Testigos afirman que el asesino de la diputada laborista Jo Cox gritó «¡Gran Bretaña primero!»
17 jun 2016 . Actualizado a las 09:27 h.El asesinato de la diputada laborista Jo Cox a plena luz del día y en la calle, en una localidad en las proximidades de Leeds, en el norte de Reino Unido, provocó la suspensión de la campaña del referendo cuando apenas queda una semana para la votación, en un momento de máxima tensión, con el país completamente dividido entre los partidarios de seguir y salir de la Unión Europea, y un creciente clima de resentimiento y odio entre los dos bandos.
La diputada salía de un encuentro semanal con los ciudadanos de su circunscripción en una biblioteca cercana cuando se vio sorprendida por una discusión entre dos hombres. Tras acercarse a ver qué ocurría, uno de ellos cogió una pistola de una bolsa y le disparó, causándole heridas de las que no logró reponerse. «Ella cayó entre dos coches y yo vi su sangre en el suelo. El arma tenía la apariencia de ser vieja. El atacante partió a pie y con calma», explicó a las cámaras Hithem Ben Abdallah, dueño del restaurante de al lado y testigo de lo ocurrido, quien había salido a la calle alertado por los gritos de la discusión.
Otro testigo citado por AFP, Clarke Rothwell, añadió que el agresor se ensañó con la diputada. «Le disparó una vez, luego otra, y se cayó y luego se inclinó para dispararle otra vez, en la zona de la cara. Alguien trató de contenerlo, forcejeando con él, y entonces sacó un cuchillo, un cuchillo de caza, y arremetió una media docena de veces contra ella con el cuchillo».
Dee Collins, jefe de la policía de West Yorkshire, confirmó un par de horas más tarde el fallecimiento de la diputada y la detención del presunto asesino, Thomas Mair, de 52 años de edad. Es vecino de la zona y vivió con su abuela durante cuatro décadas, hasta que esta falleció. Se dedica a arreglar jardines y tiene un carácter solitario, un historial de trastornos de salud mental y simpatías por grupos de extrema derecha.
Algunos testigos dijeron que habría proclamado «¡Gran Bretaña primero!», traducción de «Britain first», el nombre de un partido de ultraderecha, en el momento del crimen. Sin embargo, las autoridades no quisieron confirmar esos detalles y se remitieron a que la investigación seguía en curso por lo que el móvil aún no está confirmado. El líder de la formación ultra, Paul Golding, condenó el asesinato y pidió que se aplicase al asesino la pena de muerte, colgándolo con una horca de una farola. Según Colpisa, sin embargo las búsquedas en Internet desvelaron que Mair había tenido relaciones en el pasado con grupos de extrema derecha. En el terrible episodio hirió a un empleado de una tintorería de 77 años, que intentó parar el ataque y cuya vida no corre peligro.
Cameron en el Peñón
Una de las primeras reacciones tras confirmarse la muerte de Cox vino del líder laborista, Jeremy Corbyn, quien dijo de su diputada que «murió cumpliendo su deber en el corazón de la democracia, escuchando y representando a la gente por la que fue elegida para representarlos». Poco después, el primer ministro David Cameron, recién aterrizado en Gibraltar, también condenó los hechos y confirmó que era correcto suspender los actos de campaña, un aplazamiento asumido por los dos lados que podría extenderse hasta el fin de semana.
De este modo, Cameron no pudo seguir adelante con un acto muy criticado por el Gobierno español El tory tenía pensado esgrimir las glorias del imperio británico en favor de sus tesis y asegurarse el voto de los 32.000 residentes en el Peñón, más partidarios de la permanencia en el bloque común que otros británicos. Renunció al mitin, se reunió discretamente con los líderes políticos de Gibraltar y a las dos horas retornó a Londres sin colocar el mensaje que pretendía.
El asesinato de Cox, una convencida europeísta, causó una profunda conmoción en Westminster pues, pese a ser una recién llegada tras ser elegida en las últimas elecciones, era muy querida y respetada y se la consideraba una estrella en ascenso. También produjo un sentimiento de consternación global. «Es un ataque contra quienes tienen fe en la democracia», declaró el secretario de Estado, John Kerry. «Nuestro ideal democrático ha sido atacado», proclamó el primer ministro francés, Manuel Valls.
Hasta el momento del crimen, la jornada había estado marcada por la ventaja que los sondeos conceden al brexit y por el aluvión de advertencias desaconsejándolo, entre las que sobresale la de Angela Merkel. «No puedo imaginar que la salida represente una ventaja» para los británicos, dijo.
Después, se percibió un cambio. Los mercados, muy nerviosos desde que las encuestas pronostican el divorcio con la UE, recibieron el asesinato como una mala noticia para los partidarios de irse y la libra rebotó frente al dólar, tras semanas de caídas. Ajeno a estos cálculos, y con una entereza extraordinaria, el marido de Cox sorprendió con un comunicado llamando a «luchar contra el odio que la mató. El odio no tiene un credo, raza o religión, es venenoso». El Reino Unido no sufría el asesinato de un político desde finales de los 80 y principios de los 90 del siglo pasado, cuando eran el blanco del IRA.