El economista pongueto Carlos Monasterio opina sobre algunos debates económicos de actualidad en esta entrevista en la que, entre otras cosas, aboga por abandonar la moneda única
24 dic 2016 . Actualizado a las 05:00 h.El pongueto Carlos Monasterio Escudero, catedrático de Hacienda Pública, es uno de los economistas más prestigiosos de la Universidad de Oviedo y un hombre vehemente y con opiniones sólidas y a veces heterodoxas de los grandes debates económicos del momento. Por ellos se le pregunta en esta entrevista en la que el profesor aboga entre otras cosas por abandonar el euro, suprimir el cupo vasconavarro, mantener el impuesto de sucesiones y aumentar el de sociedades. También manifiesta su opinión sobre el reciente informe de la misión del Fondo Monetario Internacional en España, en el que se aboga por abordar nuevos recortes en sanidad y la educación y por incrementar el IVA.
-¿Cómo ve la situación económica del país?
-Hay elementos buenos, como son el crecimiento del PIB y el del empleo, y otros no tan buenos, como que el crecimiento del empleo se traduce muy poco en más cotizaciones sociales. Esto tiene al menos dos lecturas preocupantes: por un lado, el empleo que se está creando es en gran parte un empleo con bajos salarios y muy baja calidad; por otro, equilibrar y reconstruir la situación de la Seguridad Social va a ser difícil. Todo esto tiene otros problemas colaterales aparejados, uno de ellos el demográfico, especialmente preocupante en Asturias. La gente, para tener hijos, necesita un empleo estable, un mínimo de seguridad económica y unas ciertas condiciones materiales. ¿Dónde tiene hijos la gente? Donde le dan empleo y buenas condiciones. No es que los jóvenes asturianos tengan un problema fisiológico o médico o que no quieran tener hijos. Los tienen, pero los tienen donde pueden: en Madrid, en Cataluña, en Londres...
-¿Qué puede hacer un gobierno para crear empleo de calidad?
-Se pueden hacer muchas cosas, una de ellas no gastarse cinco mil millones de euros en rescatar las autopistas radiales, o no habérselos gastado en hacerlas cuando no había ninguna necesidad. Yo veraneé algunos años en el sur, y cuando me topé con la autovía Vera-Cartagena no daba crédito. Eso sí que es un escándalo y no que a no sé qué actriz se le vean las bragas cuando sopla el viento. Con la mitad de esos cinco mil millones, el Gobierno tiene para dar dinero a doscientos proyectos de investigación y desarrollo, que es algo que produce resultados magníficos en términos económicos. El problema, claro está, es que los produce a largo plazo, a cinco o diez años vista, y eso no vende en términos electorales. Lo que no puede ser es que España traiga a investigadores del extranjero cuando alguien consigue persuadir a un político pero a los tres años llegue otro y despida a esa gente que comprometió su vida profesional y familiar por venir. Este asunto tiene que ser una tarea nacional; tiene que conseguir el compromiso de todos igual que parece haberlo conseguido gastarse cien millones, y si no bastan los cien gastarse doscientos, en traer al futbolista no sé quién para así tener la mejor liga del mundo sin que nos importe tener un mal sistema de ciencia y tecnología.
-¿Qué le ha parecido el reciente informe del Fondo Monetario Internacional sobre España?
-Bastante decepcionante. Se limita a decir cosas como que hay que mejorar la eficiencia y contener el gasto sanitario y educativo. Oiga, dígame usted dónde. El gasto sanitario en España, lo que gastamos en relación al PIB, los índices de morbilidad, la esperanza de vida, la esperanza de vida ajustada por calidad, el sistema de transplantes, el sistema de atención, etcétera, son de los mejores del mundo. Si usted cree que se pueden mejorar, díganos cómo, no venga usted de excursión y se limite a decirnos una vaguedad. Y luego está lo del IVA. Oiga, señor del FMI, nuestro problema, o el de Europa, no es el IVA de los productos de baja necesidad. ¿Que quiere usted subir el IVA al 23 o al 25 por ciento? Me parece muy bien, pero, ¿por qué no hacemos antes que las grandes empresas en vez de tener un tipo efectivo del 5 o el 7 tengan uno del 20 o el 25? Estamos comprimiendo cada vez más la presión fiscal sobre unos asalariados a los que estamos haciendo soportar las cotizaciones sociales, el impuesto de renta, el IVA en su mayoría, etcétera, y éste es un tema del que hay que hablar, y del que hay que hablar políticamente. La política fiscal también es política.
