En enero del 2016, el diseñador fue diagnosticado de tres tumores cerebrales contra los que optó por pelear. Lo hizo con todas sus fuerzas, pero no fue capaz de detenerlos
07 jun 2017 . Actualizado a las 01:20 h.David Delfín falleció el pasado sábado, 3 de junio, en Madrid a los 46 años, víctima de un cáncer que le fue diagnosticado en enero del 2016. El diseñador había sido operado en el mes de abril del año pasado, pero la intervención no pudo con uno de los tumores cerebrales que padecía. Se vio obligado a seguir con el tratamiento y finalmente murió en su casa de Madrid, rodeado de sus seres queridos.
Un diseñador rompedor
En septiembre del 2002, la Pasarela Cibeles acogió entre la admiración y el espanto una procesión de modelos encapuchadas que, en silencio primero y entre susurros, gemidos sexuales y dramáticos juegos de sonido después, desfilaron bajo la firma de un desconocido provocador. Sus cuellos, rodeados por gruesas sogas. La colección no dejó a nadie indiferente y supuso el debut de un joven y rompedor David Delfín que, años después, más niño terrible que nunca, se convertiría de la mano de su fiel e inseparable Bimba Bosé en todo un referente del diseño español.
Diego David Domínguez González nació el día de difuntos de 1970 en Ronda. Creció en Marbella, adonde su familia se trasladó cuando el pequeño delfín, último de sus cuatro hermanos, cumplió los 3. Allí, a la orilla del mar, creció y dio sus primera puntadas en el taller de su madre, modista. El pasado noviembre fue galardonado con el Premio Nacional de Diseño de Moda. Por su audacia, por su valentía. Por su compromiso social. Por traspasar las barreras entre la moda y el arte.
Con aquella excéntrica Cour des Miracles con la que se estrenó en la pasarela madrileña, inspirada en Magritte y Buñuel y lejos de la «catarsis moral» que algunos se empeñaron en acuñarle, el diseñador ya anticipaba lo que desglosaría durante los siguientes 15 años: que la moda era para él un medio de expresión, casi arte, confluencia de distintas disciplinas creativas. Inyección de vida. Agitación para bombear oxígeno, para hacernos sentir vivos.
Pintó desde muy niño, durante toda su vida. En 1999, tras haber trabajado sobre lienzo, madera y cartón, decidió experimentar con nuevos soportes. Recurrió a prendas militares de segunda mano -llenas de historias, solía decir- e, inspirado en el artista alemán Joseph Beuys, las llenó de textos trazados con su mano izquierda. Salió de ahí la emblemática y particular caligrafía que, entre otras cosas, caracteriza a su marca, principal motivo de sus primeras series de prendas -camisetas desgarradas, cruces de fieltro rojo, textos incomprensibles- que pronto se convirtieron en piezas de culto.
Ya entonces Bimba Bosé formaba parte de su vida. Se conocieron cuando David, apodado Delfín a causa de su enfermiza fijación con el mamífero marino, ponía copas en un bar madrileño. De su sólida y particular amistad nació Davidelfín, marca que ambos artistas pusieron en marcha junto a los hermanos Postigo. Todo junto. Amalgama de inquietudes que, tras su estreno -tan incómodo para algunos, tan elogiado por otros- se llevó el premio, un año más tarde, al mejor diseñador joven.
La trasgresión inicial fue evolucionando hacia una intimidación más contenida, más pendiente de generar emociones diversas y menos de sonrojar, de turbar. Ya su lema -«La única provocación que nos interesa es provocar emociones»- descarta cualquier otro fin en sus propuestas. De aquel David Delfín que provocó que la directora de Cibeles intentase sin éxito parar el desfile y que el responsable de IFEMA abandonase indignado el recinto quedó la frescura y la espontaneidad. Siguió desfilando en Madrid y en el 2009 cruzó el Atlántico y presentó sus diseños en Nueva York.
En el 2006, diseñó una vanguardista botella de vino con aspecto de frasco de jarabe para las Bodegas Sonsierra. En el 2012, subió a la pasarela a Alaska y Mario Vaquerizo, quienes, junto a Bimba, pusieron el broche de oro a su colección al ritmo de Absolutamente, de Fangoria. Previamente, el diseñador había mandado proyectar Run A way, un divertido corto protagonizado por su trío de cabecera -amigos del alma- y por Rosy de Palma, habitual en su círculo íntimo. Un año más tarde, Almodóvar lo puso al frente del vestuario de la tripulación de Los amantes pasajeros.
El pasado septiembre fue el primero que David Delfín se ausentó de la feria de la moda madrileña. Le habían diagnosticado tres tumores cerebrales a principios de año. El 5 de abril entró en quirófano. «¿Miedo? De momento, no. Tengo una especie de espíritu de supervivencia. No paro de pensar en todo lo que quiero hacer», le contó dos meses más tarde al periodista Daniel Borrás, de Vogue. Mostró su herida en las páginas de la revista, frente al objetivo de su pareja, el fotógrafo Pablo Sáez. Se abrió en canal y relató sin escrúpulos su lucha. Crudo y sincero. Habló de sus sueños, de los proyectos que aún le rondaban por esa cabeza desnuda y pespunteada. De esperanza y de ilusión. Seis meses después fallecía su musa, víctima de su mismo mal. Ya débil, David cogió una nueva bocanada de aire y dispuso empapelar todo Madrid con su imagen. Siempre fue un héroe raro, extraordinario. De los que nadan con delfines.