Angus Deaton, Nobel de Economía en el 2015, analiza en un libro reciente la desigualdad a escala mundial (El gran escape, FCE, Madrid, 2015) y define lo que llama «sociedades de castas hereditarias»: son aquellas donde los ingresos de los hijos están muy relacionados con los ingresos de sus progenitores. Algo así como que en ellas se heredan la riqueza, el estatus, la casta. El estatus económico se transmite a través de las generaciones. Aquello tan castizo que se preguntaba por estos pagos: ¿de quién viene siendo?
Deaton comprueba además que estas sociedades coinciden con las que son al mismo tiempo las más desiguales a escala mundial: EE. UU., China y un puñado de países de América Latina. Es decir: Chimérica. Una Chimérica que ha tomado cuerpo (financiero, comercial, empresarial) en esta última y más reciente globalización.
De manera que cuanto más desigual es un país, cuanto más campa en él a sus anchas la ley de la selva del que a quien Dios (o el mercado) se lo da, San Pedro (o el Estado) se lo bendiga más probabilidades hay de que los pupilos hereden el estatus de los padres (al margen de sus capacidades y esfuerzos). O dicho al revés, menos probabilidades hay de que quien no nazca en el lugar adecuado consiga ascender (por más aptitudes y esfuerzo que acredite).
Estas castas hereditarias actuales me recuerdan las hoy muy en boga sagas feudales y monárquicas, que -digo yo- quizás estarían teniendo tan enorme éxito televisivo por coincidir con los modelos sociales de Chimérica. Son referentes del nuevo medioevo que nos espera en este siglo XXI, un mundo en el que, cada vez más, dependiendo de la familia en que nazcas así será tu futuro. Se acabó la escalera social.
Como quiera que Deaton se remite a un trabajo del año 2012 realizado por un profesor de la Universidad de Ottawa (Miles Corak) me pareció de interés consultarlo de primera mano. Y, en efecto, en un gráfico pude comprobar cómo EE.UU., China, Perú, Brasil, Chile y Argentina forman un hexágono desastroso: pues son países que, anotando una elevada desigualdad a escala mundial, al mismo tiempo son las sociedades campeonas en castas hereditarias y en ser gobernadas por esas élites.
Como contrapunto, los países que están en el otro extremo: Dinamarca, Noruega, Finlandia, Suecia. De España baste decir que estamos más cerca del hexágono castizo-hereditario, según el sugerente análisis del profesor Corak.
El mecanismo que más ayuda a formar castas hereditarias es el dotarse de unas acreditaciones educativas diferenciadas del común de los mortales (en esto la enseñanza privada o concertada actúa como filtro hereditario) que el mercado laboral reconozca como preferentes.
De cómo formar estas castas hereditarias (o de cómo reclutar lumbreras populares condenadas por este mecanismo) saben mucho variadas órdenes religiosas y diversas sectas o clubs exclusivos. Por ejemplo: un Obama en Estados Unidos sería el espejismo de una lumbrera popular, aunque con Trump hemos retornado a la normalidad de las castas hereditarias de los Ford, Kennedy, Bush o Clinton.