-¿Cómo valora estos nueve años de crisis económica y recortes? ¿Ha sido la austeridad una buena receta para salir del marasmo o nos hubiera ido mejor con un recetario keynesiano?
-Yo creo que un ajuste presupuestario había que hacer, pero que el que se hizo no era el único que se podía hacer. Se hizo el más fácil: recortar la inversión y recortar el sueldo de los funcionarios. Yo respeto mucho el trabajo de los demás, y estoy seguro de que el de quienes deciden sobre esas cosas es un trabajo con dificultades formidables en el que hay que resistir muchas presiones y en el que pasan muchas cosas, pero también los cirujanos que nos atienden tienen muchas presiones, menos reconocimiento social y menos salario -no les invitan a darle la mano a los reyes y al Cuerpo Extranjero- y sin embargo se baten el cobre día a día. Es como lo que comentaba antes del Fondo Monetario Internacional y de ese gran alarde de imaginación que han tenido proponiéndonos que vigilemos el gasto educativo y sanitario y subamos el IVA. Dios mío, eso cualquiera de mis estudiantes de tercero o cuarto me lo pone en un papel sin pensar mucho. ¡Estrújense un poco la cabeza, señores! Díganme, por ejemplo, que los doscientos mil o trescientos mil pensionistas ingleses que viven en España y son gente de avanzada edad consumen mucho gasto sanitario y sin embargo el Reino Unido no nos compensa por ello. O dígame cualquier otra cosa, pero dígame algo concreto. Y sobre todo dígame para qué. Recorte determinadas áreas de gasto, abandone completamente otras y deje otras como están, pero dígame para qué. El Señor, cuando llevó a la gente a la Tierra Prometida, les dijo que atravesaran el desierto, pero había Tierra Prometida. Del programa éste austero, incluso cuando nos lo cuentan de manera agradable, nunca nos cuentan cuál es la Tierra Prometida a la que nos llevan. Yo soy funcionario, y se me recortó el sueldo un cinco por ciento, a lo cual se añadía la congelación que es otro diez o quince, pero no se me dijo para qué. Que se me recorte el sueldo, yo lo admito aunque me duela si vale para algo, pero coño, que me digan para qué. Cuando se piden sacrificios a la gente pero no se le dice para qué es cuando aparece la desafección política. Llega un momento en que la gente dice: entre tú y el diluvio, prefiero el diluvio.
-Alguna vez ha abogado por abandonar el euro si la Unión Europea no cambia de política. ¿Sigue pensando lo mismo?
-Sigo pensando que es algo sobre lo que merece la pena reflexionar. La economía no puede convertirse en una religión, aunque haya mucha gente que lo hace. Yo siempre prevengo en ese sentido a mis alumnos; les digo: «Miren, nosotros venimos a analizar el sector público, y a la hora de analizar el sector público no podemos ni pensar que todo lo privado es bueno, eficiente y guay y que lo mejor es privatizar, ni pensar que lo progresista y lo que asegura la equidad es llevarlo todo al sector público. Miremos los datos con los ojos abiertos». Con el euro yo creo que deberíamos hacer lo mismo. El euro nos obliga a tener una política monetaria europea, y esa política monetaria fue muy laxa a finales de los noventa y principios de la década del 2000 a fin de favorecer la unificación alemana. Eso a España, que tenía una economía recalentada por aquel entonces, no le venía precisamente bien y generó una burbuja que fue creciendo, en parte con fondos mayoristas que vinieron justamente de Alemania, y acabó explotando y generándonos unos problemas tremendos. En Europa y en Norteamérica hay mucha gente con reputación intelectual que dice que el euro, para algunos países, es un invento muy malo, pero en España el euro es una especie de Virgen de Covadonga. ¿Por qué no podemos discutir si merece la pena o no, o si deberíamos cambiar el sistema de gobierno del Banco Central Europeo o asignarle otros objetivos? El Banco Central Europeo tiene un objetivo de inflación del dos por ciento. Cuando hay deflación o inflación cero, ¿no podemos pedirle que anime un poco más esto? El problema es que tenemos una Unión Europea que no sabe a dónde va. De ahí estas noticias que salen cada dos por tres de una nueva supuesta cumbre del siglo que al final nunca resuelve nada. Es como el cuentecillo del lobo: ya nadie se lo cree.
-Escribió hace veinte años un artículo titulado «Luces y sombras del proceso autonómico». ¿Cuál es el panorama hoy? ¿Cuáles son las luces y las sombras del Estado de las autonomías?
