La evolución humana en los últimos 65 millones de años

OPINIÓN

Cráneo de un homo sapiens y un neandertal
Cráneo de un homo sapiens y un neandertal Tim Schoom, Universidad de Iova

El azaroso viaje desde el animal primate al divino hombre

07 ene 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Este opúsculo acerca de la evolución humana sólo puede abordarse desde la síntesis, pues tenemos en cuenta que el medio en el que se publica es un periódico, lo que no esquiva el enfoque científico, y con la ayuda de siete diagramas, se retrotrae hasta el antiquísimo antepasado del hombre, el primate (orden), de la clase de los mamíferos («Mammalia»), y su evolución a lo largo de los últimos 65 millones de años (en adelante, m.a.) hasta el presente.

Los caminos que siguió esta evolución fueron extraordinariamente complejos y la mayoría son desconocidos o dudosos, sometidos a constantes replanteamientos e hipótesis según se van hallando nuevos fósiles y la secuenciación del ADN nos va guiando por este tupido bosque, aunque, creemos, nunca conoceremos, no ya nuestra línea filogenética, sino todos los vericuetos esenciales que nos han hecho ser lo que somos.

Acotar también que, dependiendo de las fuentes que se consulten, varían las fechas absolutas, la nomenclatura (eones o eras, por ejemplo), los progenitores de ramas concretas, etcétera. Por tanto, nosotros hemos tenido que optar por unas frente a otras, sin que ello menoscabe el objeto central: una visión general de por dónde fue, o pudo haber ido, la evolución humana.

El nacimiento de todo

Diagrama 1. Tres Dominios, cuatro Reinos de la vida

Los geólogos nos dan certezas acerca del nacimiento del planeta Tierra, que comenzó a formarse hace unos 4.500 m.a. a partir del gas y polvo que un poco antes se fue condensando y prefigurando el Sistema Solar, un conglomerado de materia alojado en una de las puntas de uno de los brazos de una de las espirales de la Vía Láctea (en latín, «Camino de Leche»), a una distancia del centro de esta galaxia de alrededor de 100.000 años luz (un año luz es la distancia que recorre la luz en un año a una velocidad cercana a los 300.000 Km/s, según la relatividad de Einstein).

La era Precámbrica («antes del Cámbrico», y este del latín «Cambria», al oeste de Gran Bretaña, donde se descubrieron los primeros fósiles de animales cordados, al inicio del Cámbrico) comprende desde ese comienzo (la aparición del Cosmos mismo lo alejan los astrofísicos 13.700 m.a. atrás) hasta hace 543 m.a. Pero la aparición de los primitivos animales en el Cámbrico no supone que no hubiera vida antes. De hecho, hay evidencias de células procariotas (unicelulares y sin núcleo), al menos, 700 m.a. después de la muy accidentada formación del planeta. Una procariota fue la antepasada de toda la vida que vino a continuación, también la actual, y aunque no fuera la primera célula en existir, sí fue la única que tuvo éxito. Una vez superados esos 700 m.a. van apareciendo los invertebrados, como las esponjas marinas, una vez consolidada la célula con núcleo (eucariota) y los seres pluricelulares, unos 1.000 m.a. antes.

Sin embargo, será en el Cámbrico, con los antedichos 543 m.a., en su etapa inicial, la Paleozoica («animales antiguos», del griego), cuando los mares se llenan de un tipo de criaturas de estructura diferente, decisivo para lo que vendría después. Esta verdadera explosión de vida (deslumbrante el librito La vida maravillosa, del prestigioso paleontólogo Stephen Jay Gould) supone un hito en la aventura de la evolución por selección natural darwiniana (contra lo que vulgarmente se cree, Darwin nunca escribió que eran seleccionados los organismos más «fuertes», sino los más «aptos»), que desencadenó un acontecimiento principal, el nacimiento de los cordados, uno de cuyos representantes, «Pikaia», es el más remoto antepasado de los vertebrados, o sea, de nosotros.

Trascurridos menos de 300 m.a. tenemos pululando a los dinosaurios («lagartos terribles», del griego) y a los mamíferos, nuestra línea, aunque no hay pistas del precursor humano. Es el Mesozoico («animales intermedios»), que finaliza abruptamente con el enorme meteorito que cayó en la península mexicana del Yucatán y que ocasionó la extinción de tres cuartas partes de la vida, incluidos todos los dinosaurios, salvo sus descendientes, las aves, cuyo rastro nos lleva hasta los dinosaurios terópodos («pie de bestia», derivado del griego) de dos patas, pequeños y carnívoros.

