El independentismo escocés se estrella contra sus contradicciones

Miguel-Anxo Murado
Miguel-Anxo Murado EL MUNDO ENTRE LÍNEAS

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El ministro principal de Escocia, Humza Yousaf.
El ministro principal de Escocia, Humza Yousaf. Jeff J Mitchell | REUTERS

27 abr 2024 . Actualizado a las 05:00 h.

Aunque pueda parecer regional y alejada, la política escocesa tiene un interés que va más allá de su frontera en el río Tweed. Lo tiene porque, desde que hace más de dos décadas se la dotó de autonomía política, ha venido siendo un banco de pruebas de las nuevas versiones y aspiraciones del nacionalismo en Europa. El protagonista de este experimento es el Partido Nacional Escocés (SNP, por sus siglas en inglés), una organización que en sus orígenes coqueteó con el fascismo y la Alemania nazi, pero que a raíz de la autonomía de 1999 decidió girar a la izquierda para presentarse como un «independentismo con rostro humano» que atrajese el voto tradicionalmente laborista de los escoceses. Lo consiguió, como también logró forzar un referendo de independencia, que no ganó, pero dejó establecido un precedente.

Del liderazgo carismático de Alex Salmond pasó sin transición al liderazgo carismático de Nicola Sturgeon. Con el sí a la independencia superando en algunos momentos el 50 por ciento en las encuestas, parecía que el objetivo de la secesión estaba ya al alcance de la mano. Y entonces todo se torció. Los personalismos de su cúpula acabaron con una escisión y los escándalos han venido asediando a sus hasta hace poco incuestionables líderes (Alex Salmond por denuncias de acoso sexual, de las que luego fue absuelto; Nicola Sturgeon por corrupción). Pero, más allá de todos estos tropiezos, lo que más daño ha hecho al SNP es la confusión ideológica en la que ha caído por su intento de «serlo todo para todos».

En el 2021 el SNP firmó un pacto con los Verdes que ha labrado su desgracia. En virtud de ese acuerdo, los Verdes prestaban sus números para completar una mayoría independentista. A cambio, el SNP adoptaba su ecologismo radical y de género. Sin progresos en el frente secesionista, el Gobierno escocés se ha centrado en un hiperprogresismo woke que no ha dejado de causarle problemas: su ley trans ha dividido al partido y se encuentra congelada, su ley de delitos de odio ha sido tildada de totalitaria y sus objetivos de descarbonización resultaban tan poco realistas que el primer ministro escocés del SNP, Humza Yousef, decidió rebajarlos esta semana.

Esto es lo que ha roto el pacto con los Verdes, y ahora Yousef se enfrenta a dos mociones de censura la semana que viene. Sobreviva a ellas o no, todo hace pensar que el declive del SNP no hará sino acelerarse, con un Partido Laborista en ascenso que tiene fácil recuperar ahora a sus votantes perdidos hace años. El independentismo sigue alto en las encuestas, pero, en una aparente paradoja, el nacionalismo resulta cada vez menos atractivo y el partido que se suponía que iba a ser su vehículo no deja de perder apoyo. La facción conservadora, derrotada hace un año en las primarias, se prepara para hacerse cargo de lo que quede del SNP. El experimento de un nacionalismo transversal, de un independentismo que quería serlo todo para todos a la vez, se ha topado con el muro de sus propias contradicciones.