-Desde un punto de vista metaeconómico yo creo que un grave problema del Estado de las autonomías es parecido al que para Azaña tenía la Segunda República. Azaña decía que la española era una república sin republicanos, porque unos querían volver a la Monarquía, otros la dictadura del proletariado y en ese contexto una república burguesa y liberal era muy difícil que subsistiera, y efectivamente no subsistió. Yo, como ciudadano, tengo la percepción de que tenemos un país federal en todo menos en el nombre en el que, sin embargo, hay muy pocos auténticos federalistas. El federalismo implica dos cosas: por un lado, aceptar la diversidad y admitir que las comunidades autónomas tengan cosas cedidas en las que puedan hacer lo que les parezca más adecuado; por otro, asumir que todos somos miembros de un mismo país y que hay y tiene que haber una serie de cosas comunes. Si la gente se va a los dos extremos y unos quieren la vuelta al centralismo y otros la secesión, no hay nada que hacer.
-¿Y desde el punto de vista estrictamente económico?
-En el terreno más técnico hay varios problemas. Uno de ellos es el privilegio y la gran ventaja que para regiones con alto nivel de renta supone el sistema foral, que hace que Cataluña sea un foco de tensión continua, agravado por el componente nacionalista, pero que también Madrid y Baleares puedan ir detrás. Es un problema que no tiene visos de que se vaya a resolver. El último acuerdo quinquenal del cupo vasco es 2007-2012 y desde entonces el gobierno vasco paga la cantidad que le parece. Yo le apuesto lo que quiera a que a no mucho tardar el Partido Popular sancionará eso y habrá un nuevo cupo en condiciones muy favorables. Es algo que hemos visto muchas veces: empezó con Felipe González a principios de los noventa.
-¿Aboliría el cupo vasconavarro?
-Le diría al País Vasco y a Navarra que la solidaridad debe ser entre todos y que esas comunidades deben quedarse con una capacidad similar a las de las comunidades autónomas de régimen común, pero tengo esperanza cero o casi cero de que esa reforma se aborde.
-¿Qué más sombras detecta en el sistema de financiación autonómica?
-El sistema es muy complejo y lo es no porque tenga que serlo, sino para evitar mostrar a los ciudadanos acuerdos políticos relativamente arbitrarios en favor de una determinada comunidad. Es por eso por lo que se multiplican los fondos, los subfondos, las reglas especiales, las modulaciones y toda una serie de cosas que podríamos suprimir para hacer al sistema más transparente. Claro, el problema de las cosas transparentes es que la gente las ve. Finalmente, otro problema que me parece muy grave pero del que poca gente es consciente es que con la reforma constitucional que modificó el artículo 135 se hizo mucho ruido sobre la estabilidad presupuestaria, pero no sobre que antes de esa reforma había reglas que funcionaban relativamente mal pero una disciplina de mercado aplicada a las comunidades autónomas que funcionaba relativamente bien. Con el Fondo de Liquidez Autonómica, esa disciplina de mercado nos la hemos cargado. Es una perversión financiera, económica y federalista que el principal banquero, y lleva camino de ser el único, de las comunidades autónomas sea el gobierno central y que en un año como 2015, como hay elecciones, el gobierno diga: «Te presto al cero por ciento». Eso rompe por completo la disciplina de mercado; la ha roto ya. Y es un problema grave que habría que revisar urgentemente.
-Como experto en haciendas locales, ha abogado también alguna vez por la fusión de municipios. ¿Por qué?
-Porque el municipio, entre otras cosas, es un gran prestador de servicios, y para prestar servicios tiene que tener dinero, medios organizativos y capacidad, pero los municipios actuales vienen de hace más de siglo y medio, y desde hace siglo y medio han pasado muchas cosas y muchos municipios que tenían una población importante hoy no la tienen. Yo soy de Ponga, que es uno de esos casos. La Ponga actual no se remonta a las tablas de la ley de Moisés, sino que apareció en 1827 como resultado de la fusión entre el concejo de Ponga, que era de realengo, y el señorío de Cazo: tras abolirse los señoríos, alguien pensó en aquella reorganización. ¿Por qué no hacemos hoy otra? Le digo por qué: porque generaría muchas resistencias derivadas de cierto sentido de pertenencia, y los políticos actuales tienen un liderazgo de tan baja calidad que cuando se encuentran resistencias tienden a recular, a decir que sí a todo y a prometer que no harán nada en lugar de hacer lo que objetivamente es mejor para todos. Reorganizaciones de municipios, las hicieron los países nórdicos y Alemania ya en los setenta, y hacerlas no le prohibiría a nadie lo que antiguamente se llamaban coros y danzas y hoy fiestas patronales. Disolver el concejo de Ponga en un concejo nuevo y más grande de veinte mil habitantes, o la cantidad de población que consideremos adecuada, no impediría a los de Santa María de Viego que tuvieran su iglesia e hicieran su fiesta el 15 de agosto y tocaran la gaita, jugaran a los bolos y dijeran que sus vacas son las mejores del mundo. No hay por qué mezclar lo emocional con lo administrativo. ¿Por qué ese empeño en hacer funcionar algo que fue creado hace casi dos siglos y que carece de sentido en el mundo de hoy? Habrá quien diga: «Hombre, ¿y las mancomunidades?», pero de las mancomunidades ya se ha visto que los municipios entran en ellas, salen, pagan sus cuotas, no las pagan y al final no sirven para nada.
