Era el mejor profesor de la facultad según sus alumnos. Un brillante jurista según sus colegas, una referencia a pesar de su juventud, con una trayectoria impecable de lucidez y compromiso con la Revolución cubana. Sin embargo, no parecían las cualidades adecuadas para contribuir a la dignidad del pueblo cubano, ni siquiera al conocimiento de sus alumnos. Al jurista, historiador y profesor Julio Antonio Fernández Estrada le fue rescindido el año pasado el contrato como docente en la Universidad de La Habana a raíz de la publicación de algunos artículos en un medio digital. Por no ser incondicional, como reclaman los dirigentes, «…por decir la verdad, por ser digno y honesto, por defender el socialismo y criticar a los oportunistas y a los desvergonzados. Estos son mis crímenes y los seguiré cometiendo».
Hechos como este no tienen buen pronóstico: son señales de anquilosamiento por dogmatismo del que hay muchos ejemplos en la historia política. Procesos de emancipación popular que acaban corrompidos por aspiraciones personales escondidas bajo el paraguas de una misión «superior» que no necesariamente responde a la inquietud del pueblo «inferior». Una obviedad: mayor es la discrepancia entre lo que quiere el pueblo y lo que quiere la dirigencia cuanto menor es el desarrollo moral de esta. Una contradicción política que se intenta resolver con una espuria versión de la lealtad que, en el caso de la izquierda, se reclama como apoyo incondicional a la causa revolucionaria; a todas, en una suerte de asimilación que las iguala como parte de una estrategia de legitimación de poder personal y, no pocas veces, de encubrimiento de incapacidad.
Estos meses, por ejemplo, los daños colaterales de la nefasta guerra de poder en Venezuela -el sufrimiento del pueblo venezolano- se han convertido en torpedos contra Podemos. Aviesa estrategia cuyo propósito, entre otros, es tapar las grietas, cada vez mayores, del suelo electoral del PP, de un lado, y pescar votos en río revuelto, por parte de sus jóvenes y apuestos escuderos, del mismo lado, claro.
En los medios asoman los periscopios de tertulianos afectos a aquellos para marcar el itinerario de los proyectiles. Las redes sociales enseguida degeneran los debates, ya de por sí adulterados desde las fuentes del conflicto. Debates, cuya intencionalidad mediática explicó de forma nítida Enrique del Teso en esta sección de La Voz de Asturias, en los que se exige, además, con indignación incluso, un posicionamiento incondicional respecto a los bandos en disputa porque claro, no hacerlo es una equidistancia que, paradójicamente, te pone del lado del terrorismo financiero según quienes participan en el casting del concurso de postureo revolucionario, o del lado de los partidarios del gulag según los fundamentalistas del lucro indiscriminado. Una reducción maniquea que pasa por alto el hecho de que se puede estar del lado de una causa, o de sus principios esenciales, sin que ello suponga obligación de apoyar incondicionalmente a quienes utilizan esa causa, a veces de forma interesada y dejándose algunos de esos principios por el camino. Y esto no supone un ápice de aproximación a la oligarquía saboteadora. Porque el apoyo incondicional alienta el dogmatismo, y este, el abuso y la injusticia, ya sea en el paradigma revolucionario, el financiero o cualquier otro.
Dice el profesor Fernández Estrada que aprendió «de la historia de la Revolución cubana que los revolucionarios más serenos y puros son condicionales, porque no siguen a un líder por su nombre sino por sus acciones, mientras sean justas».
Y es que los procesos emancipatorios solo tendrán éxito si cumplen, precisamente, una serie de condiciones que, como insiste Fernández Estrada, el capitalismo obvia. Deben ser profundamente democráticos, inclusivos y justos. Y no solo esas; añade: «Estas condiciones deben renovarse para que las nuevas generaciones se sientan parte de este proyecto, para que no se vean obligadas a seguir consignas pétreas de otras épocas».
¿Qué podemos aprender?: por ejemplo, que no lograremos construir un mundo digno para todas las personas si dejamos que los líderes se enroquen en la incondicionalidad de sus adeptos.
¿Y la próxima semana?
La próxima semana hablaremos del gobierno.
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