Artículo de opinión
29 ene 2019 . Actualizado a las 11:20 h.Si hay algo por lo que nos caracterizamos en Asturias es por el orgullo que sentimos hacia lo nuestro. Algo que siempre sentimos fácil, pero que en estos días tan especiales, donde una cuadrilla de mineros asturianos realizaba una fantástica labor para tratar de rescatar a un pequeño, el orgullo se dispara.
Un orgullo que, trasladado a un campo de fútbol y a un estadio, alienta a una afición a la que le brillan los ojos cuando ve a un joven formado y crecido en su casa darlo todo por su escudo. Algo tan poco explotado y aprovechado en las últimas temporadas -al margen de aquel milagro de los guajes de Abelardo- que ya ni siquiera miramos demasiado la etiqueta de procedencia del jugador. No importa que sea de más allá de Pajares, con que haya pasado al menos por el filial ya lo consideramos uno de los nuestros.
Un tipo de jugador, ya sea por sentirse sportinguista desde la cuna o que llega desde un club humilde a nuestro filial y busca asentarse en una institución como el Sporting, lo da todo sobre el verde. Y eso, separando entre calidad y mentalidad, debe ser lo primero que hay que exigir a un futbolista. Podremos llenar ríos de tinta criticando el nivel, la forma o la calidad de determinados jugadores cada semana o volver a casa afónicos por lamentarnos de los errores de alguno de los nuestros, pero lo primero que debe ofrecernos, y que al menos los aficionados que estamos ahí cada quince días nos podamos quedar con ello, es esfuerzo e intensidad.
Correr, correr y correr. No queda otra. El fútbol es un deporte físico, de contacto. Eso ya se enseña desde pequeño, a querer competir, luchar y darlo todo por una camiseta. Todo lo demás vendrá después, pero es lo mínimo, lo esencial. Trasladándolo ya al fútbol profesional, sea Primera o Segunda, la exigencia es mayor, y por tanto no vale solo con eso, pero sin ello, entonces no habrá nada. Hasta los mejores con el balón en los pies corren, si no no podrían ser tan buenos. Sí. Messi corre, aunque en un telediario quede mejor poner algún plano de él andando y rellenar minutos de televisión. Y nosotros no tendremos ningún Messi, pero el compromiso debe ser innegociable, y desde él jugar a fútbol. Solo así se puede ganar.
Ante el Deportivo el equipo me mostró al menos esto. Quizás sea un punto de vista demasiado optimista. Quizás hubo muchos errores, puntuales como los de Peybernes o conceptuales como los de Álvaro Jiménez, por citar algunos ejemplos, pero prefiero quedarme con que la actitud fue la correcta. Que los jugadores dieron lo que tenían a una afición que demostró hambre de ganar, más de la habitual. Que al rival que se tenía en frente se le tenían ganas y que esa intensidad debía trasladarse también al rectángulo verde.
Hubo muchas cosas a corregir. El Deportivo demostró ser un equipo muy serio y ordenado, que sabe bien lo que quiere y a qué puede jugar, tanto con marcador a favor como sin él. No se amilanó ni se arrugó ante una visita siempre comprometida a El Molinón, y al Sporting sí le costó adaptarse al juego y las virtudes del rival. Costó mucho hilvanar jugadas empezando desde la salida de balón desde atrás. No había pases de riesgo en vertical, dada la acumulación de hombres deportivistas por dentro, y la solución acabó siendo una búsqueda constante de cambios de juego buscando al lateral libre para poder coger aire de la correosa presión gallega, pero fue infructuoso. El Sporting careció de amplitud especialmente, y en ocasiones de profundidad. José Alberto destacó lo mucho que pudimos disparar ante un equipo como el Dépor, pero la sensación de peligro no fue tan alta.
A pesar de todo ello, de ser un partido del que poder sacar muchas conclusiones de dónde estamos unos y otros ahora mismo y tratar de mejorar en aquellos aspectos que nos separan para acercarnos más al objetivo, la imagen del equipo, de las ganas, la intensidad y las intenciones fueron positivas. Sé que José Alberto querrá trabajar en mejorar, en pulir esos defectos, y es algo que el Sporting debe hacer para estar más cerca de la victoria la próxima vez que tengamos un rival de ese nivel enfrente, pero la base ya está puesta.
El técnico tiene clara su idea y el sistema con el que quiere llevarla a cabo, y los jugadores parecen dispuestos a seguir adelante con ello. Me quedo con esos calambres finales de Djurdjevic, además de su lucha en el primer gol, con ese último aliento para tratar de recuperar de Hernán o Salvador cuando ya estaban fundidos o las ganas de redimirse de un Peybernes consciente de su grave error, yendo con todo a por los siguientes balones, aunque los nervios jugasen en su contra. Me quedo con ese Sporting de garra, ese que si mejora desde lo táctico y se atina en lo futbolístico será motivo de orgullo. Un orgullo que aquí sentimos muy rápido, pero debemos tener motivos para ello. Y, aunque parezca poco, debemos quedarnos con eso, con que todo empieza por correr, correr y correr.