Diagrama 2. Tiempo geológico

Los primeros

Esta extinción, la quinta y, por ahora, la última (las otras cuatro: fin del Ordovícico, 440 m.a.; Devónico tardío, 365 m.a.; fin del Pérmico, 235 m.a., y Triásico tardío, 210 m.a.: es decir, los dinosaurios nacen con un armagedón, el del Triásico, y fenecen con otro, el del Cretácico), acaecida hace 65 m.a. (límite entre el Cretácico, en latín, «tiza», o último período del Mesozoico, y el Paleógeno, en griego «origen antiguo», el comienzo del Terciario), abrió la ventana de la vida a nuestros remotos antepasados, los primates («los primeros», del latín). Con el Terciario, el Cenozoico («animales nuevos») echa a andar, y hoy seguimos en esa era, pero en la etapa cuaternaria.

Aparte de que esos primates eran de un tamaño muy pequeño, que se escondían de día para evitar a los depredadores, de grandes ojos para ver en la noche, ojos frontales con los que conseguían una profundidad de campo tan necesaria para su hábitat arbórea, desconocemos cómo se fueron generando las líneas evolutivas de las que surgimos. Un molar de los últimos momentos del Cretácico ha nominado a la especie «Purgatorius ceratops», un primate arcaico, semejante a las ardillas, que invita a reflejarnos en él. Más fósiles de esta especie han sido descubiertos, pero ya dentro de los 10 m.a. del inicio del Cenozoico inferior.

«Proconsul», con más de 20 m.a., es un buen candidato a colocarse en una de esas líneas, porque fue el primer antropoideo («Antropoidea», del griego «parecido al hombre») rescatado que conecta con la familia de los grandes simios (orangután, gorila, bonobo y chimpancé) y el hombre, conocidos como homínidos («Hominidae», «idea de ser humano»), familia que irrumpe, sólo en el continente africano, hace más de 12 m.a. Otros géneros de antropoideos que habitan tanto en África como en Eurasia, de 17 a 7 m.a. aproximadamente, son: «Morotophitecus», «Afropithecus», «Kenyapithecus», «Otavipithecus», «Sivapithecus», «Lufengpithecus», «Ouranopithecus», «Ankarapithecus», y «Gigantopithecus».

Entre los antropoideos y los homínidos se sitúan los hominoideos («Hominoidea», «de aspecto humano»), una superfamilia que incluye, entre otros, a los anteriores, con una característica esencial: la de carecer de cola.

Finalmente, hace unos 8 m.a., detectamos a los ancestros comunes de chimpancés y humanos. Los primeros quedan en la subfamilia de los paninos («Panina») y los segundos, en la de los homininos («Hominina», sólo las especies del género homo), que ya caminan erguidos por una sabana africana de altas hierbas y menos árboles, donde se resguardaban. Los prehistoriadores sitúan a «Sahelanthropus», en el Chad, como el presumible hominino antepasado del «Homo».

Diagrama 3. Clasificación biológica de nuestro origen

La raíz

La especie más antigua de la que hasta hoy la arqueología tiene conocimiento de que caminaba erguida es «Ardipithecus ramidus»; («ardi», suelo; «pithecus», mono, y «ramid», raíz), sobre un millón de años anterior a los australopitecinos, del que derivan muy probablemente y del que provenimos nosotros. El candidato mejor colocado de estos últimos para ser ancestro del hombre es el «Australopithecus anamensis»; («austral», «sur», y «anam», «lago»), que vivió en África, como el resto de especies de su género, y como el ardipiteco, hace unos 4,2 m.a. Otros australopitecos son: «A. afarensis» (4,1 m.a., de Afar, región de Etiopía, de donde procede el famosísimo esqueleto de «Lucy», descubierto en 1974 por Donald Johanson y Tom Gray, una hembra joven que caminaba erguida, de 3,5 m.a., así como las no menos famosas huellas o icnitas de tres individuos descubiertas en 1978 por Mary Leakey en Laetoli, Olduvai, Tanzania, de 3,6 m.a.), «A. africanus»; (el «Niño de Taung», Sudáfrica, cuyo cráneo fue hallado por Raymond Dart en el lejano año de 1924, que se desgajó del afarensis un millón de años después), «A. bahrelghazali»; («bahr el ghazal», «río de las gacelas», de 3,5 m.a.), «A. aethiopicus»; (en las cercanías del río Omo, Etiopía, de 2,6 m.a.), «A. robustus»; (en Kromdraai, Sudáfrica, de 2,6 m.a.), «A. boisei»; («boisei», al lado, con el significado de «al lado del hombre», pues también se le conoce como «Paranthropus boisei», en Olduvai, Tanzania, de 2,3 m.a.) y «A. garhi»; («garhi», que significa «sorpresa», en Afar, Etiopía, de 2,5 m.a.), con el que se extinguen los australopitecinos.