-La gran polémica hacendística del momento en Asturias es el impuesto de sucesiones. ¿Cómo se posiciona usted en el debate?
-Pues en una posición por la que me han insultado lo que han querido y más. Voy a aprovechar la ocasión para decirle algo a varios de mis críticos: yo tengo tres hijos, los quiero, quiero lo mejor para ellos, pero no creo que mi opinión sobre las instituciones sociales, ni la de nadie, deba ser la que a mí me convenga. Yo hace muchos años, en tiempos de un señor que se llamaba Franco, recibí una beca salario para que estudiara, porque mi madre era viuda, pero ahora que me va mejor en la vida y tengo una posición más acomodada no digo que haya que suprimir las becas. Pues con sucesiones lo mismo. La Constitución, la teoría impositiva y el sentido común nos dicen que alguien que experimenta un aumento de la capacidad de pago debe pagar un impuesto. Si yo hago una timba de póker y gano, tengo que declarar esas ganancias. Si me ascienden en el trabajo y paso a cobrar más, tengo que declarar esas ganancias. ¿Si se muere el tío Gilito y me deja no sé cuanto, no tengo que pagar? ¿Cómo es eso? Los críticos dicen que es doble imposición, pero eso es algo que sólo se puede sostener en un bar con tres copas de más. Lo que pagó la persona que fallece lo pagó ella, y lo que pago yo por sucesiones lo pago yo. Además, si hilamos fino, todos los impuestos son doble imposición, o incluso triple o cuádruple. Cuando uno se levanta por la mañana, enciende la luz y se ducha paga el IVA y paga el impuesto especial sobre la electricidad, y además paga el impuesto de renta y paga el IVA de casa, y cuando se compra un coche paga el IVA del coche y paga el impuesto de circulación de vehículos. Entre personas mayores, yo creo que deberían darse argumentos de personas mayores. El impuesto de sucesiones es justo y necesario. Otra cosa es cómo se gradúa ese impuesto, cuál es el mínimo exento, cualés son las tarifas, cuáles son los sistemas de fraccionamiento de pago... De todo eso podemos hablar, pero decir que hay que suprimir el impuesto porque es muy malo es pueril. Oiga, si tan malo es, ¿cómo es que nadie se ha dado cuenta en trescientos años de teoría impositva?
-¿Qué propone para el impuesto de sociedades?
-Muy sencillo: recuperar el nivel de recaudación de antes de la crisis igual que hemos recuperado el de beneficios. En primer lugar, podar un montón de deducciones, exenciones y compensaciones de bases que se hicieron al amparo o al calor de la crisis económica para las empresas nacionales. Para las multinacionales, que son cada vez mayores, lo que no puede ser es que con los precios de transferencia y con la facturación cruzada la gente se vaya a tributar a Irlanda cuando no se va a las Islas del Canal o a las Vírgenes o a territorios de nula tributación. Quitando deducciones a los de dentro y obligando a los de fuera a traer bases imponibles, tendríamos un impuesto de sociedades decente. Imagínese usted que alguien que estuvo parado cinco años durante la crisis dijera: «Mire, yo ganaba veinte mil euros al año antes de la crisis, pero como estuve cinco años parado tengo un crédito fiscal de cien mil euros, y ahora, cuando empiezo a encontrar empleo, acredito los cien mil euros contra mi renta laboral y ya veremos cuándo pago». Le diríamos: «Hombre, es usted un poco pillo», ¿no? ¡Pues eso es lo que hacen las empresas! Si a eso le añades que ese señor, cuando empiece a tributar, tributará al veinte por ciento pero que la empresa, si es grande, no tributa ni al cinco, pues usted me dirá.
-¿Y para el IVA?
