Ya se sabía que en el 10 de Downing Street había gato encerrado. Cuando la puerta se abre, el gato, que se llama Larry y lleva once años viviendo allí, ergo ha visto pasar con los pies por delante a dos primeros ministros y a dos primeros ministros —que diría Giorgia Meloni—, sale a la calle a ver qué se cuece. Lo que se cuece es la llegada de otro primer ministro, armado este con una carpeta de «decisiones difíciles» bajo el brazo, aunque ya sabemos que él hambre no va a pasar; le sale el dinero, perdón, por las orejas. Rishi Sunak pasa delante del gato pero, o no lo ve, o hace que no lo ve; o sea, que o anda absorto haciéndose a la idea de que se muda a una humilde morada, o alguien le ha ido con el cuento de que Larry es laborista. A la presunta indiferencia del primer ministro, el gato responde con idéntica medicina. Si para salir bien parado de Downing Street hay que ganarse a la mascota de la casa, empezamos mal. Hay no miradas que matan.
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