Todos los australopitecinos tienen rasgos comunes, a saber: estatura baja (de 1,10 a 1,50 metros), cerebro pequeño, no muy superior al del chimpancé, cara ancha, frente huidiza, maxilares robustos, dientes grandes, dimorfismo sexual y esqueleto propio del bipedismo tras profundo cambios musculoesqueléticos, aunque la marcha tendría diferencias con la nuestra.

Diagrama 4. Los tres géneros de homininos

Diagrama 5. Los seis australopitecinos descendientes del Ardipithecus

Los humanos y el clima

En el este del continente africano, al lado de los australopitecinos, surge el primer «Homo». Es la especie «habilis», con 2,5 m.a., que recibe el calificativo de «habilidoso» porque es el primer ser que fabrica herramientas de piedra con otras piedras: los «chopper», piedras talladas por una sola cara, que pervivieron en el tiempo y fueron sustituidas paulatinamente por los «chopping-tools», herramientas talladas por ambas caras. Estos bifaces aumentaron las posibilidades de supervivencia de los individuos por ser útiles más versátiles. La segunda especie de «Homo»; documentada es la «rudolfensis»; (lago Rodolfo, actual lago Turkana, Kenia), de 1,9 m.a.

Las pronunciadas diferencias morfológicas habidas entre los póngidos y los australopitecinos, y entre estos y el «Homo», coinciden con modificaciones sustanciales del clima que, desde hace 5 m.a., tendió a ser más frío y seco, reduciendo el bosque y aumentando la sabana, dando otros alimentos y, por consiguiente, otros cuerpos. La adaptación a las nuevas condiciones es indispensable para la supervivencia, y aquí la adaptación significa complejidad social, planificación y lenguaje, una vez que los caninos empezaron a reducirse (otra alimentación), que apareció el pulgar oponible en las manos liberadas de la marcha para otros fines (utensilios, etcétera) y que el cuerpo se estilizó (menos vegetales, más carne y pescado), creciendo y reorganizándose el cerebro (el marisco tuvo mucho que ver en esta reorganización).

Así, otra especie, también de 1,9 m.a., el «Homo ergaster»; («trabajador», del griego), presenta una estatura superior a 1,80 metros, delgado pero musculoso, con un estómago más corto y tórax más estrecho, y un volumen intracraneal de 1.000 c.c.: 600 más que el chimpancé, 400 más que el «A. afarensis»; y 250 más que el «H. habilis». Todo un avance evolutivo.

El «H. ergaster»; era capaz de ver un cuchillo en una piedra porque su mente fue la más potente durante la primera mitad del período cultural Achelense del Paleolítico Inferior (piedra antigua, del griego), de 2,0 m.a. a 130.000 años. El Paleolítico Medio y su cultura Musteriense (propia del «H. neanderthalensis», de 230.000 a 40.000 años. Y el Paleolítico Superior, de 40.000 a 12.000 años, con las culturas Perigordiense Inferior, Auriñaciense Típico, Auriñaciense Evolucionado, Perigordiense Superior, Solutrense, Bodguliense y, el más cercano a nosotros, el Magdaleniense, que supone la transición entre la recolección de plantas y frutos y el cultivo de los mismos en el Próximo Oriente, abriéndose la etapa del Neolítico (piedra nueva): agricultura, ganadería, asentamientos, y hace unos 5.300 años, en la Edad de los Metales, la escritura y, por tanto, la Historia mima.

La mente

Nuestro «H. ergaster»; aparece en la era geológica del Cuaternario, que se subdivide en Pleistoceno (de 1,9 m.a. a 12.000 años), que es el período de las últimas glaciaciones, con la Günz primero y, la última, la Würm IV, hace 12.000 años, cuando el clima se templó y dio comienzo el período geológico en el que nos encontramos, el Holoceno, aunque hay científicos que hablan de otro tiempo, este provocado por el hombre con la Revolución Industrial y el calentamiento global, el tiempo del Antropoceno, donde se encuadraría la sexta extinción que estamos viviendo en directo.

