Lotócratas

OPINIÓN

María Pedreda

28 dic 2023 . Actualizado a las 05:00 h.

A muchos no nos gusta la amnistía, pero la posibilidad de tener de vicepresidente del Gobierno a Santiago Abascal nos gusta todavía menos. La deriva ultra y delirante de la derecha tradicional tampoco nos tranquiliza demasiado. Un gobierno del Partido Popular y Vox daría al traste con los derechos LGTBI, con los derechos laborales o con los escasísimos derechos de los inquilinos. Un gobierno de ambos partidos de derechas seguramente traería consigo toneladas de censura. No es mi imaginación, ya están ocurriendo algunas de estas cosas en los lugares gobernados por el combo ultra, o como en la Comunidad de Madrid, que se ha cargado su propia ley LGTBI sin tener la necesidad de contentar a Vox.

Un gobierno del PP con los amigos de Trump, Milei, Bolsonaro y Meloni no es una opción para ninguna persona que esté en sus cabales. Cuando alguno de nuestros intelectuales ataca al Gobierno por la ley de amnistía, suele hacer como si la posibilidad de tener a varios ministros que son poco menos que matones falangistas no existiera. Incluso alguno están llamando a la abstención o proponiendo delirios como que se sortee quién gobierna, como si no tuviera importancia que tuviéramos de presidente al neofascista que toque y como si no fuera un poco injustificable que los defensores de la Constitución aboguen por algo que no tiene ningún encaje en ella. Esto es una frivolidad, y a pesar de que no puedo compartirla, comprendo perfectamente de dónde viene: del privilegio.

Desde el privilegio no siempre se es inconsciente, pero es frecuente que así ocurra. Entiendo que quien no tiene que levantarse a las cinco y media de la madrugada a trabajar para cobrar un sueldo que solo le permite sobrevivir se permita estas ideas, que a quien nota cómo le crece el dinero en el bolsillo cada vez que escribe media frase se la traiga al pairo si un chico homosexual menor de edad es obligado por sus progenitores a recibir terapias de conversión o si una chica nacida en España cuyos padres son marroquís se pega toda su vida sin ser española. Entiendo que quien tiene la vida resuelta no se preocupe demasiado de si no podemos pagar el alquiler o acceder a un piso en propiedad, total, no es su problema, y definitivamente, ninguno de estos es una mujer maltratada. Lo que ya entiendo menos es que alguien así se convierta en referente moral de no se sabe muy bien qué revolución de medio pelo.

Estas pataletas infantiles de cincuentones y cuarentones que se creen luchadores en una batalla contra una moral y cultura opresoras mientras al mismo tiempo no dicen nada de nada, ni media palabra, sobre las burradas que estamos viendo en lugares donde gobierna la derecha extrema con la extrema derecha no es creíble.

Probablemente ni tan siquiera ellos se la creen, son como Ricky Gervais, que parece creer que hacer guiños al macherío incel y depositar sus dardos en el colectivo trans como un matón de patio de colegio es algo de mucha risa. Lo más lamentable de todo esto es ver cómo personas a todas luces brillantes son incapaces de ver más allá de sus narices. En el fondo, la oposición a la amnistía es poco más que una pose para, de momento, no tener que andar enmierdándose en los fangos en los que retoza Gervais, pero lo cierto es que es exactamente lo mismo. Querer que hablen de uno tiene estas cosas. Nunca antes fue tan fácil ser rebelde.

La amnistía me puede gustar poco, pero soy consciente del país y del momento en el que vivo, y sé que con estos palos hay que arar. Tengo una edad y no me veo ejerciendo de niño caprichoso ajeno al mundo que me rodea. La lotocracia es reaccionaria. Lo revolucionario es votar y que las Cortes Generales decidan quién nos gobierna. Es doloroso, sí. Es la Constitución que defendíais hasta ayer.