¿Cómo eran los primeros asturianos?

Pablo Batalla Cueto GIJÓN

ASTURIAS

Recreación de un grupo de neandertales
Recreación de un grupo de neandertales

El historiador Marco de la Rasilla explica cómo eran y vivían los neandertales de El Sidrón, los primeros asturianos conocidos

29 may 2017 . Actualizado a las 16:39 h.

Cuando, en 1856, Johann Carl Fuhlrott y Hermann Schaffhausen descubrieron en una cantera alemana y describieron el primer fósil de hombre de Neandertal -el llamado Neandertal 1- como un antecesor inmemorial del ser humano, no convencieron al fisiólogo Franz Mayer, ferviente defensor de la doctrina católica, que se veía contradecida por aquella tesis herética. Mayer se esforzó en buscar una explicación alternativo para aquel cráneo con prominentes arcos supraciliares y para aquel cuerpo contrahecho, de ancha pelvis y piernas separadas. El supuesto homínido prehistórico debía de ser en realidad un cosaco ruso, extraviado tal vez en tierras alemanas durante las guerras napoleónicas. Las piernas se le habrían separado por llevar toda la vida montando a caballo. Y el dolor que ello debía de provocarle le habría hecho arquear tanto las cejas que habrían acabado formándole los arcos supraciliares -es decir, las protuberancias óseas que bajo las cejas tenían los neandertales-. Con esta interpretación, la credibilidad del Génesis quedaba a salvo.

Desde entonces hasta hoy, la ciencia histórica y la arqueológica han avanzado mucho: sabemos mucho más, y lo que sabemos es mucho más indiscutible, sobre esos muy remotos tatarabuelos nuestros que se enseñorearon de Europa, y también de Asturias, hace centenares de miles de años. Y lo sabemos gracias a lo que al respecto nos han contado yacimientos como el de la cueva de El Sidrón, cerca de Borines (Piloña), donde en 1994 cuatro espeleólogos encontraron restos humanos que resultaron ser de trece individuos neandertales emparentados entre sí: siete adultos (entre 18 y 35 años aproximadamente) de los cuales tres eran masculinos y cuatro femeninos; dos jóvenes masculinos de en torno a 12 o 13 años; tres adolescentes (dos femeninos y uno masculino) de entre ocho y diez años y un ejemplar infantil del que no se conocemos el sexo. Sirviéndonos de uno de esos ganchos periodísticos que tan poco gustan, no sin razón, a los académicos, podemos decir que ellos son los primeros asturianos. Los conocidos, claro: antes que ellos, se sabe que Asturias fue habitada al menos por homo heidelbergensis, pero de ellos sólo se dispone por ahora de restos líticos, no de fósiles. La antigüedad de los restos de El Sidrón se ha calculado en unos 49.000 años. Quien más sabe de ello es el prehistoriador Marco de la Rasilla, profesor de la Universidad de Oviedo.

Según las investigaciones efectuadas y los testimonios encontrados, el hombre de Neandertal extendió su hábitat por todo lo que hoy es Asturias, aunque no solieran subir más allá de la cota de los 300 metros sobre el nivel del mar.

¿Cómo era la vida de esos lejanos antepasados nuestros? Desde luego, bastante más corta: no más allá de cuarenta años, cifra que en todo caso debía de ser muy excepcional. Su régimen alimenticio era omnívoro y se basa en aquello que tenían a su alcance: tanto fauna como vegetales (desde musgo hasta hongos), en proporción que variaba en función del tamaño y de la espesura de los bosques cercanos. No hay evidencias arqueológicas de pesca ni de marisqueo, más allá de alguna captura fácil puntual que pudieran hacer. A buen seguro también recolectarían huevos y miel. Y también practicaban el canibalismo: ese, el de ser devorados por congéneres, fue el desgraciado destino de los individuos de El Sidrón, si bien no se sabe si tal canibalismo era de tipo ritual o meramente alimentario, ni si era una práctica habitual o sólo ocasional. Tal como explica De la Rasilla, «el canibalismo ha sido relativamente habitual no sólo entre los neandertales, sino también en homínidos anteriores, como el antecessor, y en el sapiens: lo practicaban los wari en Polinesia, algunas poblaciones americanas y lo contempló la llamada ley del mar, que permitía el canibalismo en caso de naufragio, hasta el siglo XIX».

