El Chianti, el vino del que Sting está enamorado (y de hecho produce con su esposa) es ya el tinto más popular de Italia cuando se cumplen 300 años de esta variedad
30 oct 2016 . Actualizado a las 14:07 h.Pese a la imagen de glamur que le otorga Sting al Chianti, a menudo se le atribuye fama de vino peleón, quizás en parte por que grandes partidas de esta variedad se venden en garrafa. «Hemos estado peleando un poco con la problemática de la imagen», explica Sergio Zingarelli, al frente de la asociación de productores de Chianti Classico y propietario de la bodega Rocca delle Macie, durante un evento en el Palazzo Vecchio de Florencia, donde se celebraban los 300 años de historia del vino.
Se ha podido documentar que ya se hacía Chianti en 1398. Tres siglos después Cosimo de Medici reguló su producción y su fórmula básica, la uva Sangiovese, fue definida en 1870 por Bettino Ricasoli, un aristócrata local y un estadista.
Los problemas comenzaron a principios del siglo XX, cuando para satisfacer la demanda de Chianti se comenzaron a plantar vides fuera de su región natural. Aquello desdibujó las líneas entre la producción original, con lo que en 1932 nació el Chianti Classico y las variaciones de la Toscana que se conocen como Chianti.
«Buscando una analogía con los coches alemanes es como si se compara un Opel con un Porsche», dijo a dpa sobre las dos denominaciones Jeff Porter, un destacado somelier italo-estadounidense. Para diferenciarlos bien, los productores del Chianti Classico han relanzado su etiquetado y han creado una nueva categoría, Gran Selezione, capaz de competir con los mejores crudos.
Pero resulta difícil cambiar las concepciones asentadas, señala Porter. «Uno puede ir a una tienda y encontrar un Chianti por 3-4 euros (3,4-4,5 dólares), y ver al lado un Chianti Classico que cuesta 20 euros, y la gente no percibe la diferencia», explica. «Sólo cuando lo pruebas, lo entiendes», dice. Porter, nacido en Estados Unidos, señala que los productores de Chianti Classico tienen que esmerarse más en «hacer un mejor trabajo de explicación» del «territorio único y representativo» de sus vinos. «Cuando la gente lo entienda, lo colocará en el panteón de los vinos, como el Barolo o el Brunello». La industria del vino es uno de los pocos sectores que resplandecen en el sombrío panorama económico italiano, y ahora se están redoblando los esfuerzos, incluso con inversiones extranjeras, para elevar el perfil internacional del Chianti Classic». El 80 % de las ventas fue a la exportación, cuando hace 15 años era el 60 por ciento. A Estados Unidos se dirige el 31 por ciento de las exportaciones, seguido de Alemania, el 12 por ciento. El mercado chino, donde los vinos franceses llevan la voz cantante, es el próximo gran objetivo. Desde 2010, un par de fincas de Chianti han pasado a manos chinas, y otra fue adquirida por la empresa de bebidas Constellation Brands con sede en Nueva York, mientras que el grupo Allianz es propietario de la hacienda San Felice, cerca de Siena, desde los años 70. No obstante, la mayoría de bodegas en la región siguen siendo un negocio familiar que sigue una tradición centenaria. Barone Ricasoli, por ejemplo, sigue al frente de la mayor hacienda vinícola en la región desde el siglo XII. Es la más antigua del mundo. Otros se han sumado al negocio más recientemente como el presidente de la asociación del Chianti Classico, Zingarelli, que es hijo de un boxeador que se convirtió en productor de cine e hizo fortuna con las películas del spaghetti western que protagonizaban Bud Spencer y Terence Hill antes de reinventarse como bodeguero en los 70. Unos años después, un galerista italiano Peter Femfert y su esposa italiana Stefania Canali se hicieron con Nittardi, una bodega con encanto de la que Michelangelo ya fue dueño cuando pintaba la Capilla Sixtina y que sigue guardando la conexión entre el arte y el Vaticano. En sus terrenos se pueden contemplar esculturas e instalaciones y cada año un artista contemporáneo diseña el etiquetado de sus vinos y entre ellos figuran Yoko Ono y los Nobel de Literatura Günter Grass y Dario Fo.
Sobre estas líneas, la etiqueta que hizo Darío Fo (en la imagen de la derecha) para Nittardi, una bodega en la que cada año un artista contemporáneo, como Yoko Ono o Günter Grass, aparte del citado Darío Fo, diseña el etiquetado de sus vinos