Nuestra Peleteiro se quedó sin medalla y los perros ladraron. Llovieron comentarios de odio hacia ella; barbaridades de juzgado de guardia tras el parapeto de las redes. Y se evidenció lo que es costumbre: Ana no molesta por ser negra (que también) y tampoco indigna por no habernos tributado otra presea. Ana enerva porque calladita no está más guapa. Coincidiendo con ella en algunos pareceres y dejándome ojiplática otras de sus decisiones (como la de adosar el apellido de su marido al suyo), me maravilla su lengua deslenguada. No hay mayor agravio para quienes están a gusto en las costuras del machismo que una mujer que no se calla. Así que cualquier excusa es buena para atacarla, bien sea porque no ha saltado suficiente o porque ha denunciado un beso en la boca del otrora señor del fútbol. Pero, si ladran, es que cabalgamos. Así que no te calles, Peleteiro. Que en estos Juegos Olímpicos, como en los anteriores, con Simone Biles rompiendo el tabú de la salud mental, las mujeres del deporte estáis demostrando que podéis arrancarle la piel a los tópicos machistas a golpe de gestos y palabras. Me quedo con la solidaridad de las gimnastas haciéndole reverencia a Rebeca Andrade; con la rival de Carolina Marín brindándole apoyo y por supuesto con Peleteiro revolviéndose a los insultos. Se vale más por lo que se dice que por lo que se calla, aunque a nosotras nos haya llegado el cuento al revés. Hablar es una conquista cuando pertenecemos a un género en el que el silencio lleva siglos sucediendo a la bofetada, al insulto o a la violencia más extrema. Habla, Ana, si quieres hablar. Mujer, negra, madre y brava de Ribeira. A ti te van a ladrar.
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