Al pulso territorial, con Escocia pidiendo otra consulta soberanista para seguir en la UE, se suman la brecha generacional y de clase
25 jun 2016 . Actualizado a las 09:21 h.El Reino Unido es como un paciente con fractura múltiple tras el impacto del referendo. Se reabren viejas heridas, como la territorial. Los escoceses y los norirlandeses han votado mayoritariamente a favor de la permanencia en el Reino Unido, en Gales se ha producido un empate técnico e Inglaterra, con la excepción de Londres, ha sido el gran motor del triunfo del brexit. El modelo de Estado está de nuevo en cuestión. Pero la votación descubre también nuevas grietas en el edificio británico. Existe una brecha generacional, ya que las encuestas señalan que más de un 70 % de los jóvenes de entre 18 y 24 años apostaron por seguir en la UE y que el respaldo a la ruptura se impone entre los mayores de 50. Los expertos indican que el desencanto de la clase obrera inglesa ha sido otro de los factores claves en el voto.
Crisis constitucional
Angus Robertson, portavoz de los nacionalistas escoceses en Westminster habla de «crisis constitucional». La primera ministra de Escocia, Nicola Sturgeon, asegura que está sobre la mesa una segunda consulta soberanista porque no acepta abandonar la UE «en contra de la voluntad de su pueblo». Curiosamente, uno de los argumentos de los unionistas en la campaña del referendo del 2014 era la amenaza de que el nuevo país se quedara fuera de la Unión. Pero no solo vuelve a la agenda la cuestión escocesa. El Sinn Féin exige también una votación para Irlanda del Norte. En este caso la petición ha sido rechazada por Arlene Foster, la ministra principal.
Robert Tombs, historiador de Cambridge, explicaba en el New York Times que «hay un nacionalismo inglés de carácter obrero que tiene mucho resentimiento, que es hostil con los extranjeros, incluso con los londinenses ricos, y con la gente que les dice lo que tiene que pensar y qué votar». Este retrato es aplicable a zonas castigadas del norte y del este de Inglaterra, donde arrasó el Leave. Aquí se combinan el sentimiento patriótico, el discurso xenófobo y la decepción de la clase trabajadora. Owen Jones, el gurú de la nueva izquierda británica, cree también que se ha explotado electoralmente esta frustración. Los partidarios de la ruptura aseguran que el brexit es una bofetada a las élites política y económica, al establishment, tanto europeo como británico. Aunque, curiosamente, Boris Johnson, el gran abanderado de esta causa, estudió en el exclusivo Eton y Oxford, como Cameron.
El peso de los recortes
Los recortes han servido de combustible para todos los nacionalismos en el Reino Unido. Cada uno de ellos ha situado en su punto de mira a un enemigo diferente. Para los soberanistas escoceses el culpable es Londres por su política neoliberal que impide redistribuir la riqueza de forma justa. Para los patriotas ingleses el problema es Bruselas por absorber fondos británicos que no revierten en su país e imponerles reglas supranacionales. Galeses y escoceses cuentan con su Parlamento. Inglaterra, sin cámara autonómica, no tiene ningún instrumento que le permita cierta dosis de soberanía, de pataleo con autoestima. Entre parte de sus habitantes fue arraigando el malestar, porque Escocia y Gales aprueban sus propias leyes, mientras que en las de Westminster deciden todos. Por eso la mañana siguiente a la consulta independentista David Cameron prometió más soberanía para los ingleses, consciente de las demandas de su electorado. La frontera política entre norte y sur no es nueva, se dibuja en cada cita electoral. Inglaterra vota conservador y allí va ganando terreno el ultraderechista UKIP, que ha explotado la carta de la inmigración y la bandera de San Jorge. Escocia fue el granero laborista y ahora es el feudo del Scottish National Party (SNP), que ha sabido venderse como un freno a la política de austeridad.
El abismo generacional
No menos dramático es el abismo que separa a los británicos por edades. Los más jóvenes, el sector de población con más movilidad geográfica a nivel laboral y académico, no quieren fronteras en Europa. Pero las imponen los mayores, que vivirán menos tiempo con las consecuencias de la salida. En las redes es viral un comentario de Nicholas Barrett, lector del Financial Times:, que resume lo ocurrido: «La generación más joven ha perdido el derecho a vivir y a trabajar en otros 27 países. Nunca conoceremos la magnitud de las oportunidades perdidas, de amistades, matrimonios y experiencias que se nos han negado. La libertad de movimiento ha sido arrebatada por nuestros padres, tíos y abuelos, relegando a una generación que ya estaba asumiendo las deudas de nuestros predecesores».