Trump juega con la nostalgia de la bonanza económica que hizo florecer el cordón industrial de Michigan Ohio o Pensilvania para ganar el apoyo de trabajadores de dichos lugares
01 nov 2016 . Actualizado a las 15:59 h.Hace varias horas que se hizo de noche. Pero no hay modo de perderse. La interestatal 94 desemboca justo en el corazón del downtown de Detroit. Antes de llegar, los neones del hotel Motor City marcan el paso hacia dos torres gigantes decoradas con luces azules. Es el edificio de la General Motors. Las luces son un espejismo que se desvanece cuando deja de mirarse a lo alto, cuando las vallas de las obras que inundan el centro o el humo que sale de las alcantarillas convierten la conducción en una suerte de yincana nocturna en busca de un local con wifi. De pronto se escucha una voz acercarse desde lejos. Entre el humo aparecen tres mujeres de color. Una canta, las otras dos se mueven al ritmo que marca la tonada.
No muy lejos, cerca de un aparcamiento al aire libre de los de diez dólares el día, se levanta el edificio Kales, construido en el 1914 por el famoso arquitecto Albert Kahn. En el bajo hay una vinoteca, un espacio moderno de estilo industrial que no lleva mucho tiempo abierto. Nada tiene que ver con el Cliff, un local que está justo en la esquina de al lado y que conserva la misma decoración que tenía en los años treinta y cuarenta, cuando Detroit era una de las urbes con la renta per cápita del mundo.
Un primer diagnóstico puede describir Detroit como una ciudad que empieza a resurgir tras haberse declarado en bancarrota unos años atrás. No es mentira: La General Motors ha salido del bache, Chrysler y Ford aún están ahí, algunas compañías de sguros también son fuertes aquí, llegan muchos trabajadores de empresas como Amazon o Uber y las startups de San Francisco o Los Ángeles ponen sus ojos en ella atraídas por los bajos precios de los locales. Hay marcas de relojes como Shinola que causan furor entre los hipsters....
Pero hay también otra realidad mucho menos agradable que no ha dejado de latir. «Desde luego no hay que quedarse con solo esa cara de que esto está cambiando y que es real. Están abriendo muchos locales nuevos, pero toda la gente que está viniendo está desplazando a los que ya estaban aquí y está volviendo a aflorar una diferencia racial que, en realidad, nunca desapareció». Ricky habla desde detrás de la barra. Es blanco, de Detroit. Nació en la ciudad, estuvo fuera bastante tiempo. Ahora ha vuelto pero, como dice, no puede vivir en el lugar donde creció porque el precio de la renta ha subido mucho ahí. Está al alza en los barrios de blancos. Donde viven los negros resulta todo muy diferente. «Aquí hay mucha discriminación. Es diferente con los latinos que con los afroamericanos. Puedes escuchar a alguien blanco decir vamos a Mexicantown por unos tacos porque son los mejores, pero no dicen eso de un local que haya en una zona de afroamericanos», apunta.
La compra de viviendas por cantidades que no llegan a los mil dólares (en los peores años llegaron a valer un dólar a cambio de que el propietario pagara el impuesto y evitara la llegada de delincuentes) forma parte de un programa para reconstruir y repoblar la ciudad. Basta un paseo no muy lejos del centro para ver las casas victorianas derruidas, cristales rotos, puertas apuntaladas, algunas quemadas.... Justo en medio alguna comienza a cobrar vida, pero más de un barrio es un barrio fantasma. Los negocios que antes bullían en la calle McNichols ahora están totalmente abandonados. Llevan abandonados desde los setenta, desde que Nixon aprobó la ley que dejaba de ligar el valor del dólar al oro. Desde entonces todo se vino abajo y la población no ha dejado de menguar.
Jibran Ahmed compró una vivienda en uno de esos barrios en reconstrucción. Le costó 500 dólares. La rehabilitó y ahora vive una familia. El problema: solo de agua y el saneamiento paga 150 dólares al mes. Por lo mismo, en el suburbio (barrios del área metropolitana donde suele vivir la población blanca) en que vive paga 40. Nació en Flint, al norte de Michigan, una urbe famosa en todo el mundo por los problemas de enfermedades relacionadas con la contaminación del agua. La misma en la que tiene su casa el polémico documentalista Moore. El padre de Jibran es paquistaní y trabaja como ingeniero en General Motors. Jibran es también el fundador y director ejecutivo de Resurge Detroit, una organización dedicada a fomentar el desarrollo económico de los barrios desfavorecidos o abandonados. Con él colabora también Paul. Llegó de México con su padre, que trabaja en la industria del motor hace unos años. Ahora es ciudadano norteamericano.«Trabajamos -dice- para reconstruir espacios vacíos, para que tengan valor económico y social».
El último proyecto es crear empleo en el sector de la agricultura urbana en la colonia Brightmoore. Para protegerse de la contaminación, los cultivos florecen en un contenedor. De este modo, indica Jibran, «la gente no solo recupera la casa, trabaja en beneficio de la comunidad creando valor económico». La madre de Jibran tiene otra organización que trabaja en apoyar a los refugiados que huyen de Siria. «La mayor parte vendrán a Michigan», cuenta él. No es extraño. En Dearborn, una de las poblaciones que limitan con Detroit vive la mayor concentración de población musulmana fuera de Oriente Medio o de países como Indonesa. No hace falta ningún indicador para saber que se está allí. Los carteles con anuncios en árabe o las mujeres con velo delatan que se está ahí, justo el lugar en el que nació Henry Ford.
De camino en coche al barrio donde está el proyecto, puede avistarse en el cielo una avioneta. Tiene un cartel: Chinos con Trump.
En el cielo aparece una avioneta con propaganda electoral: «Chinos con Trump». «Hay inmigrantes que apoyan a Trump, inexplicable, pero es verdad», dice Jibran. La explicación está no muy lejos. Justo frente al edificio histórico abandonado de la que fue la estación de tren de Detroit en la bonanza una pareja hace fotos de boda.
«La gente -explica un politólogo que recorre los estados demócratas de Ohio, Pensilvania y Michigan para analizar lo que está ocurriendo con el fenómeno Trump- añora cuando trabajaban en las fábricas, cuando ganaban dinero. Creen que Trump la va a traer de nuevo, pero no es verdad». Y relata su encuentro con la trabajadora de un hotel en el que se hospedó en Pittsburg (Penslvania), una ciudad que creció a la sombra del poder de la industria del acero:«Hablaba con ella y me explicaba que antes de que la cerraran trabaja en una fábrica donde obtenía el doble de dinero del que le pagan ahora. Sabía que la industria contamina, pero ella vivía mejor» . Esa es la razón por la que votaría a Trump. No es la única.
Pero lo que mejor explica el fenómeno es la imagen de la pareja tomando la foto ante la estación las cosas que de tren abandonada y vallada en Detroit. Porque con una de las cosas con las que juega Trump para ganar votantes en esos terrenos del partido azul es eso: pura nostalgia.