Venció la democracia

OPINIÓN

Fotografía de una urna colocada en un colegio electoral
Fotografía de una urna colocada en un colegio electoral Eloy Alonso | EFE

26 jul 2023 . Actualizado a las 10:47 h.

Las elecciones españolas del pasado domingo tuvieron un seguimiento especial en todo el mundo, pero quizá fue en Italia, gobernada por una coalición que preside la ultraderechista Meloni, donde encontraron mayor repercusión. Los demócratas percibieron su resultado como una victoria propia. En periódicos como La Stampa o La Repubblica podían leerse el lunes artículos que destacaban que «se apaga la llama de Vox», ese es el símbolo del neofascismo italiano, o que «falla el modelo Italia». Elly Schlein, la líder del Partido Democrático, afirmaba exultante: «la ola negra se puede parar». Incluso Alessandra Mussolini, que no es neofascista sino eurodiputada de Forza Italia, señaló que la derrota de Vox: «Es un gran signo de civilización de España y de la población española. Muy bien».

Si algo se debe agradecer al señor Abascal y a sus secuaces es su falta sutileza. Gracias a su programa, a los militantes que eligió para ocupar cargos de gobierno en autonomías y ayuntamientos, a la negativa a condenar la violencia de género, a las amenazas a medios de comunicación y artistas, a que explicó su «solución» para Cataluña, a su intención de prohibir partidos políticos, la ciudadanía de ideas democráticas pudo despejar cualquier duda sobre el peligro que representa Vox. Su caída, especialmente significativa en Castilla y León, donde gobierna desde hace más de un año y perdió cinco de sus seis diputados, indica un cambio de ciclo esperanzador para España y para Europa. La señora Meloni, que lo había apoyado en sus mítines, lo llamó el domingo para consolarlo, sería deseable que tras las elecciones europeas del año próximo se vean obligados a hacerlo mutuamente. Con la derrota de Vox ha vencido la democracia. No ha desaparecido el peligro, pero en la noche del domingo hemos podido respirar con cierta tranquilidad.

Las derechas mediáticas y políticas habían vuelto a convertir estos comicios en un referéndum sobre el «sanchismo», lo han perdido. Algunos, como el predicador mediático Jiménez Losantos, recibieron los resultados con una furia que hizo temer seriamente por su salud. El ABC, cuya negra portada del lunes indicaba luto, hizo autocrítica, aunque sobre todo por su optimismo; al menos, no ha cargado contra el pueblo soberano, causante de la decepción. En el editorial criticaba la estrategia electoral del PP, «excesivamente centrada en el antisanchismo», aunque no se puede decir que el periódico no la estimulase.

Las derechas deberían reflexionar sobre su concepción de España. Este país no se limita a los columnistas que se retroalimentan leyéndose unos a otros y copiándose eslóganes, invectivas y tópicos. Tampoco a Madrid, que, por otra parte, es más plural de lo que quieren reconocer. El centralismo autoritario bonapartista, que tiene sus raíces en el reinado de José I, se fue configurando en el Trienio Liberal y dominó en el conservadurismo español desde la muerte de Fernando VII, no sirve en el siglo XXI. Quizá no sirvió nunca. Desde luego, no logró construir un Estado español a la francesa. Como otras cosas, Núñez Feijoo lo percibe, pero no se atreve a obrar en consecuencia. Un día declara una cosa y al otro se acobarda ante Vox, el señor Jiménez o algún aire torero que venga de la capital del reino. Son muchos millones los españoles que, regionalistas, nacionalistas o independentistas, aprecian su lengua y su cultura diferenciadas y quieren preservarlas y que sean respetadas. Si algo demostró la historia es que la solución no está en el ejército y la guardia civil, recuérdese lo que sucedió tras la muerte del general que pretendió utilizarla, cuarenta años y decenas de miles de muertos no le bastaron para conseguirlo. Lo importante es lograr una convivencia fundamentada en el respeto a la diversidad y en la democracia. Es muy probable que los problemas no desaparezcan nunca, pero es preferible afrontarlos desde el diálogo y no con guerracivilismo. Parte de esos españoles pertenece o vota a partidos que se identifican con sus ideas y que los representan en las Cortes y que actúan con la misma legitimidad que el PP o el PSOE. No hay ninguna razón para convertirlos en parias.

Españoles son también esos cerca de ocho millones de «txapotes» que votaron a «Perro» Sánchez, casi tantos como los que lo hicieron por el señor Feijoo. Es difícil atraer a los que piensan de forma diferente con el insulto y el desprecio. Evidentemente, con la persuasión solo se podría lograr con una parte, nunca en una democracia habrá unanimidades, pero es la que permite la alternancia. Valga un ejemplo, más del 50% de los gijoneses votó el domingo por las izquierdas, no pocos de esos «txapotes» lo habían hecho el 28 de mayo por la señora Moriyón, quizá incluso por el PP.

Núñez Feijoo se equivocó al creer que había ganado las elecciones tras el debate del 10 de julio, cometió un error al no participar en el de RTVE, pero la agresiva campaña contra el «sanchismo» y las cesiones ante Vox fueron los mayores desaciertos. Puede entenderse, aunque no se comparta la decisión, que el PP pactase con la extrema derecha en algunos ayuntamientos y autonomías, pero lo inaceptable es que cediese en cuestiones de principios y que, innecesariamente, cambiase hasta el lenguaje. Una cosa es pactar y otra entregarse. ¿Fueron necesarios los elogios a Vox del señor Mazón? ¿Los abrazos y sonrisas arrobadas de la señora Guardiola con el líder ultra extremeño tras tener que tragarse sus buenos propósitos? El PP nunca dio la impresión de ser un freno democrático para Vox y lo pagó.

