Escribía Fernando Fernán Gómez que son vehículos de estación, que son para el verano y, en su obra teatral, concluía con «sabe Dios cuándo habrá otro verano». Eran los duros tiempos de la guerra civil. Aquel que duró tres años.
Yo recuerdo una imagen del estío italiano cuando el fascismo se asentó en Italia. Es de un filme dirigido en 1970 por Vittorio de Sica, basado en una novela de Giorgio Bassani.
La película era El jardín de los Finzi Contini y la secuencia que guardo en mi retina da cuenta de un paseo por los alrededores de una mansión de Ferrara, de una joven judía, Dominique Sanda, guiando una bicicleta blanca a juego con su vestimenta, con su equipo de tenis. Me ha parecido inolvidable.
Como inolvidable es el recuerdo de mi primer velocípedo, regalo de una noche de reyes. Era una bicicleta roja, una BH polivalente, pues no tenía barra y la podíamos usar indistintamente mi hermana y yo.
Tras un par de caídas de regular importancia, pues yo no sabía manejar tales vehículos, cuando adquirí la suficiente pericia llegué a sentirme el rey de todos los veranos de mi juventud.
Dinamarca, con siete millones y medio de habitantes, tiene un parque de casi cinco millones de bicis. Solo en Copenhague hay 600.000. Pero es en los Países Bajos donde la bicicleta es la reina del transporte urbano. Hay 27 millones en un país que tiene 17 millones de habitantes.
España, con una población que casi alcanza los 47 millones, posee alrededor de 30 millones de bicicletas y cada vez más se incrementan los kilómetros de carril bici en corredores de ciudades y pueblos.
Entre las promesas más comunes de los candidatos a las alcaldías en las recientes elecciones municipales está en la mayoría de los programas políticos el aumento sustancial de más kilómetros para las bicis. Madrid tiene actualmente 195 y Barcelona, 209.
Añoro las viejas máquinas sencillas, a pedales, fabricadas en España, generalmente en el norte, las BH que están en el mercado desde 1923, la popular Orbea o las modernas Aurum y Conor.
Con ellas fui feliz en la frontera que separa la infancia de la adolescencia y me ayudaron a distinguir los gigantes de las tardes del estío con los molinos de viento que giraban en mi cabeza de soñador empedernido.
Ahora que la nueva estación es una certidumbre, afirmo, con Fernán Gómez, que decididamente las bicicletas son para el verano. Cuánto las echo de menos.