin se quedó parado en el 2011, cuando José Luis Pego (Ferrol, 1957) se convirtió en director general de Novacaixagalicia. Lo que son las cosas. A ese perfil que Internet eternizará en su memoria no le queda ni un solo amigo. Así han transcurrido estos años para el exdirectivo, aislado del mundo, recluido en su propia cárcel, desde antes incluso de que la Justicia lo declarara culpable de apropiación indebida.
Su delito fue llevarse una indemnización millonaria. Pero su gente más cercana dice que la mayor de todas sus culpas ha sido el exceso de fidelidad.
Tal vez por agradecimiento, tal vez porque ese es su carácter, Pego jamás cuestionó una decisión de Julio Fernández Gayoso, que apostó por su perfil leal y un tanto condescendiente para la dirección general de las cajas fusionadas y, a través de él, mover todos los hilos.
El entregado exdirector, que llegó a las alfombras rojas de Caixavigo peldaño a peldaño, desde plantas más bajas, no tuvo mucha oportunidad de mostrar su valía. No le dio tiempo. Y nunca entendió que cuando José María Castellano se puso al frente de NCG decidiera prescindir de él.
Dicen quienes saben de la negociación para salir de la caja que Pego tuvo intención de asumir que la indemnización ofrecida era excesiva. Pero tal vez esa entrega a la caja que tantos logros profesionales le había deparado en el pasado le jugó la peor pasada de su vida.
En su comparecencia en el 2013 ante la comisión de investigación del Parlamento gallego, pidió disculpas a toda la sociedad gallega «por todos los errores nunca conscientes» que pudieron cometer los gestores de Caixanova.
Hombre culto, gran lector y familiar, hoy su imagen de directivo triunfador y hasta influyente se ha desvanecido por completo para convertirse en un rostro más de los que ponen cara a los excesos de una época.
Gregorio Gorriarán, un experto inmobiliario al que el ladrillo aplastó
Nueve meses estuvo Gregorio Gorriarán, Goyo para los amigos, al frente de la división inmobiliaria de la caja fusionada. Antes había llevado las riendas del área comercial y de empresas de Caixanova, donde también tenía contacto con el ladrillo. Cuando dejó la entidad, con su millonaria indemnización bajo el brazo -4,8 millones de euros-, Gorriarán siguió a lo suyo. Montó entonces, junto a su hermano, Valle Rojo Inversiones, dedicada precisamente a eso, al negocio inmobiliario. Y eso que nada más salir de la entidad, en septiembre del 2011, contaba a su círculo más cercano que José María Castellano contaba con él para que le asesorara en temas relacionados con el ladrillo. No era así.
Al contrario que algunos de sus compañeros de banquillo, durante todo este tiempo Goyo no se ha escondido. Fácil era verlo en las terrazas de Montero Ríos disfrutando del buen tiempo. Ahora ya no.
Óscar Rodríguez Estrada, el veterano compañero de batallas de Gayoso
Fue el hombre de confianza de Julio Fernández Gayoso durante años en la antigua Caixanova. De la mano del entonces presidente de la entidad viguesa llegó a ser director de la oficina central, responsable de comunicación y protocolo y representante de la caja de ahorros en varios órganos y consejos de administración de firmas participadas. A sus 67 años, era el más veterano de la cúpula de Caixavigo, fusionada en 1999 con Caixapontevedra.
Y fue precisamente él el encargado de pilotar la integración de Caixanova y Caixa Galicia.
Corría el mes de octubre del 2011 cuando abandonó Novacaixagalicia. Era entonces el director de integración. Se fue porque le había llegado el momento de la jubilación. Y, como Gorriarán, y pese a la que estaba cayendo fuera durante todo este tiempo, apenas si ha cambiado su forma de vida. Tampoco es de los que se escondían.
Ricardo Pradas, el urdidor de los contratos millonarios
Experto en derecho laboral, Ricardo Pradas, abogado vinculado a Julio Fernández Gayoso desde los tiempos de Caixanova, fue quien urdió los contratos de las famosas indemnizaciones y quien se las ideó para saltarse las limitaciones que imponía la ley a las entidades rescatadas.
El tribunal que lo juzgó consideró probado que tanto él como Gayoso «aportaron su colaboración con hechos relevantes sin los cuales el delito no se hubiera cometido». Esto es, que el saqueo no habría sido posible sin su participación.
Durante su declaración ante el tribunal defendió que aquellas indemnizaciones de escándalo eran legales y que él siempre actuó con «pulcritud jurídica» para defender los intereses de la entidad a la que representaba. «Si esto me lleva a una condena, que baje Dios y lo vea», sentenció en algún momento de su intervención. Pues la condena llegó, y ahora duerme en Soto del Real.