El británico, uno de los grandes del género y residente en la ciudad desde hace 5 años, presenta el primer tomo de «Watsonianas», reedición de sus obras fundamentales
16 dic 2016 . Actualizado a las 09:07 h.«Escribo este comentario en medio de la costa norte de España, donde vivo ahora, en una ciudad costera con mi querida Cristina». La ciudad a la que se refiere Ian Watson (North Shields, Reino Unido, 1943) en el comentario que complementa la reedición en España de su novela quizá más conocida, The Embedding (antes Empotrados, ahora en flamante traducción Incrustados, de 1975) es Gijón. Como otros escritores antes que él, Watson recaló en Asturias bajo el reclamo de la Semana Negra y acabó empadronado en la villa de Jovellanos. Ayer, en esa misma «ciudad costera» y junto a esa misma «querida Cristina» -Cristina Macía, reputada traductora, entre otros, de George R. R. Martin, co-traductora del volumen y pareja del escritor- Watson presentó el primer hito de una ambiciosa empresa de reedición y recopilación de lo mejor de un periodo crucial de su producción. Se ha puesto a ello la editorial catalana Gigamesh, que ha denominado el proyecto Watsonianas y acaba de iniciar la serie -cinco tomos, quince novelas- con Incrustados y otros delirios racionalistas, que incluye también El kit Jonás (1977) y Orgasmatón, una obra incluso anterior a Incrustados que no pudo ver la luz hasta 2010. El empeño de Gigamesh da idea del peso específico de un autor al que muchos tienen por el más importante de la ciencia-ficción británica de su generación, y al que otros recuerdan por su trabajo como guionista en IA, el proyecto de Stanley Kubrick que finalmente dirigiría Spielberg como Inteligencia Artificial. El mismo ciudadano que uno puede cruzarse cualquier día por la zona de Constitución o El Llano paseando junto a Cristina Macía.
De la gestación de esas obras seminales -y acicateado por Alberto Granda de Gigamesh- habló Watson en la Librería Central de Gijón. Lo hizo en su inglés rico, lleno de matices, sorna y buen humor, después de obtener la conformidad unánime de la concurrencia, y haciendo bueno uno de los temas de Incrustados y de buena parte de su obra: el poder de comunicación de todo tipo de lenguajes (aunque también su capacidad para alterar la realidad). En este caso no hubo este tipo de efectos indeseables, como sí los hubo, irónicamente, en aquella primera traducción, Empotrados, que pasa por ser incomprensible y que llevó al autor, ayer, a pedir con coña y esta vez en castellano que «a partir de ahora los armarios no se llamen empotrados sino incrustados»..
Lenguaje y realidad
El público conectó con el autor, atendió, celebró y rió todo lo que Watson fue desgranando acerca de la gestación y las ideas que se concentran en sus primeras obras; en particular en Incrustados que, como recordó el británico tiene mucho que ver con Arrival (La llegada), una de las películas más interesantes del año, aún en cartelera, y su historia sobre la lingüista que tiene que descifrar el lenguaje de una especie alienígena y que ve cómo su percepción de la realidad, del espacio y del tiempo cambia con la comprensión de ese lenguaje.
«Son ideas de hace sesenta años, incluso más», precisó Watson, que evocó la época en que primaban las teorías de los lingüistas Sapir-Whorf sobre el modo en que «el lenguaje en el que hablas dicta tu percepción de la realidad», y las polémicas académicas con lingüistas como Noam Chomsky o Daniel Everett. En todo caso, Ian Watson defiende que, como dejó ver en Incrustados, «el lenguaje está relacionado fundamentalmente con nuestra naturaleza como humanos, con las acciones de hablar y comunicarnos». Sobre el resto de visiones de su novela, cuarenta y pico años después de escribirla, señaló lo que ha podido cambiar hoy: «El imperialismo americano… que es aún mayor». Respecto al trotskismo que teñía la entretela política del libro... en fin, eso sí que ha cambiado. Hasta la desaparición.
Ciencia e imaginación
Especialmente divertidos y reveladores fueron sus comentarios sobre la parte más científica de sus obras, y sobre la ciencia en sí. Por mucho que se le ponga la etiqueta de «racionalista», el público rió con ganas la confesión de que, cuando fabuló una forma de mantener en órbita invisible la nave extraterrestre que aparece en Empotrados, olvidó un pequeño detalle: «¡Que la Tierra gira!». «Claro que Larry Niven, que pasa por ser un autor de ciencia-ficción dura, en Mundo Anillo puso a girar la Tierra en dirección incorrecta», añadió Watson, poniendo en marcha el ventilador literario.
Los científicos, en particular los cosmólogos, tampoco salieron excesivamente bien parados. «En realidad, estoy disgustado con ellos porque al final, con asuntos como la materia oscura o la energía oscura, la cosmología sigue funcionando con fantasías matemáticas y no está más cerca de demostrar una explicación verdadera de lo que es el universo y cómo se formó. Ni creo que lo consiga en el futuro», argumentó el escritor británico, que justificó así sus propias fabulaciones cosmológicas: «Prefiero hacerlo por mí mismo, usando la imaginación mejor de lo que lo hacen los científicos, inventando explicaciones que sean compatibles con lo que dicen ellos».
Watson también habló sobre ka azarosa andadura editorial de Orgasmatón, que se gestó durante su larga estancia en el Japón contaminado y políticamente turbulento de principios de los 70, pero que estuvo dando tumbos cuarenta años. Casi da para una novela: un representante que se empeñaba en enviar aquel manuscrito sexualmente cargado y satíricamente subversivo a las editoriales menos adecuadas; la quiebra de un casino de Playboy que se llevó por delante la editorial del emporio de Hugh Heffner, más quiebras; editores temerosos de la reacción de lo políticamente correcto y el feminismo, cuando Orgasmatón encierra un fondo feminista…
«Es la extensión de la mujer que tengo en mí», confiesa, de hecho, Watson, que asegura que Jade, la protagonista de esta distopía sobre esclavas sexuales de laboratorio es «el reverso de la moneda» de Gigolo Joe, el robot que interpreta Jude Law en Inteligencia Artificial. «En realidad, Kubrick me había pedido un G.I. Joe [apodo para los soldados norteamericanos en la Segunda Guerra Mundial para proteger al niño protagonista y a su peluche…» «Hemos perdido el mercado infantil, pero qué demonios», dice Watson que replicó Kubrick a su (feliz) ocurrencia.
La presentación se desarrolló junto a una gran reproducción de la abigarrada e imaginativa portada del ilustrador Enrique Corominas -que también residió un tiempo en Asturias y al que también se conoce por sus carátulas para Canción de Hielo y Fuego- y concluyó con una exhortación de Ian Watson al público. No exactamente para que compraran el libro. «Por favor, coman y beban todo eso que tenemos ahí preparado. No quiero estar desayunando el jamón que sobró una semana».