Ese «H. ergaster», decíamos, con la nueva dieta que incluía proteínas animales, reorganiza su cerebro, que se expande considerablemente. Entonces, algunas actividades fisiológicas que se localizaban en los primates en los lóbulos prefrontales, se desplazan a los occipitales, dejando de esta forma espacio para nuevos enlaces neuronales que se encargarán de cuestiones relativas a conceptos como los de tiempo y lugar. Sus dos hemisferios prefrontales se especializaron, creciendo un poco más el izquierdo (fueron los primeros en ser diestros; todos los demás primates son ambidiestros), y elevan la inteligencia social a extremos no conocidos; se dan comunidades de hasta medio centenar de sujetos, que facilitan un lenguaje incipiente que cohesiona al grupo en la tarea de obtener alimentos, defenderse, cotillear (fundamental, y muy actual). Un lenguaje que no iría más allá del que hoy puede tener un niño de tres años, pero que ya no se limitaba a sonidos básicos, gritos o gestos.

La salida

Con semejante bagaje, «H. ergaster»; introduce otra novedad, fundamental, se desplaza lejos: primero fuera de su hábitat, por gran parte del continente africano, y, más tarde, cruza a Oriente Próximo y Eurasia, donde recibirá el nombre de «Homo erectus» («erguido»). Esta primera aventura se data en 1.800.000 años.

En Europa, la primera ocupación documentada data de hace unos 800.000 años, es el «Homo antecessor»; («anterior») de Atapuerca, Burgos, descendiente de la migración inicial o de otras posteriores, muy probablemente, o en parte, causadas por las glaciaciones, que en África supusieron la desaparición del «H. ergaster»; y de los australopitecinos por su incapacidad para adaptarse al nuevo clima.

Sin embargo, una muy novedosa especie, el «Homo sapiens», logra adaptarse. Ya estamos unos 200.000 años antes del presente. Y 150.000 años más tarde volverá a Eurasia y se convertirá en los abuelos de todos nosotros. Con su mente simbólica y unas herramientas altamente sofisticadas irá barriendo a todos los homininos del planeta, como el «H. erectus»; en Asia y el «H. neanderthalensis» en Europa.

Unos 30.000 años después, esta especie singular llega a Siberia y hace unos 15.000 entra en América por el estrecho de Bering, entonces helado por la magnitud de las glaciaciones. Subrayar que los nativos americanos portan más genes de una población que habitó el norte europeo que los siberianos actuales, pese a que se creía lo contrario por sus similitudes físicas. Ello fue así porque esa población norteña se expandió hacia Siberia, mezclándose con los autóctonos. Los huesos del niño de Denisova, y otros más, confirman la mayor afinidad genética de los americanos primigenios con los habitantes del norte de Europa.

Los precursores europeos

A lo largo de cuatro kilómetros, en un paisaje cárstico, una serie de cuevas salieron a la luz en la burgalesa sierra de Atapuerca durante la excavación de una trinchera para el ferrocarril. Dirigidos hoy los trabajos por Juan Luis Arsuaga, Bermúdez de Castro y Eudald Carbonell, se desenterró en 1994 una mandíbula y once dientes, que fueron datados en 780.000 años. Estaban en la zona de la Gran Dolina. Los tres científicos le adjudicaron un nuevo tipo, puesto que la morfología de los restos era única; a la nueva especie la llamaron «Homo antecesor». Más adelante los individuos recuperados superaban la decena.

Eran altos, de rostro moderno, dientes contundentes, cráneo de 1.000 c.c., totalmente bípedos, aunque los brazos presentaban un largo que recordaba a los homininos antiguos. Años después aparecieron útiles de piedra que fueron adjudicados a este espécimen, pero la sorpresa vino de su antigüedad: 1.200.000 años. Es decir, el primer europeo conocido.

En la Sima de los Huesos, Atapuerca, los investigadores se toparon con fóseles de «Homo heidelbergensis» (de la cantera de Heidelberg, Alemania, donde se hallaron por vez primera en 1907). Lo más llamativo fue su semejanza con los neandertales, llegándose a la conclusión de que estaban emparentados, así como con los antecesores. Los restos de la Sima (600.000-200.000 años) parecían indicar que el «H. heidelbergensis» estaba relacionado con quienes habitaron la Gran Dolina. Por tanto, un neandertal no estaba lejos del «H. antecessor». Obtener lascas predeterminadas de un núcleo correlaciona la cultura de los heidelbergensis con los neandertales y los primeros sapiens.