-A mi juicio el IVA, a diferencia del impuesto de sociedades, donde yo creo que hay que hacer una gran reforma o hasta una revolución fiscal, es un tema menor por más que se genere mucho ruido en torno a él, porque se decide a nivel europeo. Lo que hay que hacer es ajustes, pero no necesariamente los que se proponen con más insistencia. En España, como la industria cultural es fuerte, hay mucha queja con respecto al IVA cultural, pero yo me pregunto: oiga, la cultura, ¿qué es? ¿Ir a un concierto de Justin Bieber es cultura? ¿Es más necesario ir a un concierto de Justin Bieber que tener luz en casa? La luz en casa paga el veintiuno por ciento del IVA y el impuesto especial de la electricidad, lo que pasa es que no hay un movimiento de presión de gente que diga: «Hombre, abaráteme un poco la luz en casa».
-¿Y para combatir la economía sumergida?
-Pues muchas cosas y muy variadas, empezando por dotar a la Agencia Tributaria de más medios, de más información, de cruces de esa información... También de equipos de investigación que se ocupen sobre todo de las modalidades más amplias de defraudación y que incluyan fiscalistas, inspectores fiscales, policías, jueces y expertos en derecho internacional, porque esos grandes fraudes suelen ser un delito fiscal más uno de blanqueo de capitales más otras cosas. Creo que eso ya se está haciendo. Hombre, a mí me pasma un poco que la Agencia Tributaria se caiga del guindo ahora y descubra que los futbolistas defraudan: yo pensaba que eso estaba claro desde hace veinte años. Pero bueno, están en ello, que es lo importante, y eso pese a que en este país hay muchísima gente dispuesta a aplaudir al futbolista defraudador si es de su equipo, algo que a mí me parece un cáncer social de los peores que existen. Los funcionarios de la Agencia Tributaria deberían tener más apoyo social. Son siempre el objeto predilecto de chistes y bromitas más o menos tontos, pero yo rompo una lanza por ellos. Soy un contribuyente y me duele pagar, pero reconozco que esa gente hace una labor benemérita. Que España esté, según la OCDE, en el pódium mundial en sistema de transplantes, en solidaridad interfamiliar y en otras cuestiones es en gran parte gracias a ellos y a su labor, que es una labor delicada y que a mi juicio debería estar mejor remunerada. Otra de esas cosas que nunca se discuten en España es por qué el cuarenta por ciento, o más, de los inspectores financieros y tributarios y de los abogados del Estado se van al sector privado. ¿Por qué a esos puestos muy complejos no les reconocemos el mismo estatus salarial y profesional que les ofrece el sector privado?
-Sería extraordinariamente caro, ¿no? Los sueldos del sector privado rondan los, ¿cuánto, ciento cincuenta mil euros?
-Más caro es que se vaya al sector privado y que entonces un contribuyente bien asesorado en el límite de la ley o un pleito con el Estado nos cueste quince o ciento cincuenta millones de euros. ¿No estamos dispuestos a pagar ciento cincuenta mil euros, pero ciento cincuenta millones sí? Vuelvo a lo mismo: hay que mirar la realidad con los ojos abiertos. Muchos temas políticos a mí me recuerdan a cómo se explicaba antiguamente la educación sexual: la abejita, la flor y todo aquello. No, mire, son los órganos sexuales y acostándose la gente como funciona el tema, no me hable usted de la abejita. En muchos de estos temas polémicos, preferimos hablar de la abejita.
-¿Qué le pareció en su momento la amnistía fiscal del ministro Montoro?
-Hombre, a mí académicamente y como ciudadano las amnistías fiscales no me gustan, ni ésa ni ninguna, porque se crea un problema de incentivo y de que la gente piense: «Si yo hubiera sido un pillo y hubiera ocultado, en vez del tipo marginal pagaría el 5 o el 10». Lo que pasa es que en política la gente que decide en el día a día decide sobre ideas y sobre intereses, y cuando algunos intereses son muy fuertes y tiran mucho uno tiene que plegarse.
-¿Qué le parecen las recetas económicas de Podemos? ¿Y las de Ciudadanos?
-Le diría que la mayoría de las de Podemos me parecen poco meditadas y las de Ciudadanos me parecen más meditadas. De todas maneras, igual que todo objeto tiende a la licuefacción a medida que se acerca al Sol, con las propuestas de los partidos pasa lo mismo: lo que opinan desde fuera del poder tiende a la licuefacción a medida que se lo acerca al propio poder. El mismo Rajoy fue a las elecciones diciendo que iba a bajar los impuestos y luego los subió. Los nuevos partidos también tienen derecho a desdecirse.