Para Celestino Varela, toda su carrera está ligada a la ópera en todos sus ámbitos. Reconoce que ahora entran en escena nuevos actores como la sostenibilidad

  • «Se pudo ver con Hamlet que para llegar a la gente y para contar una historia no hace falta un gran dispendio, y menos con materiales contaminantes o perjudiciales»

  • «Que haya abonos de ópera por doscientos euros y alguien lo vea burgués o elitista no tiene sentido. Nadie llama burgués a alguien que va en una bici de montaña de mil euros»

Celestino Varela (Avilés, 1971) es el director general de la Ópera de Oviedo. Enamorado del género desde que oyó la primera ópera en su ciudad natal y, tras una carrera de diez años como cantante, saltó a la producción y la gestión, un mundo por el que siente la misma fascinación que el del canto.

—¿Cómo empieza su relación con la ópera?

En Avilés, cuando yo cantaba en la coral avilesina, se desarrolló una afición que yo ya traía de casa porque mi padre cantó en el Coro Minero de Turón, y luego en la Coral Avilesina también. Hubo una ópera en Avilés, la fui a ver y fue un flechazo. A partir de ahí empiezo a interesarme un poco más por el canto, que había visto en casa en una tradición más coral. Entonces, vengo a Oviedo a ver alguna función en el Campoamor, empiezo a estudiar canto aquí, con Dolores Suárez, y cuando acabo la carrera de Derecho en Oviedo, lo dejo a un lado y me lanzo al tema del canto, me dan una beca en Sabadell, empiezo a cantar allí y mi carrera profesional como cantante dura diez años.

—¿Y cómo se pasa al otro lado, a la gestión?

En 2009 fue un año complicado en lo personal, en el que tuve un accidente deportivo. Entonces, paro de cantar y me ofrecen la oportunidad de trabajar en una empresa que llevaba la gestión del Teatro Real en Madrid. Me fui dejando llevar por el tema de la gestión, hice un máster en la Complutense de gestión cultural y dejé de cantar. Empecé trabajar en la producción y la gestión, no solo en el Teatro Real sino en otros muchos con los que colaboraba.

—¿Qué le dio la producción que no se esperaba?

Cantar es algo muy individualista, y lo que me gustó de la producción es el tema de coordinar a personas, con lo complicados que somos cada uno, con las ideas que tenemos de todo tipo que repercuten en el trabajo. El reto de poner a mucha gente distinta en pos de un objetivo común es lo que me sedujo realmente y me sigue seduciendo porque ahora lo que hago es a otra escala pero al final el tema es poner de acuerdo a mucha gente para que se consiga un objetivo común.

—¿Cree que sigue en pie la noción de la ópera como un espectáculo de élite?

No. Yo siempre me pongo como ejemplo. Yo soy nieto e hijo de mineros en Asturias, donde el tema proletario-burgués siempre ha dado para mucho y se han escrito páginas de nuestra historia de todo tipo. Que hoy día haya abonos por doscientos euros y que alguien lo vea burgués o elitista no tiene sentido. Yo siempre pongo el mismo ejemplo. Uno tiene una afición y ahorra. Por decir una, las bicis de montaña. Las hay a partir de mil euros, y esas son las normales. El que tiene afición igual tiene una de cinco, de cuatro o de doce mil. Nadie llama burgués a alguien que va en una bici de montaña de mil euros. Con mil euros se pueden comprar tres abonos buenos. Eso ya forma parte de una afición. Yo creo que hay gente que lo necesita como excusa. Si no quieren venir me parece muy bien, a mí también me gustaban Los Ilegales, Siniestro Total y Los Locos, pero lo del elitismo ya es una excusa. Por lo que estamos siempre es por abrir el teatro a todo el mundo, y, sobre todo, cuanto más pequeña sea la gente que entra en el teatro, mejor, porque así le quita el miedo. A veces el edificio impone.

—¿Hay relevo generacional? ¿La juventud se interesa por la ópera?

Sí, porque hacemos muchas actividades, no solamente espectáculos sino también muchos ensayos dirigidos a ese tipo de gente. Ahí es donde hay que seguir invirtiendo porque es donde realmente está el futuro, tanto de la ópera como de cualquier actividad cultural. Cuanto antes se empiece, mejor. Nosotros empezamos hace unos años un proyecto con la Universidad de Oviedo de ópera para bebés, de cero a cuatro años. Ese es un poco el objetivo. Luego va la siguiente franja de niños que van entre los cuatro o cinco años y los doce o trece, y luego la siguiente franja, que es la más difícil, la adolescencia, en la que la cabeza está a todo menos a sentarse un rato en un teatro. Pero si ya conocieron ese hecho artístico de críos hay muchas posibilidades de que, cuando bajan las pulsaciones y las revoluciones de la adolescencia, la gente vuelva.

—El público de Oviedo siempre ha tenido fama de exigente.

Afortunadamente, no se puede hablar de un solo público. A medida que van pasando las funciones es un público distinto. Sobre todo es un público muy amante de la calidad musical y vocal. Y en cuanto a propuestas escénicas creo que mi antecesor empezó una tarea en 2003 y nos queda mucho terreno todavía en acercar nuevos títulos, como este Hamlet que pasó ahora, y sobre todo en propuestas escénicas. Creo que también queda mucho y que va unido al relevo generacional. Los públicos nuevos aceptan mucho mejor las producciones más vanguardistas que el público tradicional, que disfruta más poniendo más peso en las voces y la música.

—Su idea será buscar el equilibrio.

