Gina Hope Rinehart, la reina australiana de la minería

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Gina Hope Rinehart, mayor fortuna de su país, tiene puestos sus ojos en el litio, material clave para la industria del futuro

07 ene 2024 . Actualizado a las 10:17 h.

Lo que se dice de armas tomar. Así es Georgina, Gina, Hope Rinehart, de soltera Hancock (Perth, Australia, 1954). Para empezar, consiguió levantar ella solita, y convertirla en todo un titán, la maltrecha compañía minera que heredó de su padre, Hancock Prospecting. Y tanto ha bregado, que ha acabado convirtiéndose en la mayor fortuna del país. Seguidora de Trump y negacionista del cambio climático, tiene ahora puestos sus ojos —para seguir llenando la cartera, se entiende— en un mineral clave para las baterías de los coches eléctricos y la transición energética. Crítica a más no poder, como no podía ser de otra manera, con las políticas ambientales y las demandas ecologistas, es partidaria —solo faltaría— de que se exploten más minas.

Despiadada en los negocios, acaba de irrumpir en dos grandes operaciones relacionadas con el litio. A finales de octubre, su compañía, de la que es presidenta ejecutiva, hacía público que es dueña de algo más del 18 % del capital de Azure Minerals. Y lo hacía tan solo 24 horas después de que esta aceptara la oferta de mil millones de dólares que le había hecho el segundo mayor operador mundial de litio, el grupo chileno SQM. Pocas semanas antes de eso, había dado al traste con los planes de la estadounidense Albermarle para comprar por 4.300 millones Liontown Resources, de la que Renihart había adquirido un porcentaje cercano al 20 %. Puede que los estadounidenses le aguanten el pulso que los chilenos no pudieron ganarle. Tienen más músculo, pero no lo tienen fácil. Y es que si de algo sabe Gina es de batallar. También en los tribunales, en los que se ha enfrentado incluso a varios miembros de su familia, incluidos sus hijos mayores, que la han acusado de quedarse con dinero del fideicomiso familiar; y su madrastra, Rose Porteous, con quien se enzarzó en una pugna legal que tardó 14 años en decantarse de su lado. Siempre por cuestiones relacionadas con herencias como habrán adivinado ya.

Ni que decir tiene que no quiere saber nada la empresaria de una mayor regulación o de más impuestos en el sector. Y de la reducción de emisiones de carbono, ni oír hablar. Que eso de proteger el medio ambiente está muy bien y es muy loable, pero también incluye «peligrosas serpientes, ratones y malas hierbas», como ha llegado a decir para justificar su oposición a las normas para protegerlo.

Hija única de Lang Hancock, supo siempre Gina a lo que estaba destinada. Y, tras un breve paso por la Universidad de Sidney para estudiar Economía, carrera que no acabó, empezó a trabajar con su progenitor. A empaparse del negocio. Y a la muerte de él, en 1992, se quedó a los mandos. Atravesaba entonces la minera una delicada situación financiera. Con ella al frente, la compañía no solo consiguió levantar cabeza, sino que se erigió en la mayor empresa privada del país y en una de las mineras más poderosas del planeta. Y no solo eso, ha ampliado, y mucho, el radio de acción de la compañía, que al contrario de lo que ocurría cuando mandaba su padre, ahora ya no solo les cobra a otros por explotar sus minas, sino que las trabajan ellos mismos. Además ha invertido en otros negocios como la ganadería, sector en el que ocupa el segundo puesto del país. Se ha casado dos veces. La primera acabó en divorcio y con el ex marido conduciendo camiones; del segundo esposo se quedó viuda en 1990, dos años antes de que su padre muriera. De cada uno de esos dos matrimonios nacieron dos hijos. De «fraude calculado y deliberado» la acusaron en su día los dos mayores. Sin pelos en la lengua. Como su madre, quien no entiende las quejas de quienes tienen menos que ella. «Si tienen envidia, que dejen de lamentarse y hagan algo: pasar menos tiempo bebiendo o fumando y pasándoselo bien, y más trabajando duro», es su receta del éxito. Claro que ella lo tuvo más fácil. Heredó una empresa.

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