Unos 300.000 años antes del presente, Oriente Próximo y Medio y Europa eran el suelo de otra especie, «Homo neanderthalensis» (valle de Neander, Alemania). La recopilación de restos es muy amplia y llega hasta hace sólo 29.000 años, los últimos, en el sur de la península Ibérica.

Ridiculizados durante mucho tiempo por su corpulencia y rasgos faciales duros, se reivindica ahora su cultura material, sus habilidades y el extenso tiempo que logró sobrevivir, de momento unas seis veces más que nosotros. Un nosotros que estaría detrás de su aniquilación, como se apuntó antes. Sin embargo, el que formasen grupos pequeños, probablemente de no más de una docena, la endogamia y las condiciones climáticas tan adversas, estarían asimismo detrás de su colapso, porque no serían capaces de rivalizar con unos «sapiens» que constituían clanes con un significativo número de miembros y se intercambiaban hembras para evitar la consanguineidad.

Diagrama 6. El hombre africano (ergaster) se desplaza a Asia (erectus) y a Europa (antecessor)

Diagrama 7. El hombre europeo

Una isla indonesia y una cueva siberiana

Denisova es una cueva sita en el macizo de Altái, al sur de Siberia, y allí apareció el hueso de un pie humano, que conservaba ADN en muy buen estado. La información que arrojó su análisis fue que el genoma del nuevo humano denisovano («Homo altaiensis») estaba más cercano al neandertal que al humano actual. Se calcula que divergieron entre 470.000 y 380.000 años atrás, mientras que la separación de estos dos grupos y nosotros se remonta a 770.000-550.000 años. Estos tres grupos, a su vez, se habrían desgajado del hombre ancestral asiático, que se conjetura fue un «H. erectus», entre 1.400.000-900.000 años.

Grupos de denisovanos se desplazarían por el sureste asiático y alcanzado la isla de Nueva Guinea, puesto que entre el 3 y el 6% del genoma neoguineano procede del «H. altaiensis», más de un 1% respecto a los neandertales. Estos son unos hechos fundamentales, porque nos indican que la evolución humana no está restringida, ni mucho menos, a «eslabones perdidos», a la mera aparición de una especie desde otra más antigua, sino que el mestizaje entre humanos ancestrales, muy cercanos entre sí, dieron líneas evolutivas diferenciadas. Es decir, la secuenciación de los genes en el laboratorio habla de hibridación entre humanos arcaicos y modernos, haciendo mucha más compleja la interacción entre los especímenes, hasta el punto de que ya no nos vale la imagen del árbol para visualizar el proceso de hominización. Más bien estamos ante un abigarrado arbusto en el que las ramitas no se extienden exclusivamente solitarias; las ramitas también se retuercen, se mezclan entre sí, se entretejen.

Pero no sólo es factible que «H. erectus», con restos de 1.800.000-160.000 años aparecidos en la isla indonesia de Java y en Dmanisi, Georgia, fueran la raíz de los humanos arcaicos en Asia (denisovanos y neandertales de hace 700.00-500.000 años). También lo es que «erectus» se estableciese en la isla de Flores, Indonesia, en torno a aquellas fechas, donde permanecieron aislados hasta hace unos 12.000 años.

Hubo de pasar tiempo para que la comunidad científica aceptara que el hallazgo de 2003 del esqueleto parcial de una mujer en una cueva de Flores, de tan solo 18.000 años, fuese considerado humano. Su diminuto tamaño fue excusa para aseverar que se trataba de un ser con malformaciones acusadas. Pero el descubrimiento de otro cráneo y partes de al menos once individuos más (95.000-12.000 años), rebajó el número de escépticos y hoy se habla del «Homo floresiensis», que configuró su cuerpo a las condiciones limitadas de la isla.

La estatura de esta nueva especie sobrepasaría ligeramente el metro, como «Lucy», la australopitecina de tres millones de años, un volumen craneal similar al de un chimpancé y 25 kg. de peso. En general, su morfología facial estaría más cerca de «H.erectus»; que de «H. sapiens». Este extremo se ve reforzado por los útiles de piedra que obtenían de un núcleo, comparables en técnica al «erectus».

