Tras las huellas (enterradas) del ejército romano

Pablo Batalla Cueto REDACCIÓN

CULTURA

Imagen aérea de una muralla romana
Imagen aérea de una muralla romana

El Museo Arqueológico acoge un seminario sobre una veintena de yacimientos que arrojan luz sobre la conquista romana de Asturias gracias a nuevas tecnologías aplicadas a la arqueología

26 may 2016 . Actualizado a las 14:32 h.

Una «pequeña revolución»: así describen el resultado de la aplicación de nuevas tecnologías y métodos de trabajo a la arqueología romana en Asturias los investigadores que mañana jueves, a las 19.30 horas participarán en un seminario en el Museo Arqueológico. Los especialistas José M. Costa García (Universidad de Santiago de Compostela), Andrés Menéndez Blanco (Universidad de Oviedo) y David González Álvarez (Universidad Complutense de Madrid) forman parte de un equipo de investigación sobre la presencia militar romana en el Noroeste ibérico compuesto por un grupo más amplio de investigadores de diferentes disciplinas procedentes de Asturias, Galicia y Portugal. Si de la conquista de la región por las tropas de Augusto sólo se conocía hasta ahora el campamento romano de Monte Curriechos, en Lena, las recientes investigaciones permiten elevar por encima de la veintena el número de enclaves militares provisionales utilizados por el Imperio a fin de someter a los belicosos astures. Casi todos esos enclaves militares se encuentran en el Occidente de la región y llevan nombres gallego-asturianos como A Granda das Xarras (Ibias), El Chao de Carrubeiro (Boal), Cueiru (Teverga), La Resiel.la o Moyapán (Allande), pero también hay alguno en el Oriente, como es el caso de El Picu Viyao, en Piloña. 

Así cartografiadas las guerras astur-cántabras, las rutas que siguieron los conquistadores, los movimientos que hicieron, dónde tuvieron lugar las batallas con los indígenas y cómo se efectuó la pacificación posterior a la victoria de Roma está ahora mucho más claro para los estudiosos, que hasta el descubrimiento del campamento del Monte Curriechos en 2001 sólo disponían para conocer la contienda de los escritos, poco minuciosos y siempre parciales, de los historiadores y geógrafos romanos de la época.  «Ahora podemos conocer a las dos partes: no sólo a la romana, sino también el papel que jugó en esta contienda la parte conquistada, los indígenas», explica Andrés Menéndez.

Nuevas tecnologías

En efecto, en el siglo XXI ya no se depende tan sólo del pico y la pala para conocer lo que de nuestro pasado esconden nuestros subsuelos: herramientas más avanzadas permiten hacer que la tierra hable sin necesidad de excavarla. Observando en fotografías aéreas los juegos de sombras que se forman al amanecer y al anochecer, cuando son más alargadas y hasta la más nimia elevación del terreno las arroja, se descubren a veces auténticas ciudades subterráneas. También es muy productivo prestar atención al crecimiento diferencial de la vegetación: un muro enterrado hace que el grosor de la tierra situada justo sobre él sea menor, y que en consecuencia la hierba disponga de menos humus del que nutrirse que aquélla cuyas raíces no tienen obstáculos subterráneos para crecer hacia abajo. Así, una hilera perfectamente rectilínea de hierba menos alta que la aledaña es otro testimonio elocuente de la existencia de un yacimiento.

Con las siglas inglesas LiDAR (Light Detection And Ranging) se conoce una tecnología más refinada que, sirviéndose de pulsos láser, hacen posible detectar estructuras imperceptibles para la fotografía aérea. Otra metodología muy útil es la conocida como SIG (Sistemas de Información Geográfica), que abarca toda una panoplia de herramientas de análisis territorial. En este caso no se trata de preguntarle a la tierra lo que contiene sino de meterse en la piel de un romano o un astur y deducir dónde es más lógico que levantara un asentamiento en base a diversas variables: accesibilidad y altitud relativa, pendientes, visibilidad y prominencia visual, acceso a recursos naturales, cercanía a vías de agua, movilidad, etcétera.

Toponimia y folclore

Finalmente, no es perder el tiempo acudir a la toponimia y el folclore. Las comunidades campesinas conservan en ocasiones leyendas relativas a batallas o a asentamientos antiguos que pueden ser cabos de los que tirar para descubrir restos poco visibles en la actualidad. En cuanto a la toponimia, su valor se suele comparar al de las piedras de ámbar en las que los paleontólogos encuentran intactos insectos atrapados en la resina que las formó hace millones de años: como ellas, nombres tan comunes en el Noroeste ibérico como Castro o Murias -«muros», en asturiano- mantienen el recuerdo fantasmal de estructuras antiguas hoy desaparecidas que dieron nombre a las aldeas levantadas después cerca o encima de ellas. También se presta atención al apellido «de los Moros» que llevan topónimos como El Pozu los Moros, en Quirós, porque las gentes de las edades Moderna y Medieval solían creer morunas y no romanas las ruinas antiguas.

La investigación del pasado romano está lejos de concluir con estos nuevos progresos: al contrario, no hace sino empezar. «La presentación es sólo de resultados preliminares», explica Menéndez. El seminario tendrá también una sección dedicada a las estrategias de divulgación científica y socialización del conocimiento desplegados, sobre todo en redes sociales, por este equipo en el que participan investigadores asturianos, leoneses, gallegos y portugueses. «Partimos de la premisa de que la investigación en cualquier rama científica del siglo XXI debe resultar accesible para la sociedad», dicen. Esa vocación divulgadora puede comprobarse en su página web, y en su perfil de Facebook.