La llegada de los sapiens

De la vida espiritual, ritual y simbólica de los neandertales se sabe poco. Según expone De la Rasilla, «hay indicios de un mundo simbólico fijo: restos de conchas, elementos exóticos, elementos de color rojo, como mineral de hierro, etcétera, y hay también enterramientos, aunque ninguno en la península ibérica: sí en Francia e incluso en Iraq. Pero cuál era la complejidad de ese mundo simbólico no es fácil de determinar. Y arte como tal, aunque hay quien sostiene que los neandertales lo practicaban, no hay evidencias claras de que así fuese. A lo mejor alguno pudo hacer una raya despistada en algún momento, pero eso no es arte. Para que se pueda hablar de arte tiene que haber repetición y hacerse en varios sitios». Tampoco hay evidencias de comercio, pero sí pudo haber intercambios.

El neandertal también es un homo faber capaz de convertir los materiales de su entorno en útiles capaces de hacerle más fácil la vida: raederas, denticulados, puntas, algún bifaz… «Básicamente», cuenta De la Rasilla, «lo que encontramos es una industria de lascas. En comparación con lo anterior, hay una reducción importante del tamaño de los instrumentos en piedra. De una misma roca, un mismo núcleo, los grupos neandertales pasan a ser capaces de extraer más soportes. También hay un mayor uso de sistemas compuestos, es decir, útiles hechos de madera y piedra», explica De la Rasilla.

Como es sabido, después de los neandertales llegaron los sapiens: un nuevo homínido que llegó a convivir en algún momento y lugar con aquél, pero que, cuando llegó a la península ibérica, posiblemente ya lo hiciera a una península ibérica vacía: ésa es, al menos, la teoría que comienza a manejarse últimamente, y que contradice la clásica de que sí se produjo una convivencia entre las dos especies en suelo ibérico. Los neandertales se habían extinguido -y se habían extinguido solos- por motivos que hoy sólo se pueden elucubrar. La primera hipótesis que al respecto enumera Marco de la Rasilla es el bajo índice de población y la escasa variedad genética, lo que provocó endogamias y generó enfermedades y epidemias. Otra hipótesis es la violencia intragrupal, y otra el cambio medioambiental: alguna modificación ecosistémica brusca que complicó la vida de aquellas gentes hasta hacerla inviable. Lo más probable, por otro lado, es que la causa de la extinción fuera múltiple: no uno solo de estos factores, sino una combinación de varios.

La llegada del homo sapiens a Asturias se sitúa en el entorno de los 37.000 años antes del presente. Procedentes de África, y tras pasar por Próximo Oriente (donde hubo una hibridación con los neandertales que explica que los europeos tengamos un 2% de flujo génico neandertal), los sapiens entraron en la península ibérica por los Pirineos tanto vascos como catalanes. Si también lo hicieron por el sur, es decir, por Gibraltar, no se descarta, aunque no hay evidencias concluyentes de ello.

Los primeros sapiens eran, igual que los neandertales, cazadores-recolectores, pero gozaban de una serie de ventajas evolutivas sobre sus predecesores, y particularmente una capacidad mayor de obtención de recursos y una mayor especialización de la caza en ciertas especies concretas. «En la península ibérica suele ser el ciervo; en la zona mediterránea, también el conejo, y en algunos yacimientos situados en el pie del monte también la cabra o el rebeco», explica De la Rasilla. Los sapiens, además, también recolectan más y mejor y, a medida que va corriendo el reloj cronológico, ya al final del Paleolítico, también aprenden a pescar y a marisquear, eso sí, sólo en ríos y estuarios. También realizan ya arte tanto mueble como parietal. De lo segundo son sobrecogedor testimonio cuevas como la de Altamira o la de Tito Bustillo, auténticas capillas sixtinas paleolíticas. De lo primero, toda una panoplia de artilugios elaborados no sólo en piedra o madera, sino también en materiales como asta, hueso o concha.

Para bien o para mal, así y allí amaneció esta humanidad nuestra que hoy se maravilla con la hermosura de aquellos bisontes, que siguen pareciendo correr cuando se los mira a la luz de las velas.