Por otra parte, unas elecciones no se ganan con la promesa de derogar, más todavía cuando cada día se cambia de opinión sobre lo que debe ser derogado, tampoco con tonterías como prometer la prohibición de los referéndums ilegales. No solo porque, si son ilegales, se supone que ya están prohibidos, sino porque es un delito extremadamente infrecuente, solo se ha cometido una vez, no parece lo más perentorio. ¿No tenía el PP nada más que proponer además de eso, las derogaciones y que no convocaría elecciones en julio y en agosto? Las continuas insidias y sospechas sobre las instituciones o el funcionamiento de Correos no contribuyeron precisamente a crear la imagen de una alternativa seria de gobierno.

Las izquierdas salieron reforzadas porque el PSOE subió en votos y escaños con relación a 2019 y Sumar logró un resultado aceptable en muy poco tiempo. Eso muestra que, por encima de personalismos, antipatías particulares y campañas populistas plagadas de insultos, hay un sector muy importante de la población que confía en las propuestas democráticas, sociales e igualitarias de la izquierda y que lo hace le gusten más o menos los líderes. Eso sí, que las izquierdas puedan ganar con holgura en el futuro también dependerá de que eviten errores que cometieron en el pasado.

Tanto el personalismo de Pedro Sánchez, innecesariamente protagonista en muchas ocasiones y poco dado a la empatía con sus rivales, como el sectarismo y la incapacidad para la autocrítica de Podemos han sido perjudiciales. También decisiones poco maduradas y, sobre todo, la capacidad de irritar a determinados sectores sociales innecesariamente. La señora Ayuso supo aprovechar cierto exceso de autoritarismo durante la pandemia, pero, en general, la funesta manía de prohibir, o de decirle a la gente lo que debe hacer, es muy peligrosa. Se podrían poner muchos ejemplos, como la necesaria ley de bienestar animal, a la que el talibanismo de algunos desde el gobierno y la mala pedagogía convirtieron en impopular y que, a pesar de que fue suavizada, todavía posee un rasgo perverso en cualquier ley: incluye disposiciones que nunca se cumplirán ni nadie intentará hacer cumplir. Yolanda Díaz tiene un talante diferente y se notará si se llega a formar gobierno, pero la manía prohibitoria también afecta al PSOE. Hay que evitar meterle el dedo en el ojo a la gente, aunque sea a costa de dulcificar medidas que, en teoría, pueden parecer muy razonables o saludables.

De todas formas, la estúpida campaña contra Pedro Sánchez acabó haciéndole un gran favor. Sin duda, ha crecido su popularidad y muchos militantes y simpatizantes del PSOE se sienten ahora orgullosos de ser «sanchistas», como se vio en la noche del domingo.

No va a ser fácil que se forme un nuevo gobierno con estas Cortes. Núñez Feijoo no puede intentarlo sin Vox y con ellos se queda en 169 diputados. Ese socio le imposibilita pactar con cualquier partido nacionalista, incluso lo tendría difícil con Coalición Canaria y UPN, en cualquier caso, insuficientes para alcanzar la mayoría. La coalición PSOE-Sumar, además de apoyos externos de nacionalistas, necesita la abstención de Junts, pero, incluso aunque lograse la investidura, tendría una mayoría más precaria que en la pasada legislatura. Lo más probable es que haya nuevas elecciones en diciembre o que, si se llegase a formar un gobierno PSOE-Sumar, se celebrasen en 2024 o, como mucho, 2025. No será fácil aprobar los presupuestos, el PP incomodará desde el Senado y la intransigencia de Junts sobre el referéndum deja pocas opciones.

Se especula con un hipotético pacto PP-PSOE. Si fuese solo para la investidura, el PP no podría gobernar después con solo 136 diputados, especialmente si su objetivo sigue siendo «derogar el sanchismo». En cualquier caso, la más numerosa de las minorías solo posee el privilegio ser la última recibida por el rey en las consultas previas al encargo de formar gobierno. Si consiguió el 32% de los votos, quiere decir que el 68% del electorado no la votó; si quiere gobernar, debe sumar apoyos suficientes de otros representantes de la ciudadanía. El PP ha perdido toda credibilidad en su defensa de que se deje gobernar a la lista más votada solo cuando le conviene. Las leyes que la premian con un suplemento de diputados son discutiblemente democráticas y existen en muy pocos países, uno es Grecia, pero se pide para ello que alcance un mínimo del 35% de los votos y cierta diferencia con el segundo partido, cosa que el PP no cumpliría.

Una gran coalición, al estilo de las que se produjeron en Alemania y otros países europeos, dejaría la oposición en manos de Vox y de Sumar, que se reforzarían, y es dudoso que beneficiase a alguno de los dos socios. Lo que si sería bueno es que los dos grandes partidos, gobierne quien gobierne, fuesen capaces de dialogar y llegar a acuerdos en las cuestiones importantes que lo exigen. Las coaliciones multipartidistas son habituales en las democracias, solo los electores pueden evitarlas, no sería sano buscar atajos legales ni alianzas que casi nadie entendería. Tampoco es raro que se repitan elecciones, aunque no sea deseable.

 A ver sí, entre tanto, mejora el clima político, el ocaso de Vox debería ayudar, y en las próximas campañas se evita convertir las elecciones en plebiscitos.