Totalmente. El equilibrio entre lo más moderno y lo más tradicional. Lo que pasa es que un teatro que tenga once o doce óperas al año, como el Real o el Liceo, tiene más posibilidades de jugar con estos balances. Nosotros teneos cinco títulos, entonces la posibilidad que tenemos de mezclar tendencias es menor.

—¿Cree que la ópera está avanzando en algún sentido hacia la sostenibilidad?

Hay mucho que avanzar, pero yo creo que estamos en un momento histórico, después de las dos temporadas marcadas por el covid. Ahora estamos haciendo el presupuesto para la temporada que viene, el año pasado a estas alturas no nos imaginábamos que en febrero iba a estallar esta guerra que nos está tocando tanto en todos los sentidos. Yo creo que se ha abierto una etapa impulsada por todas estas cosas que han ocurrido, de mentalizarnos de que no se puede malgastar tantos recursos, de que venimos de épocas donde se han hecho las cosas con muy poca cabeza creyendo que todo era inagotable, y ahora estamos racionalizando todo mucho. Es verdad que viene marcado por el tema económico pero no hay mal que por bien no venga.

—¿Y cómo racionalizan?

El año pasado fue una temporada, en este sentido, muy importante porque fue la que soportaba el sopetón económico de la 20-21. Entonces, fuimos a la nave de Olloniego donde tenemos guardado lo de temporadas anteriores y echamos mano del fondo de armario. Tiramos del Nabucco que teníamos, tiramos de La Boheme que teníamos, y para hacer una obra como La Flauta mágica tiramos de una escenografía que era de otra época. Ahí nos dimos cuenta de que la nave de Olloniego tenía que ser nuestro principal proveedor. Las escenografías no se acumulan, porque se van eliminando por un tema de espacio y todo el material se lleva a reciclar, pero por ejemplo hay el vestuario de 16 producciones. Estamos pendientes de una ayuda para aprovechar todo lo que tenemos allí. Esa es un poco la línea que nos marcamos. Todos los productos que se utilizan cada vez cumplen más con la filosofía del aprovechamiento al máximo y el respeto por la naturaleza, y además no se trata de hacer un vestuario nuevo para cada producción sino aprovechar lo que tenemos, reciclar. A veces, se logra simplemente cambiando la confección o el color de prendas o de una escenografía.

—¿Qué aprovechamientos hacen con las escenografías?

Por ejemplo, este año las patas de los laterales del Don Giovanni eran las de Nabucco pintadas de azul. Ahí ahorramos mucho, y para reciclar todo ese material y reaprovecharlo también se sigue generando trabajo. No deja de haber actividad. Además, en las escenografías también van ganando mucha importancia las nuevas tecnologías, video, proyecciones, etcétera. Entonces, todos aquellos montajes que se hacían con pintura, tela, madera y demás, tienden ahora a ser un poco más minimalistas. Hay ese punto de moda, de tendencia.

—La crisis ha sido crucial, a juzgar por lo que dice.

Sí. El año pasado fue una temporada muy austera, y realmente el esfuerzo creo que mereció la pena, pero seguimos arrastrando todavía cierta losa de la 20/21, en la que hicimos más funciones que nunca y con el 40 por ciento del aforo. Fue un peaje muy grande pero no nos arrepentimos de ello porque fue algo importante. Por una parte, por seguir con la llama cultural en un momento en el que la sociedad estaba muy tocada, y por otro lado, por seguir dando trabajo a la gente. No hicimos ningún ERTE ni ERE y la gente vino, sudó la camiseta y tuvo trabajo. Trabajar dignifica mucho a la persona. Que te den una ayuda está muy bien cuando no hay trabajo, pero es mejor trabajar, salir de casa, estar con los compañeros y hacer lo que te gusta hacer.

—¿Cree que hay esa mentalidad de aprovechar recursos en todo el sector?

Creo que sí, que va calando poco a poco. Insisto en que tiene que ver bastante con el tema económico y con lo que nos está golpeando este momento de crisis. Los grandes teatros, igual que en el mundo las grandes naciones, cuanto más grandes y más poderosos son, les cuesta más entrar por el aro. A los pequeños no nos queda otro remedio, pero en esa obligación es donde descubrimos que realmente tiene sentido. No hace falta un dispendio muy grande para hacer una producción maravillosa. Se pudo ver con Hamlet que para llegar a la gente y para contar una historia no hace falta un gran dispendio, y menos con materiales que sean contaminantes o perjudiciales.

—¿Contribuyen las coproducciones a esa reducción del consumo?

Está claro que se ahorran costes. Nosotros este año nos hemos lanzado a tres producciones nuevas solos pero con la esperanza de obtener también un rédito de ellas por el alquiler, como ha sido el caso de Don Giovanni o Hamlet. Sin embargo, el año que viene empezamos con Manon, en coproducción con el Teatro Municipal de Chile y con la Ópera de Tenerife y seguimos con la coproducción de dos obras españolas con el Teatro Cervantes de Málaga que van en esa línea.  Una misma escenografía con muy pocos retoques va a servir para tres óperas distintas.

—¿Con cuál de las tres «erres» se queda, Reducir, Reutilizar o Reciclar?

Nosotros estamos reutilizando todo porque es lo que toca ahora mismo. No puede ser que hagas una producción y esa producción muera. No puedes almacenarlo y acabar tirándolo después de unos años. Hay que reutilizar y aprovechar lo que tenemos aquí. Insisto en que nuestro primer proveedor tiene que ser nuestra propia nave. Cuando se propone un proyecto a un equipo creativo nuevo hay una visita obligada a la nave de Olloniego y se mira lo que sirve y se puede encajar y reaprovechar. De lo que se trata es de hacer cosas dignas pero con la mentalidad de que estamos donde estamos.

con la colaboración de