Siguiendo a los genes

Los descubridores chinos del Hombre de Pekín («H. erectus», 800.000 años) sostuvieron que fue el antepasado de los chinos actuales porque la forma del cráneo es similar en uno y otros. Esta teoría se enmarca en el supuesto multirregional de todos nosotros, en contraposición con un único origen africano. Las tesis de las dos escuelas fueron, con el descubrimiento del genoma humano, puestas a prueba, y el resultado fue que «H. sapiens», la única humana que sobrevive en la actualidad, deriva de un grupo de «sapiens» que vivieron en el este de África 200.000 años atrás.

Más concretamente: el ADN mitocondrial (las mitocondrias son orgánulos de las células, fuera del núcleo, que oxidan los azúcares para proporcionar energía), que sólo transmiten las hembras, ha llevado a los científicos a hablar de una Eva mitocondrial, o sea, la madre primigenia. Al mismo tiempo, los datos genéticos del cromosoma Y, que el macho transfiere en exclusiva a la progenie masculina, ratifica tal hipótesis.

Probablemente pasando de África a Arabia por el estrecho de Adén, hace unos 80.000 años, una población de humanos modernos emigró hacia Asia y a punto estuvo de perecer, 6.000 años más tarde, por la violenta erupción y posterior explosión del volcán Toba, en la isla indonesia de Sumatra, que sometió al planeta a una larga noche invernal de cientos de años. Y hace 2.400 generaciones (72.000 años) el ADN de todos nosotros quedó configurado, con una similitud de más del 90%, dato que desmonta las pretendidas teorías científicas de las razas y, en consecuencia, del racismo.

La ruta de la península del Sinaí y Oriente Próximo sería otra de las vías seguidas. En todo caso, dese Anatolia partieron los humanos que entraron en Europa y avanzaron por el Danubio y por el Mediterráneo, desde Oriente hacia Occidente. Alrededor de 10.000 años después, hace unos 40.000, los humanos alcanzaron Oceanía. Finalmente, América es colonizada, entre 16.000 y 14.000 años atrás, por grupos de individuos que atravesaron Beringia, el continente que enlazaba entonces Asia y América, ahora sumergido por el período inter glacial en el que estamos.

El divino

Hace 65 m.a. un pequeño mamífero del orden de los primates generó un racimo de familias que, por azar y necesidad, tal y como dicta la evolución por selección natural, habitualmente lenta y a veces abrupta, dará un primate que, todavía balanceándose, caminará erguido por un paisaje africano con menos árboles y más claros. El clima frío y seco fue el factor fundamental en estos comienzos del bipedismo, hace más de 7 m.a., que desembocó hace unos 200.000 años en la única especie viva del árbol genealógico hominino: el hombre.

En Etiopía, 195.000 años atrás, dos individuos sepultados por el tiempo en la cuenca del río Omo resultaron ser los primeros hombres con una morfología moderna («H. sapiens»), y enseguida empezaría un viaje que le llevaría por todo el globo terráqueo.

Con una constitución ligera, no apta para medirse con otros animales más corpulentos, con dientes y uñas que no rivalizaban con depredadores bien armados, pero con un cerebro grandes, redondeado, que encajó en sus hemisferios prefrontales un tejido neuronal que le dio consciencia de sí y del entorno, así como una capacidad enorme de anticiparse, de planear, de asociarse, de articular palabras (ya poseía el hueso hioides); ese arcaico «homo» pudo abrirse camino y adaptarse a cualquier ecosistema, y los 1.400 c.c. de encéfalo le pusieron en sus manos las herramientas para sobreponerse a las peores adversidades. Esos 1.400 c.c. hicieron que, poco después, absolutamente todo, aguas, rocas, seres, fueran su singular herramienta para su exclusivo beneficio.

Fue de este modo como «H. sapiens» traspasó las barreras más elementales de la naturaleza, y se rebeló contra ella. Sometió y utilizó unas veces y exterminó otras a cualquier organismo con el que se topó. Todavía peor: los fósiles de organismos extintos, sobremanera vegetales, que yacían en el subsuelo desde hacía centenares de millones de años (ejemplo, en el Carbonífero), empezaron a explotarlos con la Revolución Industrial y el resultado es una Tierra moribunda. Antes, con la Revolución Neolítica, se inició el reto para ella: agricultura, ganadería, ciudades, residuos, que conllevó una deforestación y degradación a una escala inimaginable. Dicho más directamente: estamos llevando el planeta al colapso.

Estamos, pues, en la era del Antropoceno. La era en la que el primate se volvió divino porque una potentísima mente así se lo hizo (se lo hace) creer. Si embargo, la evolución no se detiene, y no parece que el futuro le sea propicio al absurdo animal en el que nos hemos convertido.