No es el movimiento anti-Vietnam, pero a Biden puede salirle caro

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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Manifestación propalestina en Nueva York.
Manifestación propalestina en Nueva York. Caitlin Ochs | REUTERS

04 may 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Las protestas en las universidades norteamericanas contra Israel y su guerra en Gaza plantean en este año electoral un problema inesperado, y potencialmente serio, a Joe Biden. No son muy masivas (a pesar de lo que se dice, no pueden compararse ni remotamente con las de la década de 1960 contra la guerra de Vietnam). Sin embargo, han puesto nerviosas a las autoridades académicas, que no quieren esta clase de publicidad en las fechas en las que las familias eligen centro. Y han logrado forzar la intervención de la policía, precipitada tras los primeros conatos de violencia entre estudiantes pro y antiisraelíes. En definitiva, han conseguido introducir la cuestión de Gaza en el debate preelectoral, lo cual supone un logro histórico para la causa palestina, y a la vez pone en peligro las posibilidades de reelección de Biden, cuyo partido está dividido en este asunto.

Se suele decir, y es cierto, que la política exterior tiene poco peso en las elecciones norteamericanas. Pero, por una parte, en unos comicios que se prevén muy ajustados, un punto porcentual o dos de voto pueden inclinar la balanza; por otra, el conflicto en Gaza empieza a adquirir en Estados Unidos rasgos de asunto interno.

Los activistas lo ven y lo presentan a través del prisma del racismo y el colonialismo, y es por ahí por donde conecta con causas domésticas como Black Lives Matter. La diferencia es que, mientras que el Partido Demócrata podía apoyar sin problemas a aquel movimiento porque el presidente era Donald Trump y porque era una causa sin apenas detractores, la cosa es muy distinta con la cuestión palestina. Por mucho que la opinión pública haya evolucionado en este asunto en la última década, el sentimiento proisraelí sigue muy enraizado en amplios sectores de la población y del propio Partido Demócrata.

De modo que Biden, para no perder ese punto o dos de voto juvenil radical sin comprometer un porcentaje quizás mayor de voto proisraelí, se ve abocado a buscar un equilibrio muy complicado. Sus esperanzas se cifran en conseguir un alto el fuego en Gaza. Esto permitiría sacar este asunto de la actualidad antes de la convención demócrata en agosto, en la que la facción más a la izquierda de partido podía escenificar un boicot. Un alto el fuego proyectaría, además, la idea de un Joe Biden más firme y eficaz en política exterior, algo en lo que los sondeos le suspenden repetidamente e incluso le comparan desfavorablemente con alguien tan desorientado y mediocre en este terreno como Donald Trump. Pero la política es así: se construye con percepciones más que con ideas. Desgraciadamente para Biden, no está en su mano poner fin a la guerra de Gaza. Es muy dudoso que el primer ministro israelí, Benjamin Netanyahu, tenga en cuenta el calendario electoral norteamericano para sus decisiones militares, e incluso si lo hiciese, no tendría interés en ayudar a Biden sino a su rival, Trump, que podría ser, al final, el paradójico beneficiario de esta ola de protestas.