Reino Unido y la UE deberán negociar con rapidez el divorcio para limitar el daño económico y político
23 jun 2016 . Actualizado a las 08:45 h.¿Con qué escenario se despertará mañana la Unión Europea? ¿Estará el Reino Unido dentro o fuera del club? ¿Será posible la reconciliación? ¿Qué pasará de ahora en adelante? Las dudas dominan el estado de ánimo de los europeos en la cita más importante a la que asiste la UE desde su fundación. Bruselas cruza los dedos y se encomienda al «pragmatismo» de los ciudadanos del otro lado del Canal de la Mancha, pero ¿qué escenarios se pueden desencadenar si triunfa el brexit? Una cosa está clara: «Out is out» (fuera es fuera), advirtió ayer por última vez el presidente de la Comisión, Jean Claude Juncker. No habrá segundas oportunidades. El divorcio está asegurado.
¿Cuál será el primer paso?
Declaraciones políticas al margen, el BCE está listo para entrar en acción si se desata el pánico en los mercados con el no del Reino Unido. Los expertos prevén una temporada intensa de inestabilidad y volatilidad. El presidente de la autoridad bancaria europea, Mario Draghi, se vería obligado a inundar los bancos con liquidez para evitar un colapso financiero. David Cameron deberá decidir de inmediato cuándo aprieta el botón rojo para iniciar la cuenta atrás hacia la salida definitiva. Desde el momento en que invoque el artículo 50 del Tratado de la UE, tiene dos años para dejar arreglado el divorcio. Si no lo consigue, tendrá que implorar más tiempo, algo que puede conseguir si los 27 países miembro se ponen de acuerdo.
¿Cómo se negociará el divorcio?
Cuanto más se tarde, más costoso será para las dos partes, especialmente para el Reino Unido que irá perdiendo influencia política y deberá seguir contribuyendo al presupuesto comunitario por cada año que siga sin dar el portazo (10.000 millones de euros anuales). La negociación será extremadamente compleja si se tiene en cuenta que el 80% de la legislación británica procede de la UE. Los dos años son una quimera. De siete a 10 años es el calendario más realista. En 1985 la retirada de Groenlandia, región autónoma de Dinamarca con menos habitantes que Santiago, se alargó dos años. La CEE tenía entonces 10 socios. Reino Unido es la tercera potencia económica de un bloque de 28 países, con un acervo comunitario entrelazado con la legislación nacional que rige la vida y la economía de casi 65 millones de personas. Cuestiones como la libertad de circulación, el acceso a la atención sanitaria, las pensiones, la fiscalidad o el acceso al mercado laboral están en el aire. La UE y Londres tendrán que deshilar con mucho cuidado el tapiz jurídico que llevó décadas tejer. Otra cuestión es qué hacer con los trabajadores de las instituciones europeas. Reino Unido tiene 73 eurodiputados en el Parlamento Europeo. Su salida provocará un desequilibrio de fuerzas en la Eurocámara. Algunos dosieres tendrán que ser traspasados a otros funcionarios y habrá cambios en las comisiones.
¿Qué consecuencias traerá la ruptura?
Desde el punto de vista político, la UE y el Reino Unido serán «más pequeños y más débiles», apunta el think tank Bruegel. La Unión perderá un asiento en el Consejo de Seguridad de la ONU y el Reino Unido podría enfrentarse a un nuevo referendo independentista en una Escocia pro europea. El brexit será el catalizador para los partidos populistas y euroescépticos que tienen por delante procesos electorales, como el Frente Nacional francés o el AfD alemán. Las tensiones con los países del Este, que pueden pedir también trato diferenciado, obligarán a reformular a corto plazo la naturaleza de la UE. En lo que se refiere a la economía, el golpe será brutal. La pérdida de la City como principal centro financiero de la Unión y el retorno de los impuestos aduaneros minarán el intercambio comercial. La UE tendrá que reequilibrar sus presupuestos y Reino Unido renunciar a los fondos estructurales que reciben sus regiones más pobres (16.000 millones de euros del 2014 al 2020).
¿Cómo será la nueva relación entre el Reino Unido y la UE?
Londres quiere libre acceso al mercado interior, pero sin las obligaciones que conlleva. Bruselas se niega. A partir de aquí, todos los escenarios son muy poco convincentes. Los expertos descartan que Reino Unido acepte el modelo noruego por el que el país debería seguir contribuyendo a los fondos europeos, garantizar la libre circulación de personas y acatar la legislación comunitaria, con escasas excepciones y sin tener capacidad de influencia en las negociaciones de los 27. El modelo suizo, por el que Reino Unido podría tener acceso al mercado a través de un acuerdo aduanero no convence a la UE que hace tiempo que se queja de sus desiguales resultados. Descartadas estas dos vías, a Londres le queda probar con un acuerdo aduanero a la «turca» o el EFTA, acuerdo de libre comercio que no incluye los servicios, el principal interés británico. Sea cual sea el resultado final, el proceso será largo, complejo e incierto.
Y esto, si gana el sí a la UE
Ni tan siquiera el voto a favor de la permanencia puede garantizar una salida airosa a ninguna de las dos partes. Para Bruselas, se abrirá un período de reforma muy peligroso en el que pueden emerger nuevas demandas por parte de otros países de la Unión, interesados en aplastar las presiones internas procedentes de fuerzas populistas en auge. Los 28 tendrán que cumplir desde la próxima cumbre del 28 y 29 de junio su promesa en torno a cinco concesiones pactadas con Londres: reducir la burocracia europea para ganar competitividad, dejar a los británicos al margen de cualquier experimento hacia una mayor integración política, garantizar que los avances en la eurozona no perjudican a los socios de fuera del euro, más rendición de cuentas y devolver competencias al Reino Unido para restringir el acceso de ciudadanos europeos a los beneficios sociales. Debe aclarar si para ello reabrirá los tratados.
De forma paralela, la UE tiene por delante un reto enorme, sacar a la Unión del bloqueo político en el que se encuentra. Decidir si estrecha los lazos o echa el freno de mano a la integración. Sus principales motores, Alemania y Francia, no se ponen de acuerdo sobre qué rumbo seguir. Tampoco Londres puede cantar victoria. El euroescepticismo no quedará enterrado, tan solo dará una tregua. Para evitar que resurjan de nuevo tensiones, los expertos creen que el Reino Unido debería sumarse a ese esfuerzo por impulsar de nuevo el proyecto europeo, como hizo en los años 80.